Y cuando pude mirar tus ojos sentí que el paraíso siempre fuiste tu
AZAEL
Tres días atrás.
— De verdad necesito tu ayuda.
Ve a la mujer del otro lado de la pantalla a la espera de su respuesta.
— Verónica ha hecho un completo desastre.
Respira lentamente escrutando el semblante angustioso de su hermana. Creía haber dejado todos los problemas resueltos hace un año y ahora que ve a su madre pedir ayuda una de sus opciones más pensadas es denegar, aunque sea etiquetado como egoísta.
— En estos momentos no puedo — había jurado no volver a un lugar donde no sería del todo bienvenido — saben muy bien lo que paso hace un año.
La rubia lo observa notando que sus intentos en convencer a su hermano morían al notar que su seriedad se incrementa.
— ¿Sabes lo que veo yo? — llama la atención de aquel hombre que a cada segundo se mostraba alterado, y que más que despotricar algunas palabras en su contra. — Un cobarde, un simple hombre lleno de miedos por temerle al patriarca.
Sabiendo lo que su hermana trata de hacer termina la conversación antes de que prosiguiera lanzando palabras que tanto le llegaban a doler. Se levanta rápidamente azotando la puerta.
El enojo bulle en su sangre al recordar cada palabra de su padre. Aprieta el volante al saber que es más débil de lo que pensaba.
Al notar que ha llegado al lugar donde está la única persona que sabe escucharlo, la persona que le ha brindado su amistad durante seis años. Desde el día que decidió retirarse de la casa de su familia las cosas cambiaron.
Baja del auto siendo abrazado por la helada brisa de la noche, siempre pensó que el bar que su amigo se ensaño en tener fue una buena idea, ya que muchas personas llegan para tener una buena noche, pero a lo que más puede dar puntos, es a la gran cadena de hoteles; ya era bien sabido que su amigo es uno de los magnates de la ciudad y más al ser conocido por el prestigioso club nocturno del otro o lado de la ciudad. Camina por el largo pasillo observando los cuadros que se encuentran decorando el rojo intenso de las paredes, abre la puerta del despacho.
— Era de esperar, sabía que la caperuza no podía faltar a nuestra velada, amigo — el joven le sonríe mientras sirve una copa de vino — y…dinos querida, que bestia te ha causado gran espanto para ahora estar a nuestros pies, ven siéntate, cuéntanos tus problemas. — palmea el gran sofá color negro.
Observa a su primo y a su amigo hacer una mala obra de teatro mientras camina buscando algún punto para calmar su enojo.
— Ariel, es mejor que te calles — el hombre se levanta obligando a su amigo a sentarse de una vez por todas — no ves que la niña quiere paz. Yo escucho tus problemas, soy todo oídos.
De tan solo ver a aquellos hombres observarlos a la espera de una palabra suya. Ve a su primo sentarse a su lado ofreciendo una de vino.
— Mi hermana quiere que regrese a la hacienda.
— Ellas necesitan tu ayuda ¿las quieres abandonar? Además, puedes ir unos días y volver a la ciudad. — sugiere Ariel. Aún recuerda verlo igual de desesperado en aquel invierno pasado.
— Solo puedo decir que en momentos como este la mejor solución es mantener la calma y comportarse como tal. Nadie te obligará, a excepción de Ariel que ya te dio un comentario poco prudente.
— Además, no estarás tan solito — su primo palmea su espalda — voy a enviar a dos niñas que te alegrarán el día.
Los dos miran a Carlos refutar algunas palabras ante el computador.
— ¡Joder! — pasa sus manos por su cabello.
— Acaso el niño se encuentra en una riña de chat.
— Princesa Ariel, no cree que es mejor borrar esa sonrisa de vieja verdulera.
— Al parecer nunca dejarán sus diferencias de lado…
[…]
El desierto árido es el primero en dar la bienvenida, aún sigue recriminando sus decisiones de tomar el primer vuelo disponible. Sisea mirando a través del espejo tratando de encontrar una buena excusa que sea capaz de salvar cada uno de sus pasos.
El sol abrazador se mantiene en pleno auge frenando el auto al instante bajando empieza a patear pequeñas piedrecillas.
¡Mierda! Mil veces mierda…joder eso ha pasado en un año y aun siento ganas de matarlo.
Sube al auto acelerando para llegar de una vez por todas a su propio infierno.
——
Ve a las dos correr con los brazos abierto manteniendo su alegría hasta el máximo. Siente la pequeña ola de abrazos presionarlos mientras avanzan hasta llegar a la puerta de la hacienda.
— Creí que no vendrías, hijo — la mujer de cabello castaño mira con gran ilusión. Ver a su familia nuevamente en el mismo lugar, quizás algo dentro de todos cambien. — ahora si podre tener una buena ayuda.
— Por Dios mamá, todos sabemos que la mejor ayuda soy yo — su hija replica.
Siempre añoró los momentos en que su madre y hermana comenzaban las peleas matutinas. Camina por la gigantesca sala ignorando los parloteos de las dos mujeres. Todo seguía perfectamente igual, todo mantiene la esencia de hace un año.
Fija la mirada hacia las escaleras escuchando pasos presurosos de algún nuevo inquilino, encontrando a Adrián Glynne, el actual novio y futuro esposo de su hermana.
— ¡Hey! Creí que nunca llegarías, este par de damas estaban a punto de patearme a que fuera en busca del tan esperado Azael — recorre la poca distancia hasta darle un buen apretón de manos.
Nunca tuvo una relación de amistad cercana con Adrián, sólo fue el mutuo respeto que sentían hacia Erika. Mirar nuevamente no le generaba esa confianza que sentía cerca de sus amigos, pero siempre se mantuvo al tanto de ese hombre.
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Editado: 22.05.2022