Bienvenido a la familia

Visita

Tocan a la puerta. Voy. Uff, ya está mi asistente, jajaja, mi hermana Lucre que me ayuda a veces aquí, cuando tiene tiempo y sabe que tengo la clínica llena, se aparece sin avisar y la verdad me ayuda mucho. Ella estudió medicina, pero para humanos, y tiene su propia consulta y a veces está floja o no tiene que ir al hospital donde también colabora, y me da una manito. Siempre y cuando no sean hámsteres o curieles o conejillos de indias, nada que se parezca a una ratita, es más, ni conejos toca, les tiene pavor, jajaja, prefiere arañas y serpientes, bueno a lo que iba la puerta.

¡Voy! Ah, hola, son ustedes. Pasa, pequeña, ven, te llevaré a ver tu lindo pony. ¿De verdad? ¿Puedo verlo?” Con sus ojos café claros llenos de esperanza, Abril me mira y yo me derrito ante esta belleza de niña. Delgadita, con su pelo rizado en dos coletas, una más abajo que la otra, obra de su papá, seguro. “Sí, ven, está en el establo pequeño porque está aislado por su propia seguridad.”

“¿Solito? ¿Y así estaba ayer? ¿Sin nadie?” Los ojos de la niña se llenan de lágrimas mientras habla. “A ver, mi niña, la gripe que tiene Lucerito es leve, pero requiere cuidados. Si no, él no se cura y puede estar varios meses sufriendo. ¿Comprendes?” Asintió moviendo la cabecita. Con apenas cinco añitos, ella se ve muy despierta y creo que me entendió, aunque no le gusta la idea de ver a su pony sin compañía. Según su papá, son muy unidos. Caminamos hasta el establo y mi hermana Lucre estaba dándole agua al pony.

“Ah, hola. Tú debes ser Abril. Ya decía Lucero que te habías demorado en venir, estaba algo inquieto. ¿Quieres darle el agua tú?” “¿Puedo, papi?” Se vira hacia su padre, que me mira como pidiendo permiso y a la vez preguntando si era seguro para ella. Todo pasa por su cara en segundos sin hablar. “Sí, nena”, digo yo para salvar el momento. “No te preocupes, la gripe equina no puede contagiar a los humanos, solo a otros equinos, así que no hay peligro para ti. Pero debes lavarte bien las manos antes para que no le pases gérmenes a Lucero, ¿sí? Él ahora está muy desprotegido.” “Ah, bueno, sí. ¿Dónde me lavo las manos?” “Ven”, dice mi hermana. “Yo te llevo.”

“Gracias, doctora”, me habla el padre y se me va el norte magnético. Esa voz levanta muertos. Por Dios, no basta con que sea un espécimen salido de una novela turca, una pasarela. Qué hombre más bello. Mi Dios, es un todo en uno: sexy, galante y cada vez que me habla, siento que entro en combustión espontánea. Y como, claro, soy tonta, me acaloro, y él, muy… se da cuenta y yo lo sé. Sí, claro que lo sé, porque él se ríe con malicia sin vergüenza, mirándome a los ojos.

“Pensé por un momento que la niña también podría enfermar, pero con su explicación me quedo más tranquilo. ¿Cree que podemos llevarnos a Lucero hoy?” “No”, dije muy seria. “Creo que mucho. No, mañana mejor. Así yo hoy lo puedo seguir observando y cualquier recaída o que haga otra fiebre puedo actuar rápido. Aunque no creo que lo haga, se ha recuperado bien y rápido. Se nota bien cuidado. Por favor, manténgalo vacunado y cualquier cosa, me llama y yo voy a verlo enseguida.” “¿A mí?” Dice con cara de falso inocente. “Al pony, señor Eduardo, al pony.”

“Qué pena. Yo, a veces, también necesito asistencia, ¿sabe?” “Pero usted necesita medicina para humanos. Si quiere, le doy el número de mi hermana. Ella es médico y tiene su clínica cerca y también atiende en el hospital.” “No, no, gracias. Yo no lo decía por enfermedad, lo decía por… bueno, es que… olvídelo, doctora. Soy muy malo en esto”, dice poniéndose la mano detrás de la nuca y mirando a todos lados, apenado y rojo como tomate cherry. Qué tierno, pero mi mente perversa quiere llevarlo más allá. “¿Malo en qué, señor Eduardo? No entiendo”, mi yo inocente, sí, como no. “Bueno, ya sabe… en ligar y eso.” “¿Ligar? ¿Usted está tratando de ligar conmigo?”

“Yo, bueno… no se ofenda, doctora, por favor. Usted… um… ¿Usted no tiene novio, o sí?” “No, la verdad no, pero yo no creo ser de su tipo”, digo yo. “Y, ¿cómo es mi tipo según usted?” “Yo, este… bueno, digo yo que le gusten así, bellezas de cuerpazo, vistosas, bien vestidas. Yo soy solo yo.” “¿A ver, ‘solo yo’, usted se ha visto en un espejo recientemente?” Llegamos. “¿A ver dónde dejé el agua para el pony? Y aquí está la nena que se le va a dar. Míralo a él, qué alegre, cómo mueve la cabecita. Si ayer no podía casi ni pararse.”

Muy oportunamente llegan mi hermana y la niña e interrumpen el diálogo que ya se estaba tornando algo incómodo. En el sentido de que siempre he sido algo insegura. No es que sea fea. Soy delgada y tengo poco por detrás. Me dieron mucha delantera, a mi juicio. Y bueno, yo tengo ojos muy oscuros. Dice mi papá que, como la noche estrellada, jajaja, porque me brillan mucho, sobre todo cuando hago alguna maldad. Eso me encanta de mí. Lo que pasa es que la gente me ha comparado todo el tiempo con mis hermanas, que son dos bellezas como mi mamá y mis tías. Yo no tengo sus grandes caderas y cinturita de reloj de arena. Mi cuerpo es más bien recto, digamos, sin muchas curvitas. No es que sea feo, pero no soy un 60-90-60, y vivo bien. Pero eso me ahuyenta pretendientes porque, en cuanto conocen a alguna de mis hermanas, pues yo quedo como la mejorísima amiga para la eternidad. Y no creo que ahora sea distinto con Lucre aquí.

“Mira, Lucre, te presento a Eduardo, el papá de Abril. Él dice que necesita atención médica”, jajaja, me río de mi propio mal chiste. Eduardo me mira azorado y niega al tiempo que dice: “No, no, doctora, ¿qué dice? No es eso. Yo estoy bien de salud. Yo decía que, como usted va a ir a ver a Lucero, pues podríamos conversar y eso.” Lucrecia, que me conoce y sabe que siempre las pongo delante para evitarme decepciones, me mira y niega, diciendo: “Estoy de vacaciones, Eduardo. Mucho gusto, pero yo, en mis descansos, solo veo criaturitas por diversión, algo así como Abril, que es un angelito bello y está sanita. ¿Verdad, bebé?” Pregunta a la niña, que se queda mirando a su papi con los ojos entornados. “¿Papi, tú también tienes fiebre como Lucerito?”, pregunta la nena. “Yo no. ¿Por qué, mi vida?” “Porque estás rojísimo, como cuando yo me pongo con fiebre, y te tiemblan las manitas. Estás enfermito. Doctora Lucre, mire a mi papi, por favor”, dice la niña, haciendo un puchero.



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En el texto hay: animales, amor, veterinaria joven

Editado: 23.08.2024

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