Alexander intentó apartar la preocupación que asolaba a su compañera como una daga invisible escociendo la carne, pero sabía que era una tarea imposible, pues mientras Gala parecía ser la encarnación de la serenidad, por dentro la tormenta giraba en remolinos. Y el vínculo filtraba gran parte de esa tormenta. Sus propias emociones entremezcladas, tan compenetrados el uno en el otro que separarse no era una opción, como si lo quisieran... Ninguno lo querría, ninguno daría un paso atrás.
Durante el almuerzo no tocaron el tema, tampoco sobre la ferviente necesidad que los consumía, o del muro invisible que seguía apartándolos. Quizá eso era lo que más les inquietaba, si ambos eran compañeros, si ambos sentían el tirón de emparejamiento, ¿por qué no sucedía?
Alex sabía que no era algo que pudiera forzarse, pero si ambos se reconocían mutuamente como compañeros solía ser más rápido y sencillo, con los demás, aquellos que solamente se vinculaban, costaba un buen tiempo y hasta cabía la posibilidad de que jamás se reconocieran como compañeros.
No había duda de que ellos lo eran.
Pero algo los mantenía en este limbo, no era que le disgustara el vínculo, era algo hermoso y feroz y demandante, una fuerza en sí mismo que lo hacía sentir pleno, pero como cualquiera, quería más, mucho más. Seguía creyendo que tenía que ver con aquellas grietas negras, que no habían dejado de crecer desde el núcleo del vínculo, en lo profundo de la llama azul glacial que era la energía vital de Gala.
El vínculo les dejaba ver la energía vital que corría por dentro, pero Alexander no podía ver la suya, su energía no podía ser la oscuridad agrietando el núcleo, porque tenía un sabor amargo y poderoso, la sensación de peligro lacerante que hacía a su león mostrar los dientes y erizar el pelaje. Definitivamente no era suya, ¿sería la de Gala? Si fuera así no explicaría la hermosa llama azul glacial.
Él no le dijo sus inquietudes en el almuerzo, y a pesar de que no le agradaba la idea de que volviera a perderse toda la tarde, la dejó ir. Aunque su beso fue dulce y su abrazo una marca de calor suave, Gala dejó a Alexander con un sabor amargo en la boca, la sensación de vacío en el pecho.
—¿Estás ocupado?
Alexander levantó la cabeza y se sacudió los pensamientos ante esa voz masculina, con un profundo tono cálido. De pie junto a su mesa, estaba un hombre joven, podía fácilmente ser comparado en tamaños con un cambiante león pero este hombre tenía una fuerza mucho más imponente, la piel dorada, el cabello oscuro rapado en un costado con líneas que formaban algún patrón simbólico y ojos ligeramente afilados, caídos en los bordes.
—No, ya he cumplido con mis deberes.
Las fosas nasales del hombre se expandieron, estaba reconociendo las señales. Por su parte, Alexander no encontró signos de que estuviera acoplado o vinculado.
—Me ha enviado Sakari —dijo el hombre, con un movimiento de hombros se acomodó la camiseta de algodón negra—. Te quiere ver en el taller de artesanías. Debo llevarte ahí.
El león amasó las garras, inquieto.
—No planeo hacer ningún movimiento —agregó con un tono plano, luego se cruzó de brazos y desvió la mirada a un punto más lejano—. Tu compañera me arrancaría la garganta si lo hiciera, y todavía tengo planes a futuro.
Riendo por lo bajo, Alexander no pudo sentirse cómodo con esto. Pero si llegaba a ser acorralado por este hombre, de seguro no sería en medio de la sala comedor de la Guarida, donde todavía quedaban más de veinte personas. Si los osos guardaban un poco de sentido común, jamás permitirían que dañasen a la pareja vincular de uno de los suyos, porque eso significaba que el otro también resultara herido.
Este hombre, con la complexión robusta de un soldado adiestrado, lo tomaría de imprevisto, con la guardia baja y en un sitio alejado. Alexander sintió una vieja sensación corriendo en su sangre, y el instinto que lo mantuvo con vida durante tanto tiempo cuando fue un peleador se asomó para calentar su cuerpo.
—De acuerdo.
Jamás había peleado con un oso polar, pero siempre había una primera vez para todo.
Esperaba que esta no fuera la ocasión donde tuviera que hacerlo...
—Soy Tikaani —comentó mientras caminaban lado a lado atravesando el amplio salón hasta un extremo—. Soldado.
Alexander no estuvo seguro si era su oficio en el clan o el significado de su nombre.
—Alexander —se presentó.
Tikaani le hizo un ademán respetuoso al detenerse, luego se agachó y deslizó los dedos sobre una sección del suelo revelando la cubierta de un panel digital. Tras activarlo, introdujo unos códigos y otra sección rectangular del suelo se deslizó hacia atrás, exponiendo una entrada con escaleras de metal.
Alexander relajó el puño que inconscientemente había apretado a un costado del cuerpo. Tikaani no dijo nada al respecto, Alex solo respiró profundo de forma discreta y contó hasta diez mientras seguía al hombre hacia la profundidad de un pasillo bien iluminado. Plantas de interior cubrían las paredes pintadas de azul claro, el pasillo tenía una ligera inclinación que lo hacía parecer inestable.
O tal vez, era él quien se sentía inestable.
Tikaani no volvió a hablar y el pasillo se le hizo interminable, la inclinación se transformó en ascendente y pronunciada conforme se acercaban a una entrada de la que provenían sonidos familiares. El taller de artesanía debía estar conectado con la guarida y oculto en alguna parte en el exterior. La presión en el pecho de Alexander disminuyó al subir, la suavidad de la alfombra con intrincados diseños que tapizaba el suelo en colores rojos y dorados amortiguó sus pasos. Tikaani se le adelantó y fue hacia una de las tantas mesas de trabajo llenas de papeles, recipientes, tijeras, botellas de pegamentos, pinturas y demás herramientas.
El aire estaba un poco viciado, y abundante con olores a maderas, plantas, pegamento, resinas y barnices. Además de las esencias de los artesanos, quienes eran en su mayoría jóvenes y adolescentes. Los adultos solo debían estar como supervisión, pensó, mientras echaba un vistazo general a los alrededores. La construcción del taller era igual, una cúpula de paneles triangulares de vidrio unidos con barras de acero, la diferencia era que estaba cubierto con algo que dejaba entrar la luz pero no permitía ver el exterior.
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Editado: 04.11.2020