Cuando Gala se levantó de la mesa en la que había tomado su almuerzo hace media hora para ir hacia el encuentro de Alexander, no esperó ser tomada bajo un agarre posesivo y un beso hambriento que succionó hasta sus pensamientos, haciendo trizas cualquier queja que pudiera haberle dado por ese movimiento. La mano en la cadera le mantenía sujetada con firmeza contra su cuerpo mientras el beso volvía a desarmarla con una velocidad que debería haber sido alarmante para sus defensas.
Excepto, claro, que ya no le quedaba ni una sola en pie para hacerle frente a un león desvergonzado, que no mostraba ni una sola pizca de pudor con sus sentimientos y acciones alrededor de ella. Sus labios eran suaves y a la vez calientes, el aliento que dejó salir cuando terminó su trabajo fue una sensación eléctrica golpeando directamente a su núcleo primario. Gala acomodó su mano en la mejilla de Alexander, sentir el rastrojo de su mandíbula era adictivo, mucho más por el hecho de que verlo con barba era algo inusual. Pero vaya que le gustaba. No tendría una tan abundante como la de Patrick o Marshall, sin embargo, no cabía duda que se vería bien hasta donde creciera.
—No había necesidad de eso —dijo, y luego no supo por qué rayos lo había hecho.
Un beso así, de imprevisto y cargado de hambre de contacto, sería su absoluta perdición, y si Alexander lo notaba tomaría ventaja de eso. Porque aunque le dijera que solo le estaba dando su soporte, el león estaba jugando todas sus fichas y Gala no sabía las reglas del juego, ni siquiera el nombre de esto.
—Para mi sí.
Esa sonrisa de suficiencia le hizo saber que estaba al tanto de cada maldita cosa alrededor de ella, las miradas, murmullos y la atención, Alexander amaba ser el centro de atención. Pero esta muestra evidente iba más allá de su necesidad por ella, él quería que los demás supieran lo que había entre los dos. Bien, Gala no podía enfadarse con él porque ella sentía la misma punzada dentro de su pecho cada vez que una mujer posaba su mirad por más tiempo del necesario.
La oscuridad volvía a susurrar impulsos poderosos que despertaban los gruñidos de su osa polar, algo como envolver a Alexander para que nadie más que ella pudiera verlo, sentirlo, tocarlo. Ese impulso primario era peligroso y egoísta, difícil de detener cuando Alexander lo alimentaba con cada gesto, sonrisa, mirada... Su mano todavía estaba en su cadera, sus cuerpos unidos de tal forma que no había espacio para nada más que el intenso calor mezclándose.
Era imposible contenerse cuando Alexander le estaba desnudando con esos ojos azules.
—Detente.
Alexander le apretó, su sonrisa más ancha.
—No hice nada malo.
—¿Comiste? —Preguntó, viendo que luchar era una causa perdida y ella realmente se sentía cómoda donde estaba.
—Sí, los fideos estaban deliciosos. —Alexander movió la mano hasta extenderla en su espalda baja y luego volvió a acercarla a él—. Gracias por cuidar de mí.
Sin ser capaz de responder a la ternura de sus palabras, Gala se abandonó a la sensación de su marca cuando Alexander volvió a ceder a su instinto y pasó su mejilla en un movimiento felino contra su cabeza. Su gruñido vibró a través de ella al segundo siguiente, y Gala fue escondida en el abrazo cuando Nilak pasó cerca de ellos. Alexander lo siguió con la mirada, pero ella no pudo ver la reacción del Gran Nanuk, no sentía la necesidad de hacerlo, pues el olor del león era más interesante en este momento. Era como la calidez del aire de verano, con unas notas más oscuras que a pesar de su refinado sentido del olfato no podía descifrar.
—¿Kovai te entregó lo que cociné para ti?
La pregunta salió en medio de una voz ronca, la mirada de Alexander continuaba fija en las puertas por las que salió Nilak.
—Sí, gracias.
—Hum..., creí que me regañarías por impedir que consumas la comida de Aidal. Él es un buen cocinero, no me cuesta admitirlo, pero yo seré quien te alimente.
Gala sonrió, con su rostro hundido en el suéter de lana grueso color negro, solo veía oscuridad. Alexander ligero de ropa era una exhibición interesante, y ya que en los últimos días sus reacciones térmicas disminuyeron ahora podía dejar un par de prendas en el armario. Su adaptación al clima frío progresaba de manera satisfactoria, no obstante Gala seguía insistiendo en las mallas térmicas debajo de su ropa normal.
Con todo eso, seguía viéndose como un hombre equilibrado, atlético y bien parecido. No era una masa de músculos rígidos como los demás leones en Gold Pride, pero su mayor virtud física estaba en la agilidad no en la fuerza bruta y por eso los demás pesos pesados le tenían respeto.
Alexander raramente peleaba en la coalición, pero siempre estaba listo para separar las riñas que sucedieran en su territorio —que siempre era la sala comedor de la Casa Matriz—, y sus castigos no eran para nada sutiles. Una vez noqueó a uno de los leones que le rompió un plato en la cabeza de otro, le puso una cadena en el cuello y cuando el agresor regresó del sueño inducido, el jefe de cocina ató el extremo de la cadena a un gancho en la pared, no lo ahorcaba pero le dejaba una ligera dificultad para respirar con normalidad.
Tanya había llegado esa noche contándole lo que había visto y preguntando si eso era o no correcto, Gala le había respondido que la cocina era el territorio de Alexander y por lo tanto él ponía las reglas. Esa noche tardó en conciliar el sueño, preguntándose como había hecho Alexander para noquear a alguien más grande y fuerte que él.
—Si te ordenara que dejases hacer su trabajo a Aidal, no me obedecerías. Nunca lo haces.
—En eso te equivocas. Yo te hago caso en todo excepto en lo que se relacione con cuidarte. En eso soy inflexible, como tú lo eres con mi salud.
Gala no respondió, porque discutir ese punto terminaría con ella dándole la razón y alimentando su ego ya crecido.
—Deberíamos separarnos un poco.
#1217 en Fantasía
#735 en Personajes sobrenaturales
#4665 en Novela romántica
cambiantes felinos, cambiantes osos, romance drama erotismo accion amor
Editado: 04.11.2020