Londres, Inglaterra. Siglo VI.
Una mañana, todos estaban presentes en la capilla de Londres, aquel hombre más conocido por ser rey de Inglaterra, Uther Pendragon, había dejado el mundo para siempre. Muchas personas no se esperaban esa triste noticia. Muchos caballeros empezaron a orarles y decir un par de frases sobre aquel rey.
Uno de los caballeros que estaba presente, de los más apegados de Uther Pendragon era, Sir Héctor. Un caballero poco apuesto, de alta estatura, con bigote color castaño que simbolizaba su gran hombría y masculinidad. Coloco su mano derecha en el hombro del único hijo del antiguo rey, que se encontraba presente en el entierro.
era un día muy nublado. Mientras aquel sarcófago donde se encontraba el rey, sentía la tierra para ser enterrado, el día se hacía más y más oscuro por la neblina. Una joven damisela de cabellera roja de piel blanca, atractiva y encantadora llego al lugar, vestida de negro. Dijo un par de frases, saco de su vestimenta, varias rosas rojas lanzándolas en el sarcófago. Algo que para todos le resulto muy extraño.
Nadie sabía quién era, nadie la había visto en el pueblo, era la primera vez que aparecía. Muchos caballeros se le quedaron viendo, parecían hechizados por su belleza. Sir Héctor no le importo mucho. Lo que si estaba pendiente era de un hombre anciano, de gran barba y bigote que cubría prácticamente todo su pecho, vestido con una gran túnica, desde muy lejos viendo el entierro de Uther Pendragon.
Sir Héctor, desde siempre, nunca había confiado en aquel hombre, la mayoría de los pueblerinos lo admiraban, mientras que la otra mitad solo lo despreciaban. Y una de esas personas era Sir Héctor.
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La noche había llegado, y entre los bosques cerca del pueblo de Londres, se encontraba aquel hombre barbudo de túnica en su cabaña, sentado en una mecedora frente a su fogata leyendo sus libros de suplicas mientras fumaba una pipa. Aquella puerta de su cabaña se abrió en seco, una fuerte brisa resoplo el lugar intentando casi apagar la fogata. Era Sir Héctor quien había llegado.
Merlín dejo de mecerse, cerro el libro que leía y respondió.
Sir Héctor no le convenció mucho lo que Merlín le había dicho. No le quedo de otra que marcharse sin decir nada más. Desde ese momento malos presagios comenzaron aparecer en la memoria de Merlín.
Una semana después
Sir Héctor se encontraba en su gran comedor almorzando un gran plato de carne de cabra acompañado de una deliciosa ensalada tradicional. Desde hace rato había escuchado y visto desde la ventana, varios hombres corriendo en un mismo destino. No sabía el porqué. Tampoco sentía la gran curiosidad de saber que pasaba afuera. ya que la mayoría de las veces, eran de peleas absurdas entre campesinos tratando de saber quién tenía la razón.
Sir Héctor al escuchar esa noticia, se retiró de la mesa rápidamente. Y lo primero que hizo fue dirigirse a la capilla.
Había llegado a su destino, en su gran caballo blanco. Pudo observar muchas personas haciendo fila para saber, quien era el caballero que podía sacar la espada de la piedra. Él no podía esperar, eran demasiados hombres esperando su turno.
Uno tras otro, intentaban sacar la espada. Pero era inútil. Hasta los más fuertes y más sabios fracasaron. Era lo que todo el mundo quería tener en sus manos. Ya que decía en su empuñadura, la misma frase que Merlín le había dicho a Sir Héctor.
Sir Héctor quería intentarlo, pero se dio cuenta que eran muchas personas que estaban delante del. Estaría horas esperando su turno. Muchas carrozas habían llegado de varias partes de Inglaterra, competentes caballeros de varias direcciones vinieron para ese momento. Las voces se habían expandido casi por toda Gran Bretaña. Era la primera vez Londres estaba repleto de personas de varias partes del país.
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luchando contra el enemigo, espada magica concediendo poderes, viaje a traves de portales
Editado: 04.04.2020