La directora traga saliva y me aparta su mirada con un poco nerviosismo, luego continúa dándole órdenes a los asistentes normalmente. Empiezo a tratar de adivinar cuál será el anuncio que dará en el almuerzo, porque debe de ser algo bastante importante, la abundante decoración lo amerita.
Me levanto de la piedra grisácea donde estaba sentado y camino hacia la orilla de la colina para bajarla. El viento sigue soplando cada vez más fuerte, pero mi piel no se ve afectada, ya que el abrigo negro que llevo puesto impide que hagan contacto. Las ráfagas van acompañadas de algunas hojas amarillentas ya desprendidas de distintos árboles, además de algunos puños de tierra, lo cual hace que se me dificulte un poco ver.
Camino hacia la ventana del comedor, aunque no me acerco mucho. Me quedo de pie frente a ella, mirando por un momento el interior del comedor y la escandalosa decoración en sus paredes. La directora vuelve a notar mi presencia y mi mirada penetrante, así que abre sus ojos enormemente, y casi de inmediato, cierra bruscamente la cortina para tapar la ventana y dejar a mi vista únicamente la frágil tela de la cortina grisácea.
Me quedo extrañado por su reacción, ya que me recuerda exactamente al comportamiento que tuvo el padre de Dressler cuando lo vi en su cabaña, y finalmente descubrí que él esconde algo, aunque no sé qué es a ciencia cierta.
El comportamiento de la directora me deja mucho que pensar, y sé que ella también esconde algo muy oscuro.
Escucho un pequeño ruido, acompañado de un rechinado, que me saca de mis pensamientos. Veo que se trata de la puerta del comedor.
Ante mi se aparece la directora Teressa, la cual viste un saco rosado claro elegante, combinado con una enagua lisa y corta del mismo tono, mientras que de calzado utiliza unos tacones blancos que combinan con la camisa que lleva bajo el saco.
—Disculpe mi falta de respeto al cerrarle la cortina en la cara, pero era necesario. La decoración es una sorpresa que les tengo preparada, nadie puede verla —pronuncia con una sonrisa que demuestra relajación.
—Me imagino. —Intento mirar con más detenimiento el interior del comedor, pero recuerdo que la cortina está cerrada—. Deber ser una gran sorpresa, ya que he visto que están decorando mucho.
—Creo que es necesario con todos estos problemas que están sucediendo. A como dicen: después de la tormenta, viene la calma. No todo en esta vida es color de rosas, cada cosa, por más bella que sea, tiene algo que la hace imperfecta. Hasta la rosa más hermosa tiene espinas, ¿no le parece?
Ambos nos quedamos mirándonos fijamente por unos segundos, los dos demostramos fuerza en nuestra mirada.
No hay que mostrar debilidad ante el enemigo.
—Tiene usted toda la razón, señora directora. —Arqueo una ceja.
—Pero dígame, ¿qué lo trae por acá? ¿Necesita algo? —me pregunta la directora mientras junta sus manos.
—No, yo sólo... —Un ayudante de la directora se acerca hacia nosotros e impide que hable.
—Disculpe señora directora, sobraron algunas guirnaldas —le informa el asistente sin mirarla a los ojos.
—¿Y qué? —grita la directora, demostrando su autoridad—. Déjelas por ahí, yo ya voy a ver qué las hago. Ya le dije que no me gusta que se detenga sin mi permiso, sólo puede parar de trabajar cuando yo lo ordene.
—Como usted diga patrona —contesta sumiso y vuelve a ingresar al comedor.
—Como hay personas ignorantes hoy en día, por eso deseo comprarme unos cuantos androides para dejar de contratar a estos humanos inservibles. —La directora aprieta su puño con bastante fuerza.
Miro detalladamente su comportamiento y su expresión facial, veo que cuando se ha referido a los humanos como "inservibles", lo ha hecho con mucho odio, como si ella no fuera uno de ellos.
—¿En qué estábamos? —pregunta rompiendo el silencio, mientras su expresión facial vuelve a tornarse tranquila.
—Nada, yo ya me iba.
—Bueno, lo dejo. Debo regresar a mis labores, ya ve que en un descuido los empleados se aprovechan. Lo estaré esperando en el comedor a mediodía, es muy importante que esté presente. No debe faltar nadie. —La directora se despide de mí con una sonrisa y vuelve a ingresar al comedor.
Al cerrar la puerta del establecimiento, un repentino aire frío pasajero se hace presente en el ambiente.
Me quedo allí, solo, frente al gran comedor de estilo barroco, en un profundo silencio, donde mi única compañía es la soledad y el único ruido presente a mi alrededor es el del viento. Comienzo a caminar para alejarme de allí e irme a buscar la próxima aula donde impartirán la clase siguiente. Ya ha pasado bastante tiempo desde que salimos del laboratorio.
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Editado: 16.11.2019