Todo comenzó con una carta.
Si, habéis leído bien, una carta, pero no una carta cualquiera. Siempre me había parecido increíble el poder de las palabras, era sorprendente lo que unas pocas palabras podían hacer, unas simple palabras podían provocar una guerra o pararla, romper un corazón o arreglarlo... Unas simples palabras podían cambiar el mundo, y lo habían hecho con el mío. Esa carta me cambio la vida, me dio la oportunidad de cumplir mi sueño.
Desde que tengo uso de razón he querido vivir fuera de Londres, supongo que por mucho que pasase gran parte de mi vida viviendo ahí, nunca sentí que era mi sitio. Mis padres se conocieron en Nueva York, cuando ambos todavía estudiaban, obviamente como toda buena historia de amor, después de pequeños traspiés acabaron juntos y decidieron casarse. Aunque Colton, mi hermano mayor, nació ahí, cuando mi madre se quedó embarazada de mi decidieron irse a vivir a Londres, de donde es mi madre. A pesar de que yo no tuve la suerte de nacer en Nueva York, pasé gran parte de mis veranos ahí visitando a mis abuelos. Era un echo, que amaba Nueva York, lo hacía desde que tenía uso de memoria, pero como no enamorase de una ciudad tan bonita y viva. Por eso, cuando tuve la oportunidad de irme ahí no lo dudé.
Rondaba la época de finales de curso, y como buena estudiante de último año me encontraba mirando universidades en las que estudiar mi carrera. Aun sabiendo que era muy improbable que me aceptasen, decidí solicitar plaza en Columbia, una de mis universidades favoritas y que además se encontraba en NY lo cual era un puntazo. Mis esperanzas sobre ser aceptada eran nulas, así que imaginaros mi gran sorpresa cuando llego la carta que confirmaba que había sido aceptada en Columbia. Obviamente elegí ir a Columbia al final, lo que llevo a mudarme a Nueva York.
Y ahí es donde empieza está historia, en mi primer día en Nueva York.
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Esta historia estará disponible a partir de Mayo.