El amanecer trajo un cielo espeso y nublado, con una ligera sensación de neblina que erizó la piel. Su oso sacudió su pelaje como si se lo estuviera acomodando de una sola vez. Estaba de pie frente a la amplia ventana en el salón de su departamento, en el edificio que servía como una de las bases generales del clan que era suyo. Un clan cuyo poder aun yacía dormido, pero él no podía dudar que tenía la lealtad de cada uno y sabía que pronto estarían preparados para el gran golpe, el salto de gloria.
Obligados o no, convencidos o a medias, ellos estaban en sus manos, y en su mente. Pero de mil quinientos vínculos de sangre, el más reciente seguía tan inestable como las aguas del mar en medio de una tormenta violenta. La resistencia de este individuo en particular era inconsciente, nacida del núcleo primario salvaje e indómito, ese que vivía en cada tipo de cambiante en el mundo.
El Nanuk del norte entendía ese núcleo y podía ver más allá de él, no era un esclavo ni alguien completamente perdido, y era por eso que la resistencia de ese vinculo nuevo le estaba produciendo un ligero dolor de cabeza. No estaba seguro si era necesario aplicar otra dosis, por la noche había viajado al búnker para confirmar que el progreso se los nuevos miembros estuviera avanzando sin problemas.
Este tal..., Siku..., era confuso, no demasiado problemático, pero donde los demás mostraron una obediencia nacida del quiebre profundo en su confianza, el novato tenía una capacidad de considerar cada pauta, cada orden, con una precisión afilada. Su razonamiento estaba intacto, y eso no debía suceder. Tras un rompimiento vincular forzado, su cerebro y voluntad deberían haber sido licuados. Pero la cordura de Siku estaba plenamente funcional, y aunque se mostraba cooperativo con su causa, el Nanuk no estaba seguro de poder confiar en él.
Una nueva dosis volvería a debilitar su voluntad, pero siendo tan excesivamente costosas, aplicarla en un individuo que no tenía un comportamiento irregular o desafiante era un desperdicio. La droga no era fácil de conseguir, y para tenerla tuvo que pagar un precio demasiado alto para su consciencia. Cada mes debía entregar al menos una piel de oso polar a los proveedores para cubrir una fracción del costo de producción de la droga, eso significaba que debía entregar a uno de los suyos para poder mantener el control sobre los demás.
La ética era un peso aplastante sobre su corazón, un grito furioso en su mente. Pero desde el momento en que rompió las reglas por primera vez supo que estaba condenado. El ascenso al poder llevaba tiempo, recursos y decisiones difíciles de tomar, pero todo quedaba en segundo plano cuando veía los resultados. Tenía una base sólida sobre la que había construido un clan fuerte que pronto le llevaría al control total de la isla.
«¿Y luego qué?» Kaya le había dejado esa pregunta antes de retirarse de la sala común en el Búnker. Y el Nanuk realmente no había pensado en eso, estaba concentrado en tener el absoluto control de la isla, pero no tenía un plan a largo plazo para cuando lo consiguiera, debía idear uno, pero lo haría después cuando el primer plan estuviera finalizado y el golpe saliera perfecto.
No había margen de error, no para algo tan delicado y peligroso. Sobre todo cuando estaba en juego su propia imagen frente a su clan, debía seguir manteniendo la visión para que nadie creyera nada más que lo que estaban haciendo era liberar a su estirpe de un opresor. Los osos no debían cuestionar nada alrededor de eso, no debían tener contacto con nadie del exterior, debían crear lazos fuertes entre ellos, desarrollar la camaradería y el compañerismo, debían ser un clan tan cerrado en sí mismo que solo lo vieran a él como su única figura de autoridad y poder.
El Gran Nanuk del norte debía cuidar de cada uno para que no se salieran del carril, y si por desgracia uno de ellos lo hacía... Su destino estaba sellado, con todo el dolor del mundo, lo entregaría al mercado de pieles. No tenía otra opción, no había más opciones si quería cumplir con su objetivo.
Su celular vibró dentro del bolsillo de su pantalón de combate negro, suspirando lo tomó y deslizó sus dedos sobre la delgada pantalla para leer el mensaje. Era de su mano derecha, Mauja, diciendo que tenían otra captura en el estrecho de Northumberland, la captura, descrita como un objetivo femenino ubicado a treinta y seis kilómetros del parque nacional Saint Lawrence, en el Golfo de San Lorenzo, había sido seguida a distancia por un grupo de guardas marinos desde que detectaron su ruta náutica cuyo origen estaba en el mar de Labrador, era probable que la mujer cambiante fuera miembro del clan blanco de Groenlandia.
Su oso mostró los dientes, y la sonrisa torcida no tardó mucho tiempo en aparecer en su rostro humano. Enviando la orden de captura inmediata de la mujer a Mauja, el Gran Nanuk apagó la pantalla y regresó el aparato a su bolsillo, los días de esa osa polar como miembro del clan Groenlandés terminaron en el momento en que se aventuró más allá de las aguas territoriales de su clan. Estaba listo para romperla hasta que le diera un motivo para hacerla miembro permanente, si se resistía, le daría una dosis. Si el efecto no doblegaba su voluntad... Tendría que entregarla.
Gruñó, no le agradaba la idea de que un posible soldado nuevo se desperdiciara en el mercado de pieles.
Cuando la claridad llegó con la luz del sol de la mañana, una mujer entró a la sala. Su propio núcleo primario tiró hacia ella con gran insistencia, pero no obedeció la orden primitiva que tenía origen en su más profundo instinto, en su lugar, continuó observando el paisaje del pueblo de New Glasgow. La isla estaba repleta de paisajes así, pequeñas localidades sin importancia y poder, el verdadero centro moderno se encontraba en Halifax, una fuente estable de recursos abundantes y con lo último de la tecnología.
—¿En qué piensas? —Preguntó ella, abrazándolo por la espalda, su agarre lo comprimió con una ferocidad tan familiar como abrumadora.
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Editado: 04.11.2020