41. Dar la vida...

—Mañana saldré en la noche —informa papá, mientras meto un puñado de palomitas a mi boca—. No puedo asegurar a qué hora llegaré.

—¿Reunión importante?

—Negocios con la empresa.

—Maravilloso.

—¿Vas a ir a ese baile del que todo el mundo habla?

—Todo el mundo, o las señoras que te miran como si quisieran atragantarse con tu lengua cada vez que vamos al supermercado o a alguna zona súper poblada —le dedico una mirada por unos momentos antes de volver a dejarla en el televisor—. No lo sé pa, no creo que vaya. Temo perder el control, iría si fuera una cena.

—Blue, lo que sucedió...

—Ya lo sé —asiento, porque hemos tenido esta conversación varias veces. Ahora ni siquiera tengo ganas de ver la película—. Ya lo sé ¿si? Solo que no quiero volver a cometer ningún maldito error como con él ¿entiendes?

—No fue tu culpa, Blue.

—Sé que no lo fue —la mirada que me dirige me hace rodar los ojos con exasperación—. Todavía trato de convencerme de que no fue mi culpa ¿bien? Cada vez que quiero intentar algo es como si retrocediera y me dijera que no es correcto. El día de ayer me olvide de ello pero...

—¿Qué paso el día de ayer?

Las imágenes de Christopher y yo, la manera en la que nuestros labios se movían entre otras acciones llegan a mi no con brusquedad, porque no pensé nada en ese momento, solo sentí armonía. En cambio, mientras manejaba, en el horario de clases, haciendo tareas. En fin, desde que sucedió no puedo quitármelo de la cabeza.

—Lo que paso no tiene importancia —miento—. Trato de llegar al punto en que no quiero...

—No lo hiciste tu, cariño. Si quieres verlo como un error, está bien, tal vez si cometiste muchos errores pero no puedes estancarte, debes seguir.

Suspiro, recostando mi cabeza en su hombro. Papá deja un beso en la coronilla de mi cabeza, rodeando mis hombros con uno de sus brazos.

—No quiero lastimar a nadie más, pa —murmuro, en tono bajo, sincerándome con lo que verdaderamente ha carcomido mi cabeza desde hace mucho tiempo y con gran énfasis ayer en la noche que acepté que siento algo por Reynolds.

Puede que desde antes, el problema era que trataba de no pensar en ello.

—A veces elegimos quien nos lastima, muchas veces decidimos lastimar, otras, se lastima con los ojos cerrados, de modo inconsciente. —dice, aprieto mi labios en una fina línea—. La vida consiste en puñaladas, una tras otra; a veces por detrás, otras por delante. Puedes ser tu quien apuñala, o otra persona —hay un breve silencio—. No dejes que las puñaladas eviten que camines; deja que fluyan, entre puñalada y puñalada, aprendes a pensar con corazón y cerebro a la vez. Ese es el verdadero amor, el que te hace más fuerte.

Río.

—Pero qué cursi, Ryan ¿De ese modo enamoraste a mamá? No había notado que saliste de una fábrica de Nestlé.

—Salí de la fábrica de los dioses, hija mía —bromea en tono arrogante.

Una vez más hay silencio.

—Más cicatrices se obtienen, mas vendas hay que usar —susurro, en un tono bajo.

—Las vendas se retiran, Blue. Las cicatrices se quedan como una enseñanza.

—¿Cual es la enseñanza de la mía? —cuestiono en tono bajo, recordando al muchacho que hace unos años me sonreía como si fuera lo mejor que hubiera sucedido en su vida.

—La enseñanza es relativa, muchas veces quiere decir que no debes hacer algo otra vez; a la que nos estamos refiriendo los dos es una enseñanza que indica que no porque haya salido mal la primera, saldrá mal la segunda, o la tercera.

—¿Eso crees? —le dirijo una mirada.

Papá me regala una sonrisa, luego me da un zape en la cabeza. Gruño.

—Por supuesto que sí, tonta. Respóndeme la pregunta ¿vas a ir al baile?

—No estoy segura.

—En caso que lo necesites puedo llevarte yo antes de irme —sugiere, con una sonrisa adornado sus labios.

—Gracias por la oferta, pa —me guiña un ojo—. Creo que puedo hacer algo productivo en casa quedándome a ver de nuevo la película porque ¡Enhorabuena, Ryan! no hemos perdido el jodido final.