II.
El diario de la abuela Cat.
Quizás no sería tan mala idea pedirle a su abuela Cat que le acogiera mientras su primo y los amigos invitados permanecieran en la casa; aunque si lo hacía y ella le preguntaba el motivo, tendría que contarle sobre lo ocurrido con Robert hacía dos veranos. Se preguntaba, cómo reaccionaría su abuela ante la historia de amor de verano que le había roto el corazón.
Se escabulló entre las sombras del pasillo hasta la habitación de su abuela, desde la puerta de la habitación podía escuchar la delicada música que la mujer escuchaba mientras bordaba aquel pañuelo que se había propuesto desde mayo y por una razón u otra se había decidido a empezarlo hasta mediados de julio. Golpeó con los nudillos la puerta y escuchó que Catherine le decía que pasase. Inhaló profundamente y exhaló con fuerza al mismo tiempo que abría la puerta para internarse en la habitación.
—¡Ethan! —exclamó feliz la mujer al verlo—. Pensé que seguías durmiendo, tu madre me dijo que te sofocas con el calor y te pones de malas. Espero que estés mejor.
La miró desconcertado. No sabía qué respuesta sería la adecuada para tal situación. Acababa de darse cuenta de que su madre imaginaba que tanto era su fastidio por el calor que por eso andaba de mal humor, así que de algún modo esa historia le resultaba más conveniente que decirle la verdad a su abuela.
—Estoy mejor abuela, gracias —respondió esbozando una sonrisa aliviada—. ¿Ya casi acabas con el bordado?
—Para nada, la verdad es que el diseño que planeé es mucho más ambicioso de lo que pensé —explicó la mujer mostrándole el patrón de flores dibujado sobre el lienzo de tela—. Creo que se veía mejor en mi mente, de lo que se ve ya bordado…
—A mí me parece bonito —dijo acercándose a mirar con detenimiento las puntadas de colores de su abuela—. Siempre has hecho bordados preciosos, abuela.
La mujer le miró con ternura, la misma ternura con la que siempre le había mirado desde muy pequeño. Le gustaba mucho pasar tiempo cerca de su abuela, hasta hacía dos veranos, podía hablar de todo con ella sin sentirse juzgado. Ella había sido la primera persona en saber que era gay, incluso ella misma se había dado cuenta antes de que él lo admitiese; así que, cuando él le contó lleno de miedo e incertidumbre, ella le llenó de besos y le dio el abrazo más reconfortante que podía recordar; también fue su abuela quien lo acompañó a hablar del tema con sus padres y hermana, siendo la que sembró paz y armonía en la conversación.
Ella conoció a su primer novio, Matt, y le consoló cuando la relación terminó porque el otro muchacho había tenido que mudarse a Seattle con su familia. Su abuela lo sabía casi todo, menos lo de Robert. ¿Por qué no se había atrevido a contarle a ella lo sucedido con el mejor amigo de su primo Martin?
Quizás porque se trataba de un amigo de uno de sus primos, y eso podría resultar incómodo a su abuela ya que pudo haber un problema serio entre sus nietos. O tal vez era debido a que gracias a eso él había decidido cerrar su corazón durante las vacaciones de verano, porque había dejado de creer en el amor de verano en el que toda su familia creía fervientemente.
—¿Querías hablar de algo, hijo? —le preguntó su abuela.
Había olvidado que ella podía ser más intuitiva que su madre, y que era precisamente por eso que había mantenido tan buena comunicación con la abuela Catherine.
—Sí abuela —admitió sentándose sobre la cama—. ¿Puedo dormir en tu habitación cuando Martin llegue?
La abuela le miró confundida, como si no lograse entender lo que acababa de pedirle.
—¿Tuviste algún problema con Martin?
—No. Pero escuché que también Rosie invitó un amigo que acaba de conocer, y ya seríamos muchos en el cuarto; Martin y su amigo, el amigo de Rosie y yo, y con eso de que el calor me sofoca…
Los ojos de la mujer escudriñaron su rostro en busca de cualquier indicio de mentira en sus palabras. Podría engañar hasta a su madre con cualquier pretexto que tuviera que ver con el calor, pero no tan fácilmente lo haría con Catherine.
—Puedes quedarte aquí conmigo, si quieres Ethan —le dijo la mujer tras suspirar—. Me gustaría que me contaras lo que pasó con el amigo de Martin, porque desde que lo trajo por primera vez hace dos años, dejaste de ser entusiasta y alegre durante estas vacaciones en particular. El año pasado pasaste más tiempo encerrado en el cuarto de Anabel que conviviendo con todos. Tal vez Helen cree que estás pasando por una etapa de la adolescencia en la que te has vuelto cascarrabias, pero yo sé que algo pasó ahí…
Casi se atragantó al escucharla decir eso. Desvió la mirada hacia sus pies colgando de la cama, como buscando en su mente cualquier cosa para responderle. Sintió cómo sus ojos se llenaron de lágrimas al no hallar una respuesta qué dar, y su abuela le miraba con atención sin presionarlo, esperaba pacientemente a que decidiera sincerarse con ella.
—Yo me enamoré de Robert hace dos años… —confesó limpiándose las lágrimas que habían logrado escapar a través de las cuencas de sus ojos—. Pero para él fue solo un jugueteo de verano.
Silencio. Su abuela no había emitido sonido alguno tras su confesión, solo lo miraba atentamente invitándolo a desahogarlo todo.
—Yo creí que él también se había enamorado de mí, no lo dijo, pero me miraba de una forma que me hizo pensar así —reflexionó en voz alta—. Yo le dije que estaba enamorado de él, y no respondió, se quedó callado pero sonrió; juro que esa sonrisa fue linda, no como si se burlara de mí por estúpido, sino como un “ya somos dos”, o eso pensé entonces…
Volvió a quedarse callado, en espera de que su abuela quisiera responderle cualquier cosa, pero de nuevo hubo silencio de su parte. Levantó la mirada con cierta timidez y se dio cuenta de que su abuela lo miraba atónita, volvió a mirarse los pies sin saber cómo reaccionar a ello.
Editado: 26.02.2023