XX.
Nuestra primera Navidad juntos
El aroma a galletas de jengibre, chocolate y menta tenía inundada su casa. Desde un par de días atrás, su hermana se había dedicado a hacer galletas para obsequiar a sus amigos en la escuela y había hecho tantas que su madre había decidido llenar los galleteros de cerámica de la abuela para decorar algunos espacios de la planta inferior de la casa.
Como la mayoría de ellos tenían motivos navideños, no desentonaban con la decoración navideña que su familia había comenzado a poner desde Thanksgiving como era costumbre impuesta por su abuelo, “Acción de Gracias es la invitación a vestir de Navidad la casa”, solían decir su madre y su tío imitando el tono del abuelo, y eso siempre hacía reír a la abuela.
La Navidad en su casa era una mezcla de aromas y sabores entre México y Estados Unidos; incluso algunos de los adornos que solían decorar la casa habían llegado desde México porque el hermano menor del abuelo les había visitado una vez llevándoles adornos y alimentos típicos. Aquella vez que vio al tío abuelo Juan fue un par de años antes que el abuelo falleciera de forma repentina llenando de tristeza a los Torres y a su familia por igual.
No era que no hubiera contacto con ellos desde ese 18 de febrero de 2008, cuando su abuelo falleció producto de un infarto fulminante mientras revisaba la mercancía recién recibida; Rosario y Juan Torres viajaron hasta Orlando en compañía de sus hijos y un par de nietos para despedir a su abuelo, había sido la primera vez que veía tanta gente en la casa de sus abuelos. Después de eso, las Navidades, fin de año, cumpleaños de la abuela, aniversario luctuoso eran los principales motivos de llamadas telefónicas y envío de paquetes entre ellos y su abuela.
—Llegó un paquete del tío Arthur —le anunció su hermana desde el umbral de la puerta—. Son nuestros regalos de Navidad, y mandaron uno para Joaquín también…
—¿En serio?
—Sip —la escuchó canturrear mientras se meneaba de un lado a otro de forma juguetona—. También llegó un paquete de Veracruz, es del tío Juan.
—¿Dulces otra vez?
—Ni idea, la abuela no lo ha abierto todavía, dijo que lo abrirá más tarde porque todavía están revisando los ingredientes que la hija de la tía Rosario envió para preparar mole o algo así dijo…
—¿De verdad se van a aventurar con algo que jamás hemos comido?
—Parece que sí, aunque tal vez sea hasta que llegue Joaquín, porque dudo que mi mamá tenga más idea que la abuela —la escuchó burlarse mientras se encogía de hombros—. En fin, no todo lo que se encuentra en YouTube es útil…
—Joaquín llega mañana en la mañana, iré por él a la estación, ¿vendrás conmigo?
—¡Por supuesto! —la oyó exclamar alzando los brazos—. No me perdería el reencuentro de los tórtolos…
—Cielos Anabel…
—Me da gusto ver esa sonrisa boba que pones después que hablas con él; además, te has vuelto mejor hermano estos meses desde que se hicieron novios…
—¿Mejor hermano? —preguntó visiblemente confundido.
—Sí, antes rara vez nos observabas, y ahora estás pendiente de si estamos o no bien, mi cumpleaños fue mejor gracias a ti; además estuviste conmigo después de que me peleé con Mandy y me ayudaste a hacer las paces con ella —le explicó con amplia sonrisa—. Después de lo que Robert te hizo siempre estabas de malas, no querías sacar la nariz de algún libro o videojuego, no pasabas tiempo conmigo, incluso te perdiste el décimo aniversario luctuoso del abuelo…
—De verdad lo lamento mucho…
—Ya todo eso pasó, esta versión de mi hermano me gusta mucho, y voy a darle un regalo genial a Joaquín, porque me devolvió a mi hermano.
La sonrisa de Anabel era juguetona pero honesta; recordar esos dos años sumido en sí mismo le hacía sentir un poco avergonzado, a pesar de que su abuela le había dicho que había sido un proceso necesario para madurar y valorar lo importante.
—Vamos a ver si la convencemos de abrir los paquetes de una vez —dijo animando a su hermana quien no necesitaba demasiado estímulo para correr escaleras abajo para intentarlo.
Cuando llegó a la sala de estar Anabel ya estaba intentando convencerla mientras su madre se reía a carcajadas desde la cocina, le fascinaba el ambiente festivo y ligero que había en su familia para las fiestas decembrinas.
—¡De acuerdo, tú ganas! —escucharon a su abuela resoplar dándose por vencida—. Saca los paquetes de mi recámara…
Anabel celebró canturreando mientras corrió hasta la habitación de su abuela para llevar los paquetes hasta la sala en un par de viajes.
—¿No los iban a abrir? —preguntó la abuela Cat mirándolos a ambos.
—Bien… —susurró acercándose a la caja que había sido enviada desde México, comenzando a retirar la envoltura y la etiqueta con los datos del remitente y el destinatario.
Su abuela se sentó frente a ellos y los miró con amplia sonrisa.
—¿Cajas? —preguntó Anabel terminando de abrir uno de los dos paquetes que había enviado su tío—, ¿más regalos?
—Tu tío dijo que no vendrán para la Navidad pero vendrán antes del año nuevo, así que los regalos para ustedes y Joaquín ya están puestos debajo del árbol de Navidad, esos regalos deben ser para tus padres…
—Sí, así es —respondió su hermana revisando las pequeñas etiquetas—. Y dos para ti abuela.
—Sí que a tu tío le gustan las sorpresas —se quejó la mujer estirándose para alcanzar unas tijeras y dárselas—. Ese tipo de plástico mejor córtalo, no te vayas a lastimar las manos —le indicó.
Tomó las tijeras y terminó de abrir la enorme caja.
—Dulces, botanas… —dijo comenzando a sacar las bolsas de golosinas que habían sido enviadas—. Es demasiada caja para… —enmudeció viendo una caja más, forrada de hule espuma—. Hay otra caja aquí debajo de los paquetes de dulces.
Editado: 26.02.2023