Al siguiente día, Marcelo se levantó con desánimo. Se sentía cansado mentalmente. Se levantó con pesadez de la cama y se vio en el espejo. Ya empezaba a tener un rastro de barba. Revisó el baño del hotel y encontró que había rastrillos nuevos y crema para afeitarse. «Al menos aquí no falta nada» pensó.
Después de arreglarse, decidió regresar a la casa del alcalde. Hasta ese momento, Dana era la única persona que le parecía completamente normal, así que decidió hablar con ella para que convenciera a su padre de darle el permiso.
Una vez que estuvo allí, la chica lo recibió gustosa.
—Marcelo, siempre me distraes de mis estudios, hasta parece que lo haces a propósito para venir a verme —comentó. Él fingió no escuchar eso último—. Pero bueno, eso no importa. ¿Qué deseas?
—Necesito que me hagas un favor.
—¿Y cuál es?
—Bueno, ves que ayer te comenté acerca del permiso que necesito para salir de aquí.
—Ajá. ¿Y?
—Quería ver si tú… —En ese momento calló porque divisó a Gustavo a lo lejos—. ¡Tú! —Se dirigió a él.
—Ah, hola, Marcelo, mucho gusto —comentó el joven cuando el otro se le puso enfrente.
—¿Dónde está mi celular?
—Bueno, tu celular…
—¡Los técnicos me dijeron que no se los llevaste! —Lo interrumpió.
—Lo que pasa es que empezó a fallar demasiado —quiso excusarse—, estaba descompuesto. Al final lo terminé llevando a un lugar de reciclaje, ese tipo de tecnología que usan en ellos nos es muy útil aquí en Villaoscura.
—¡¿Que hiciste qué?! —Lo tomó del cuello—. ¡Mi celular estaba bien! Además era una salida que tenía para regresar a casa y la has desperdiciado, ¡¿cómo te atreves?!
—Pero aquí no servía de nada, no tenemos ese tipo de señal.
—¡¿Y a mí qué?! ¡Yo quiero ir a casa, no estar aquí!
Dana, que no se perdió ningún detalle de aquella escena, quiso calmar a Marcelo pero sus intentos fueron en vano, pues la ignoró por completo y comenzó a golpear a Gus. Aquel hombre no puso resistencia, al contrario, se dejó golpear, como si ese acto fuera su penitencia por haber hecho algo malo. Dana comenzó a pedir ayuda y en ese momento llegaron varios empleados de servicio para alejar a Marcelo.
Lo contuvieron durante un rato, pues no se le pasaba la ira, hasta que al final llegó la policía y se lo llevaron para meterlo en una celda de la comisaría, pues llevó a cabo uno de los peores crímenes que se habían cometido en Villaoscura en todo el tiempo desde que esta fue fundada: desestabilizar la paz recurriendo a la violencia.
***
—Maldición —masculló el pobre Marcelo al darse cuenta de que esa noche y quién sabía cuántas más tendría que pasar en la incómoda, horrible y apestosa celda. «¡Qué idiota soy! Mínimo las otras noches las pasé en un lugar lujoso, pero ahorita…» pensó molesto.
Fue la peor noche de su vida y se la pasó en vela. Al día siguiente, cuando estaba a punto de preguntarle al policía cuándo lo sacarían o si mínimo tenía derecho a un abogado, este abrió la reja de la celda.
—Sabes, reaccionaste de una manera muy violenta… En este pueblo todos somos pacifistas.
Marcelo rodó los ojos con fastidio. «Sí, ya sé, en este pueblo todos son unos ángeles».
—Tienes suerte de agradarle a la hija del alcalde T, ella intervino por ti, dice que todos merecemos una segunda oportunidad, así que serás libre. —Al escuchar eso, Marcelo puso una expresión aliviada—. Pero con la condición de que no vuelvas a poner el desorden y vivas de forma tranquila.
—Pero… Yo quiero regresar a mi casa…
—Ves, evita decir esas cosas, que si vuelves a estar con tus quejidos y diciendo que quieres irte, volverás a entrar a esta celda y quién sabe por cuánto tiempo.
—Pero…
—Eso arréglalo con el alcalde T, pero mientras evita decir esas cosas frente a los demás ciudadanos, no turbes la paz.
Marcelo se limitó a asentir con la cabeza y salió de allí cabizbajo. Al momento de pisar afuera, se sorprendió de ver una limosina que parecía estar esperándolo, pero en seguida pensó que no tenía nada que ver con él, así que se pasó de largo hasta que la voz del chofer lo detuvo y lo invitó a subir al lujoso vehículo.
—¿Yo?
—Sí, usted.
—¿Por qué?
—Son órdenes de la hija del alcalde.
Marcelo, al escuchar eso, subió con más tranquilidad. La limosina lo llevó a la mansión del alcalde T; Dana lo recibió en la entrada, lo invitó a pasar al comedor, a lo cual él obedeció, le indicó que se acomodara y lo invitó a probar algunos aperitivos. Él comió en silencio pero con mucho ímpetu, pues no había comido nada desde el día anterior.
Cuando terminó de comer, se dio cuenta de que Dana lo observaba con atención, no perdiéndose un solo detalle de él. Este acto lo hizo sentir un poco incómodo, agregando el hecho de que, a diferencia de las veces anteriores, esa vez llevaba puesto un vestido negro y escotado, y estaba aún más maquillada que de costumbre. «Bueno, ya no parece de quince, ahora como de dieciocho, ya es un avance».
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Editado: 03.12.2023