Blackness

Diez

Cada uno subió en pareja al ascensor ya que había un cartel con malísima ortografía que decía “sólo dos personas por subida”. Nannette y yo fuimos los últimos en subir.

— ¿Segura de que quieres compartir habitación conmigo? No me molestaría en decirle a Amber que cambie de sitio conmigo —dije mientras se cerraban las puertas del ascensor.

Ella sonrió he hizo que volteara a mirarla.

— ¿Por qué no puedes aceptar el simple hecho de que quiero dormir contigo? — dijo rodando sus grandes ojos violetas.

Lo que dijo me dejó estupefacto por segunda vez consecutiva en la noche.

— Tu cara de sorpresa resulta un poco insultante.

Decir que me tiré encima de ella es quedarse corto. Todas las partes de mi cuerpo la necesitaban. Besé ferozmente su boca. La necesitaba, Dios. Ella era mi adicción personal. Ella me devolvió el beso, que al principio fue dulce y cálido, nada comparado con el mío, pero luego fue duro y necesitado, ella me necesitaba y estaba más que feliz de complacerla.

Un sonido horrendo hizo que ella se separara de mí. Tenía los labios hinchados y su cara estaba completamente roja. Era adorable.

Las puertas del ascensor ya estaban abiertas. Agarré la suave mano de Nan y la entrelacé con la mía. Ella me dio una gran sonrisa y salimos del ascensor. Caminamos por un pequeño pasillo decorado con una alfombra roja y paredes grises, definitivamente era una horrible combinación.

— ¿Qué habitación es? — Le pregunté.

— Ehm… —dijo buscando el número en la llave—, G152.

A ver… G145, G147… Caminamos más hasta que por fin la encontramos. Nan metió la llave en la rara cerradura y ésta sin tanto esfuerzo se abrió. Encendí la luz, dejando ver una cama king, una puerta que me imaginaba que daba al baño y una pequeña sala.

— Es… acogedora —comentó Nan.

Me reí. Ella siempre le veía el lado bueno a las cosas.

Ella pasó y se sentó en el borde de la cama. Cerré la puerta detrás de mí y la vi con una sonrisa.

— ¿Quieres bañarte? —le pregunté.

Ella negó con la cabeza, sólo se quedó ahí, mirándome.

¿Te vas a quedar ahí parado toda la noche o piensas terminar lo que habías empezado en el ascensor? —me reprendió mentalmente.

Y una mierda. ¿Ella…? Maldición, ¿qué había pasado con la Nan que se sonrojaba por todo? No me atreví a responderle, caminé hacia ella a un paso normal, no quería que se asustara o se retractara. Ella se quitó sus zapatos sin despegar su vista de mí y se arrimó un poco hacia atrás quedando en todo el medio de la cama.

Ya estando en la cama ella literalmente se abalanzó sobre mí, dejándome debajo de ella y ella a horcajadas de mí. Tuve una erección instantáneamente a lo que ella se rio al sentirla. No pude reprocharle nada ya que su boca arrasó con la mía a un ritmo desesperadamente necesitada. Sus besos fueron fuertes, sus manos desesperadas, tocando cada parte de mi cuerpo.

Ella quería jugar conmigo y volverme loco, pero ya dejé que tomara el control lo suficiente. Rápidamente estaba debajo de mí mientras que yo estaba encima. Frunció el ceño y yo me reí ante eso. Acaricie su cara y ella cerró sus ojos disfrutando de eso. Mis manos viajaron a una velocidad sorprendente por su camisa. De un rápido movimiento se la saqué por encima de su cabeza.

Ella traía bajo de esa maldita camisa un sujetador de encaje negro que hacia resaltar su color y… Madre… ¡Maldita sea! Mi pobre polla exigía acción, y rápido. Ignoré el palpitante dolor de mi entrepierna y viajé a su cuello dejándole besos suaves y lamidos lentos hasta llegar a su estómago. Volví a repetir mis acciones hasta que ella soltó una maldición, lo cual me hizo reír he hizo que se estremeciera.

Mis manos recorrieron su espalda para encontrar el cierre de su sujetador. Rápidamente lo abrí, luego se deslizó por sus brazos. Ella era perfecta. Tenía que haberlo sabido. Ella tenía que saberlo. Pero viendo sus perfectos y duros pezones rosados contra su suave y cremosa piel me hizo enloquecer.

Atrapé uno de esos pezones en mi boca y comencé a succionar lentamente. Ella se aferró a mis brazos y llenó la habitación con un grito. Quería empezar despacio, pero todo autocontrol que se suponía que tenía desapareció. Dejé libre su pezón y pasé mi lengua rápidamente sobre el otro. Nan soltó un leve gemido y arqueó su espalda hacia mi pecho.




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