Capítulo 14: ¿sí o no?
5 de noviembre, 2019.
Siempre había adorado mi cumpleaños. Mamá y yo solíamos celebrarlo juntas, era una fecha especial. Era el día que nací. No mentiré diciendo que la parte de los regalos era la menos importante porque realmente adoraba los regalos.
Pero hoy es diferente. El único regalo que necesito es uno que no voy a cumplir. Mi primer cumpleaños sin ella. Mañana será su primer cumpleaños muerta, el primero en el que existiendo yo, no estamos juntas.
Mañana tendría consulta con la Doctora Odetta Dabrowska, mis ganas son nulas. Hoy no me encuentro bien. Mañana me encontraré peor.
Recibo varios mensajes y resubo las historias que mis amigos ponen en Instagram. Ellos no sólo me felicitan, también me mandan fuerzas. Ellos se acuerdan de mí.
Dios, como me gustaría oír la voz de mamá sorprendiéndome con alguna canción y animándome a bailar con ella. Cuando cumplí los dieciséis, mamá puso la canción de Dani Martín a todo volumen para despertarme, la de 16 añitos. Fue algo tan bonito…
Este año tocaría Dancing Queen de ABBA, y eso no iba a pasar, porque mamá no estaba para organizarlo, mamá no estaba para darme un fuerte achuchón, mamá no estaba para sonreírme mientras decía que su mayor orgullo se hacía mayor. Mamá simplemente no estaba y eso dolía mucho.
Me está costando llevar el duelo. Adaptarme a una nueva ciudad en un nuevo país con gente que es desconocía para mí es duro. Que sea sin ella, me está matando. Lentamente, para luego mantenerme con vida y recordarme que yo sigo aquí sin ella.
Hay días que me levanto con ganas de luchar y de decir: mamá, voy a hacerlo, por las dos, por lo que no viviremos juntas, porque nos arrebataron nuestro tiempo juntas demasiado rápido y porque lo voy a lograr.
En cambio, otros días, como hoy, tengo ganas de rendirme y de lamentarme y martirizarme por seguir con vida.
Tengo miedo a olvidar su voz, por suerte tengo videos y audios suyos hablando.
Me hacen bien, me animan, me hacen sentirla cercana. No obstante, hay uno que no puedo oír, que duele demasiado, uno de aquella fatídica noche de junio en el que me dijo: “ya voy de camino”.
Simple, pero escueto.
No puedo oírlo porque es lo último grabado que tengo suyo antes de despedirme de mis amigos y de subir al coche donde, con alegría íbamos las dos, hasta que se dio la colisión.
Alguien pica a la puerta de mi habitación y me levanto para quitar el pestillo que había estado roto.
Mi cuarto parecía nuevo por completo. Mucho más seguro desde luego e incluso con persianas (algo que en Alemania no parecen existir). También un nuevo escritorio de roble y pulido con barniz, una cama de matrimonio incluso mejor que la otra.
Algunas prendas de ropa no habían podido ser salvadas y eso me había jodido, había perdido un camisón de seda que mamá me había regalado y unos pantalones que había comprado con ella.
Por alguna razón, tenía la sensación de que ese tal Sanders sabía todo acerca de mi vida, incluso lo que mi madre me había regalado y lo que era de parte de Jhon.
—Feliz cumpleaños, Nela. —Es Jhon.
Va perfectamente trajeado y lleva una tarta de ensueño en sus manos, de esas que encargas en una pastelería y te la hacen a tu gusto.
Sabía de primera mano (Candance Baltßun nos lo había confesado a su hija Erlin y a mí) que Jhon defendía a todo tipo de personas a excepción de violadores y maltratadores, pero eso no me hacía más fácil el mirarle a la cara.
Podía entender que un abogado tuviera que hacer su trabajo, si le habían contratado para librar de algún tipo de condena a la familia Müller y, en especial a Hugo Müller, comprendía que tomara el caso. Que saliera absuelto implicaba que Jhon Schrödez había hecho bien su trabajo. Aun así, me costaba mirarle por una razón muy simple: Daniella estaba destruida y Hugo no la dejaba tranquila o al menos, cada poquito tiempo intentaba acercarse a ella.
Ahora entendía mejor a Avery Hedbrandh, probablemente en su situación, yo también me habría repudiado el primer día. Mi apellido estaba marcado y para mal.
Que Daniella Jawer-Pereira me diera una oportunidad denotaba lo gran persona que era; eso no quería decir que otros fueran malos, simplemente dejaba muy claro que Dani era demasiado buena.
—¿Red Velvet? —Le pregunto fijándome en el detalle que ha tenido.
—Sí —Entra y la deja en mi escritorio nuevo—, no sé cuál es tu sabor favorito.
—Pero sí que te acuerdas de cuál era el de mamá.
Ese gesto me da mucha ternura, aunque no debería por todo lo que él hace o ha hecho en el pasado, pero que intente acertar conmigo a través de los gustos de mi madre significa que, hasta los detalles más simples de ella, los tenía en cuenta.
Por qué la jodió tanto Jhon Schrödez. Por qué.
—¿Quieres desayunar aquí o abajo con Caroline, Thomas y conmigo?
—Abajo estará bien.
—Entonces me la llevo —Toma la tarta de nuevo—, no tardes demasiado en cambiarte; es tu cumpleaños, pero sigues teniendo clase.