BLANCA
—Necesito que me enseñes esa técnica de bloqueo —dijo Azai mientas entraba a la sala en entrenamiento—. Eso y cómo demonios es que puedes aguantar... —observó el reloj que colgaba de una de las paredes— ...tres horas seguidas de entrenamiento.
—No estoy de humor —le propiné un golpe al saco de boxeo.
—Hmm... a mí me parece que sí.
Seguí golpeando el saco, mis nudillos ya estaban rojos debido a que solo uso vendas. No pude dormir otra vez, así que llevo aquí desde las cuatro de la mañana. Tenía que despejar mi mente y la única forma era haciendo ejercicio y entrenado un poco, últimamente me he sentido algo fatigada y necesito reforzar mis ataques.
—Azai —dije sudando y resoplando—. ¿No tienes a quién molestar?
—Sabes que no. A estas horas la mayoría no está disponible.
—Inclúyeme en esa mayoría —dije jadeando. Le propiné un par de golpes más al saco antes de decir: —¿Alguna otra cosa que quieras?
—Ya te dije no.
—Pues ya lárgate.
—Hmm... esa no me parece una opción —dijo mirando sobre su hombro—. ¿Pero qué te parece si...
—No —espeté—. La respuesta a cualquier pregunta es no. Solo quiero que te vayas.
—Vaya, cuánto interés.
Rodé los ojos y continué golpeando el saco. Me sorprendía la capacidad que tenía Azai para colmar la paciencia, y su terquedad, y sus malos e inoportunos chistes, y su errónea galantería, y...
—Blanca. ¿Alguna vez te has preguntado, por qué somos los guardianes quiénes protegemos a los demás?¿Desde cuándo recayó esa responsabilidad sobre nosotros?
Detuve el puño a medio camino y dejé de golpear. Me giré hacia él para decir—Nosotros, los guardianes, servimos para proteger. Estamos dispuestos a sacrificar nuestra integridad y hasta nuestras vidas con tal de salvar las de otros. Nosotros, los guardianes, conocemos los riesgos por el simple hecho de llamarnos como tales. A nosotros, nadie nos obliga a llamarnos como nos llamamos y a hacer lo que hacemos, así que si tienes algún problema con eso, eres libre de irte.
Se mantuvo callado por un momento, meditando acerca de las palabras que acababa de proferir. Me alegré de su silencio, y volví a mis actividades. Al parecer entrenar de madrugada despejaba mi mente.
—Sí, pero aún no has respondido a mi pregunta.
Trágatelo tierra
Miré el reloj que colgaba en la pared, ya marcaban las siete treinta, y decidí que el entrenamiento había terminado por hoy.
—Pues verás quién lo haga. Yo me voy.
Me dirigí a mi dormitorio para darme una ducha y luego presentarme ante Jasón. Tenía algunas dudas que necesitaba él me aclarase, y necesitaba resolverlas ya.
Me quité la ropa de entrenamiento, entré al cuarto de baño y abrí el grifo. Agua helada bañó mi cuerpo en unos instantes y me relaje mientras la dejaba correr. Puse mi mente en blanco y me desconecté de todo, ya que ese era el único momento que podía permitirme compartir conmigo misma.
Luego de cambiarme, bajé con el cabello aún húmedo a la biblioteca, esperaría allí hasta que Jasón esté en su oficina. Lamentablemente para dirigirme a ella, tenía que pasar por el comedor, y precisamente quería evitar a todos.
Caminé raudamente pero con paso grácil para que nadie me notara, aunque al parecer eso no fue suficiente cuando Jasón dijo: —Blanca, siéntate a la mesa, es la hora del desayuno.
—No tengo hambre, paso —dije lo más amablemente posible.
—Blanca, no lo repetiré. Ven aquí y desayuna, con nosotros. Realizas demasiado esfuerzo físico, come algo por lo menos para recuperar fuerzas.
Suspiré, y obedecí. Al acercarme a la mesa observé diversos platillos sobre la mesa. Amadis se esmeraba en cada comida cuando la hacía. Habían huevos revueltos, cereales, tostadas, frutas, jugos, yogurt, panecillos y miles de otras cosas más a las que no les tome importancia.
El comedor estaba repleto, todos los guardianes estaban allí desayunando, con algunas excepciones que de seguro estaban de guardia o en una misión. Tenía que salir de allí mismo ya.
Tomé una taza de café, que afortunadamente estaba no tan caliente, y cogí un plátano del frutero. —Que disfruten de su desayuno. Jasón, tenemos que hablar. Esperaré en la biblioteca hasta que termines —dije, y me retiré de aquella concurrida habitación.
Ya habría otro momento para tomar desayuno "en conjunto". Pero ahora no era el momento.
Un pensamiento fugaz cruzó por mi mente, ¿le habrán dado ya de comer al civil?, pero lo alejé tan pronto y con la misma rapidez con la que apareció. Ese no es mi problema.
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Veinte malditos minutos
Eso fue lo que demoró Jasón mientras yo esperaba en su oficina. Estaba pensando en si me aclararía la duda que tenía , cuando la puerta de la oficina sonó y entró Jasón.