Capítulo 31: Exclusividad.
9 de enero, 2020.
—Voy a ir a Potsdam y Nela viene conmigo.
Los gritos se escuchan desde el piso de arriba y jamás pensé que estaría oyendo la voz de Thomas revelándose en contra de su madre y muchísimo menos de Jhon.
En este caso, Caroline no estaba.
Thomas le había dado a mi padre el poder; lo había consentido hasta el punto de no rebatirle jamás o, al menos, saber hasta qué punto podía intentar ganar la discusión.
Y ahora pretendía quitárselo.
No era la primera vez que eso ocurría; su manera de llegar a acuerdos era extraña. Jhon hacía y deshacía a su manera y Thomas acataba. A veces uno de los dos cedía y la balanza se posicionaba la mayoría del tiempo a favor de Jhon.
Al fin y al cabo, Thomas seguía teniendo 19 años (y en septiembre haría 20) y la juventud le llamaba a querer cometer locuras.
Y por supuesto, yo con mis 17 añitos había decidido posicionarme a su favor.
Si me hubieran dicho hace 5 meses que estaría viviendo en casa de mi padre, con un hermanastro que me había odiado en un principio y que ahora nos hacíamos los amiguísimos para luchar contra la falsa tiranía de Jhon, me hubiera reído en la cara de cualquiera y desde luego preguntado si se dedicaba a la comedia.
—¡He dicho que no! —La voz de Jhon es clara y alta, tiene algo de cabreo encima y no duda en mostrar su autoridad.
—¡Soy adulto!
—Pero sigues viviendo en mi casa y eso implica mis normas.
¿Había alguna frase más cliché que un padre pudiera decirle a sus hijos? Apostaba a que no.
Daba igual si era en Alemania, en España o en cualquier rincón del mundo, el “mi casa mis normas” servía para todos los que ejercían de padres.
Bajo con cuidado las escaleras, queriendo oír en todo momento cómo se desarrolla la conversación.
Porque claro, a fin de cuentas, yo era cómplice de Thomas y habíamos trazado un plan. ¿Mi motivación? Ver a Friedrich.
Me sentía tan cómoda a su lado que quería volver a verle y aunque entendía las razones de Jhon para luchar en contra de nuestra libertad, seguía queriendo estar al lado de Narciso.
Y, cuando Thomas me había propuesto ir a pasar el día con su grupo de amigos a Potsdam había dudado un poco; cuando me había dejado caer que Narciso se lo había pedido, me había intentado hacer la interesante, porque bueno, había que hacerse de rogar, pero no mucho.
La conclusión era que había acabado aceptando y tener que ocultar la sonrisa de felicidad delante de Thomas había sido imposible.
Le había preguntado que si nos íbamos a escapar y me había mirado como si estuviera loca.
—¡Si quieres danos a alguien de seguridad!
Se queda pensativo, sin saber qué decir. Jhon había decidido trabajar hoy desde casa, tampoco es que tuviera mucha opción; la policía estaba cercando la zona de su despacho y no podía permanecer allí. Sólo serviría para entorpecer la investigación policial.
Y, aunque Jhon sospechara de Sanders, él mejor que nadie sabía el proceso que debía hacerse en estos casos.
—¿Cuál sería el plan? —Muestra interés.
Llego hasta ellos, ya estoy cambiada de ropa —me había decantado por unos leggins de invierno y una sudadera cómoda como abrigo— y me posiciono al lado de Thomas, quien no duda en pasar un brazo por mis hombros y sonreír satisfecho al recibir mi apoyo.
—Iríamos al club de campo de Hugo, donde tiene el terreno para practicar tiro y pasaríamos allí el rato, no es como si fuéramos a exponernos y aunque lo hiciéramos sabes que sé disparar muy bien.
—¡Ni una palabra de eso! —Me señala con la mirada.
—Pero sí ya lo sabe —El tacto de Thomas era más inexistente que el de Jhon y el de Narciso juntos y eso era decir mucho—. Va, papá, por fa. Si Nela está deseando venir.
Era el momento de activar el Plan-rogación-con-carita-de-pena. Las culpas del nombre al que lo había ideado, yo sólo era cómplice.
—¿Tú quieres ir? —me pregunta directamente.
No reacciono y recibo un pequeño codazo en el costado por parte de mi hermanastro.
—¡Oye! —protesto—. ¡Si, sí quiero! —reproduzco automáticamente la respuesta que habíamos preparado Thomas y yo.
Mentira no era.
—¿Quién estaría?
—Hugo, Hermann, yo, Nela, Enia, Friedrich y si quieres te sigo diciendo nombres de gente que no vas a saber, pero yo te los digo para tu tranquilidad.
—Pues sí, dame todos los nombres.
Jhon no era de los que se rendían fácilmente, pero Thomas conocía a nuestro padre tanto como a mí me hubiera gustado conocerle alguna vez y sabía la respuesta a la perfección.
A Jhon se le podía traicionar con facilidad porque su punto débil es que confiaba en muy pocas personas, pero en quienes lo hacía, daba todo. Tenía casi cuarenta años y era una lección de vida que no tenía asumida.