La agresividad dentro de ella todavía no se desvanecía mientras conducía por las transitadas calles de Halifax, los ecos de la discusión seguían dando vueltas dentro de ella, las emociones se clavaban en su carne y ella no sabía como detener eso. No había un interruptor de apagado para lo que se arremolinaba en su interior.
Y el hombre junto a ella no le facilitaba las cosas.
Gala no entendía el comportamiento de Alexander, su enojo silencioso era una espina molesta en el costado. Sentado en el asiento de copiloto de la camioneta negra, tenía su atención en el camino. Quieto, silencioso, como si realmente no estuviera ahí.
Pero lo que estaba transmitiendo, de forma consciente o inconsciente, gritaba todo lo contrario.
Su presencia era un zumbido de poder que hacía que el cuerpo de Gala reaccionara de una manera irresistible, con la implacable necesidad de calmarlo con su contacto como tantas veces él lo hizo con ella. Mordiéndose el labio inferior hasta el borde del dolor, ella trató de soportar este ambiente tenso, refugiándose en el hecho de que era algo sin importancia, solo una rabieta sin sentido. Pero el vínculo dolía y era real, crudo y sin tapujos. La oscuridad, enjaulada por los zarcillos de luz dorada que era la vida del león, se hallaba tan malditamente quieta que la confundía. Ella debería haber reaccionado más fuerte cuando el idiota le recriminó su accionar, pero se contuvo apenas, cuando sintió sus emociones.
No era una cuestión de ego y orgullo, Gala había tocado algo primordial y frágil que para él era importante, pero ahora mismo no podía saber lo que era.
Y esta tensión estaba fastidiando el humor de su osa al punto de que quería salir para desgarrar algo
—Dime lo que te pasa —ordenó.
Silencio...
—Alex.
Nada.
—Alexander.
Él giró hacia la ventanilla. Gala bufó.
—Si no hablas no podemos arreglar esto. Apenas llevamos un día vinculados y ya estamos peleando. Dime, habla, ¿qué sucede?
Él siguió sin decir nada, huyendo del contacto visual, y ella luchaba contra la necesidad que construía un nudo caliente en su interior, ella podría poner freno al coche y arrastrarse hasta el regazo del obstinado león solo para sacarle la verdad a besos. Tal vez sería una buena idea, tanto como aplicarle la ley del hielo. Pero eso resultaría nefasto para ella, porque le gustara o no, se había acostumbrado a él, a todo lo que se relacionara con Alexander.
—Gala —dijo de pronto, con una voz baja, profunda y peligrosa que raspaba contra la piel—. Tanto tiempo viviendo con leones..., ya deberías saber como nos comportamos.
Ella frunció el ceño.
—Uh, no lo creo.
Los leones no cambiaban de forma tan repentina, eran temperamentales, pero consistentes en sus conductas y Alexander era el más tranquilo de toda la coalición, por esa razón su enfrentamiento rayaba en lo absurdo.
Ella solo había seguido sus instintos, ¿no era eso lo que él quería? Cuando lo encontró en la costa enfrentando a un cambiante oso polar de dos metros su alma casi se derrumbó. Tanto fue su enojo con él por haberse puesto en esa situación como la violenta necesidad que la tomó como una enorme ola. Y ella remontó esa ola con furia asesina.
De no haber sido por la descarga de cálidas emociones que él transmitió por el vínculo... Las cosas serían diferentes. Sus manos estarían manchadas de sangre, otra vez.
—Ese oso podía matarte con un golpe bien acertado —habló en vez de atormentarse con la violenta criatura en la que podía convertirse, su voz volviéndose frágil y llena de rabia al recordar eso—. ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Dejarte por tu cuenta?
Su osa gruñó.
De ninguna manera, ella lucharía para defenderlo hasta la muerte. Porque no había llegado tan lejos para perderlo así de fácil.
Diablos, no. Ella no lo dejaría.
—¿Y qué es todo eso de tú no eres más fuerte que yo y la dama en apuros? —Preguntó, imitando su voz, completamente fastidiada—. Hice lo que debía. Punto, estamos vinculados.
Ante su silencio mordaz, ella lo miró de reojo, seguía mirando por la ventanilla.
¡Tenía ganas de sacarle una reacción a golpes!
—¡Ya, di algo, maldita sea! —Exclamó, su enojo hervía por dentro—. No soporto esto.
Alexander sopló por la nariz. El sonido felino fue molesto.
—En la costa yo trataba de protegerte —dijo, de una forma tan calmada que no evidenciaba rastro alguno de su enfado, pero ella lo sentía estremeciendo el vínculo desde el centro—. Estar lado a lado contigo para enfrentar la amenaza, pero tú me rechazaste —Chasqueó la lengua—. Negaste mi ayuda, porque crees que eres más fuerte que yo.
Gala dejó brotar un gruñido desde lo profundo de su garganta.
—No creo eso, y solo te puse a salvo, ¿qué hay de malo en eso?
Él suspiró.
—No lo entiendes.
—Entonces explica.
Él apretó los puños.
—El instinto básico de un cambiante león es proteger, una manada o una pareja, es parte de nuestra naturaleza. Si le quitas eso, ¿qué queda de él? ¿En qué se convierte? —Alexander pasó una mano por su melena—. Solo quiero que me veas como un igual, no que me envuelvas en algodón solo porque eres más fuerte que yo.
—No lo soy —repitió—. Y no es así como te veo.
—Entonces, ¿por qué no me permitiste estar junto a ti?
—Estás demente.
—Responde —gruñó.
Gala golpeó el volante, más adelante el semáforo cambió a rojo.
—Yo... No lo sé —suspiró—. Solo hice lo que querías, seguir mis instintos, ¿no es eso?
—Sí, lo es, pero...
—¿Pero qué?
El gruñido frustrado de Alexander llenó la camioneta por completo. Gala apretó los dientes. Si no tenía cuidado podía partir el volante con sus manos.
—No sé que es lo que quieres, ¿qué esperas de mí?
Gala tomó un giro hacia la izquierda, ya casi llegaban al sitio de estacionamiento cercano al hospital donde los esperaba Aubrey.
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Editado: 04.11.2020