Billete de ida (narciso)

Capítulo 45: Estoy aquí.

Capítulo 45: Estoy aquí.

Lo peor llega cuando un fuerte ruido se escucha proveniente de las cocinas, frenándonos en seco a todos, como si el tiempo hubiera parado en ese mismo instante y la gente empieza a enloquecer sin saber qué hacer.

El sonido me había recordado a mi ciudad, a Alicante, a España.

A las fiestas típicas que se celebraban en junio en las fechas donde mi madre fue asesinada. Nosotros las habíamos llamado hogueras de Sant Joan, aunque yo prefería nombrarlas “un recuerdo doloroso”.

Y, aun así, no era un sonido que debía haberse escuchado.

No en febrero.

No en Alemania.

No en un mitin político.

Y por supuesto, no en unas cocinas.

El único que se sigue moviendo con decisión es Friedrich, él tenía claro su objetivo, porque para él no había nada más importante que ponerme a salvo, eso había dicho en más de una ocasión y eso me parecía algo demasiado puro y bonito como para llegar a creerlo viniendo de la misma persona que se había atrevido a compararse con el mismísimo Lucifer.

—¿Qué fiesta tienen ahí montada? —Charlotte agarra el brazo de su marido y se levanta—. ¿Para eso se les paga?

Friedrich me agarra del brazo cuando se escuchan gritos y veo cómo a Hugo le cambia el rostro por completo y aparta de un empujón a su madre.

—Daniella…

—Hugo… —advierte Theodore—, tenemos que irnos.

Charlotte Müller agarra de la chaqueta a su hijo, intentando llevárselo cuando todo el mundo estaba aún desconcertado, como si supieran algo que el resto no.

Se queda dubitativo y no sabe qué hacer.

—Yo…

La puerta de la cocina se abre y es cuando el verdadero caos comienza cuando vemos cómo muchos trabajadores se estaban amontonando mientras el rojo carmesí empezaba a coger fuerza en algunos cuerpos.

Y el caos se desata.

—Mierda —Narciso reacciona y me cubre con su cuerpo cuando una avalancha de personas se lanza en busca de auxilio, pasando cerca de nosotros—, quédate quieta.

Hugo sacude su brazo y mientras las personas corren por ponerse a salvo y Friedrich me mantiene resguardada, decide redimirse de cualquier daño que pudiera haberle causado al que sus amigos llamaban el amor de su vida y va a contracorriente de los que huyen. Y sus padres, en vez de seguirle, buscan salir de todo el tumulto de gente y conseguir salir airosos de la situación.

—Sáca-a-ala de aquí y sácala c-con vida.

—No lo dudes.

Ambos asienten y Narciso toma mi mano con fuerza, asegurándose que ni nada ni nadie puede separarme de él y veo su intención de arrastrarme hacia la salida.

—¿Qué está pasando?

Se gira cuando alguien empieza a disparar contra los que se acercaban a la puerta casi consiguiendo huir.

—Mierda —Da media vuelta y nos reconduce—. Hay tres salidas de emergencia —Indica—, vamos a por la de los baños.

Alguien tira de mí y veo cómo el puño de Friedrich se levanta para impactar contra el pómulo de mi asaltante.

—Que sea la última vez que la tocas…

Lo tira al suelo y lo desarma.

—Tanto sin verte…

—Me alegra saber que te acuerdas de mí —No había vida en la voz de Friedrich, no había sentimientos, no había ni furia ni rabia ni enfado, era demasiado neutro, demasiado calculado—, es bonito que lo último que vayas a ver sea una cara conocida.

Cierro los ojos y me escondo bajo su brazo cuando comienza a disparar, consiguiendo que me encoja en el sitio por el terror que me entra.

No iba a tener piedad.

—A tomar por culo la chaqueta —La tira a un lado y me pone frente a él—. ¿Estás bien?

Niego.

—¿Qué está pasando?, ¿quién era?

—Un viejo conocido con el que trabajé —confiesa— Tengo que sacarte de aquí —promete y tengo miedo de que la cumpla sin que le importe cuál es el resultado para el resto. Afianza su agarre en mí y añade—: No me sueltes, ni se te ocurra hacerlo.

Me sujeta por el brazo y grita cuando es incapaz de mantenerme a su lado y se ve en la obligación de empujarme tras una pequeña explosión que iba directa adónde estábamos.

Un boquete se abre cerca de una de las puertas de emergencia, permitiendo que varios francotiradores comiencen su función y para nuestra fortuna varios seguratas se unen a nosotros.

Una polvareda me ciega y me arrastro a gatas, clavándome algún que otro cristal mientras trato de ponerme a salvo.

Me escondo detrás del escenario o eso intento.

—¡Manuela! —Jhon me toma del brazo y me ayuda a levantarme mientras cambia el cargador a la pistola que llevaba en sus manos—. Es una larga historia…

—Friedrich…

Lo buscamos rápidamente y me llena cierto orgullo verle pelear junto a Hermann y Ghaaliya contra varios.




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