— Las vistas eran increíblemente hermosas — detalló, seducido por el recuerdo rememorado ya cien veces, que lo hacía mirar a la nada con la dulce alegría sacudiéndose entre sus labios. —. Grace, el agua del fiordo era tan cristalina que hubieses jurado que surcabas a través de un cielo sin nubes.
— ¿Y las vertientes? ¿Cómo eran? — preguntó la niña, inquieta, apresurándose con la pluma para perpetuar cada mínimo detalle en tinta sobre el pergamino.
— La hierba esmeralda y espesa se batía en duelo contra unas plateadas rocas para dominar las pronunciadas vertientes del valle Ragnheidr — Aquella última palabra surgió de una forma tan natural que casi sonó a Nórdico auténtico. O eso quiso pensar. —. A mi izquierda, la ribera serpenteaba y la arena se esparcía hasta los confines del horizonte. Era casi tan blanca como la sal misma.
Tenía la costumbre de hablar lo justo bastante arraigada, y escasas eran las cosas por las que solía emocionarse. Y pese a ello, tuvo que reconocer que había estado parloteando cual cuentacuentos durante una hora, sentado en una silla junto a su cama. En su voz y en las abundantes sonrisas que no permitía desdibujar, se le escapaban tintes de una dicha y fascinación en él inusuales. El selecto grupo de recuerdos que atesoraba del viaje a Vill Eylands lo hacía evocar emociones que rara vez confesaba a alguien que no fuera su adorada Grace.
La pequeña tenía las manos manchadas de tinta. Sus descuidos con la pluma siempre la llevaban a terminar de la misma forma. Y a medida que el relato prosperaba, su sonrisa se pronunciaba más y más, soñando con entusiasmo tan espectacular paisaje, que muy pronto trataría de materializar en una pintura. Desde hacía ya mucho tiempo, Connor era los ojos, oídos y nariz de Grace y su apasionado arte, por encima de las infranqueables murallas de la Capital, de las cuales ella jamás había conseguido librarse.
— Durante el alba y el crepúsculo — siguió. —, los haces de luz que el sol proyectaba sobre las aguas tranquilas del valle Ragnheidr convertían al fiordo en un camino dorado y escarlata. Era algo maravilloso — Bajó la mirada, y de pronto su tono de voz se redujo a un hilillo melancólico. Tan raras eran las oportunidades y tan lejos estaba aquel lugar, que probablemente nunca regresaría para vivirlo todo de nuevo como la primera vez. —. Un arcoíris se alzaba sobre nuestras cabezas, como el marco de una gigantesca puerta hacia Asgard. Hacia el Valhalla. Los colores eran tan vivos que casi parecía irreal.
— ¿Qué es el Balhalá? — se apresuró a inquirir Grace, que había advertido el cambio de expresión en su rostro.
— Querrás decir Valhalla — corrigió. Aquello le hizo gracia. —. Es un lugar donde los dioses nór… — Y un golpe de incomodidad lo hizo removerse en el asiento. Al dirigirle la mirada a Grace intentó ocultar tras una ligera sonrisa toda la lástima que sentía hacia ella. — « Hay muchas cosas que ignoras, Grace. Por el bien de ambos, será mejor que continue así. No ha sido tu culpa crecer bajo el yugo de las creencias de un dios distinto. » — Solo es parte de una leyenda bastante bien elaborada — dijo, en su lugar. —. No tiene importancia ahora… Deberías descansar, ya se está haciendo tarde.
— ¡No! — protestó aprisa. — Aún hay tiempo. Cuéntame más acerca de Barmania y de Vill Eylands. Por favor, Connor.
Grace suplicó una y otra vez, para que continuara describiéndole la travesía. Se inclinó sobre la cama en un intento fallido por alcanzar su brazo. Las historias que Connor le narraba, según decía ella, la llevaban a un mundo de ideas fascinantes. Y al final, la imaginación la perseguía en sueños, de los cuales despertaba dando tumbos en medio de un estallido de inspiración para sus cuadros.
Connor se levantó con gesto lánguido, desoyendo los ruegos de la niña. Sus buenos ánimos se habían esfumado de un instante a otro. Antes de ir hacia la puerta, se volvió para despedirse, y percibió en el rostro de Grace un gesto mustio y preocupado.
— No estés triste, pequeña. Mañana continuaremos. Y cuando regrese de mi expedición a los bosques te atraeré otras historias. Te lo aseguro.
— Ya lo sé — Se sentó con las rodillas flexionadas, abrazándose las piernas contra el pecho, con aspecto pensativo y pesaroso. —. No se trata de eso.
« Tu regalo. Por poco lo olvidaba », le cruzó por la cabeza al ver morir su regocijo.
— ¿Entonces de qué se trata? — Se acercó, y se acuclilló a pie de la cama.
Grace, cabizbaja, evitó cruzar toda mirada que delatase que estaba a punto de llorar.
— Durante cuatro meses, tú y papá estuvieron fuera — empezó, con ojos húmedos. —. Ahora que ambos están aquí, mi hermano no. Nunca podemos estar todos juntos y alguien siempre parece estar en peligro. Mamá, aunque trata de ocultarlo, está muy nerviosa por lo que pueda sucederle a Valysar. Y yo también — Alzó la vista, por fin. —. Mi hermano está en peligro, ¿verdad?
— ¿Por qué piensas eso?
— Tuve una pesadilla. Una muy espantosa.
— Tan solo son eso. Pesadillas. No es algo real — Le apretó una mejilla con los dedos, para obligarla a formar una media sonrisa. No dio resultado —. No va a suceder.