Miré a mi alrededor con la vista un tanto borrosa. La cabeza me daba vueltas y si intentaba ponerme de pie las náuseas hacían su aparición estelar haciendo girar lo que se suponía que no debía hacerlo. Era asqueroso. Mis ojos se quedaron fijos en las decoraciones de pinceladas negras en la baldosa, resultaban ser impactantes a la vista. Los colores rosas que estaban en las cortinas, en la ropa tirada por el suelo, e incluso en las sábanas de la cama donde me hallaba sentada me dieron una idea de dónde estaba.
En mi cabeza apareció de manera confusa lo que había sucedido anoche: había bebido con mis amigas en un claro en el bosque. Era borroso, no alcanzaba a recordar mucho más allá de estar sentada en el suelo del bosque observando como Mia, mi amiga, bailaba muy pegada junto a mi otra amiga, Carla.
Y cuando intentaba ver algo más… encontraba un extraño reflejo azul. También era borroso, pero parecía ser una camisa azul, o algo más que no lograba identificar. Y un olor a miel bastante concentrado. Sentía que había olvidado algo bastante importante y aquello me preocupó.
Una sábana rosada cubría mi cabeza y parte de mi cuerpo aislando el poco calor que lograba emanar a pesar del intenso frio mañanero. Mis pensamientos se disiparon cuando la puerta de la habitación se abrió, no fue suave, simplemente la lanzó contra la pared y entró; Mia apareció envuelta en una bata rosada de algodón con un café humeante en las manos.
—Tu madre llamó. — informó, olisqueando el café que parecía estar recién hecho—Dice que te quiere ahora mismo en tu casa o va a venir por ti y te va a llevar de las greñas.
Arrugué mi entrecejo sin haber entendido bien de lo rápido que lo había dicho. Aunque de cierta manera sabía que mi madre era capaz de hacer aquello. Y cuando el móvil de Mia resonó con un pitido grave y que mandó punzadas por mi confundida cabeza, supe que, en efecto, mi madre estaba desesperada por saber dónde estaba.
—Buenos días— dije, una vez desplacé el dedo sobre el contestador— ¿Qué hay?
Al otro lado gruñeron. Sabía que mi madre debía estar exaltada, y no lo pasé por alto por lo que simplemente me mantuve en silencio, esperando por lo que sea que tuviera que decir. Escuché su respiración, y luego, sus agitadas palabras.
—¡Escúchame bien, Stacey! ¡te quiero ahora mismo aquí en la casa o voy a ir por ti y te voy a traer de las greñas! — gritó, utilizando las mismas palabras que había dicho Mia y sorprendiéndome por el nivel de furia que manejaba.
Podía imaginármela, con el rostro rojo e hinchado por el enojo, gritándole a la bocina del teléfono.
Sonreí.
—Madre, estoy un poco ocupada aquí— intenté desviar el tema lo mejor posible— no hemos terminado el trabajo que te dije.
—Querida hija mía, sé que no estabas estudiando —aquello lo pronunció con calma. Su tono descendió, y la escuché suspirar para pasar el leve enojo. — ven a la casa, hay algo que debo hablar contigo.
—De acuerdo— busqué con mis ojos por toda la habitación el resto de mi ropa. Solo llevaba puesta una blusa negra de tirantes y unos pantalones de algodón, me faltaban las bonitas medias de Hello Kitty y por supuesto, la chaqueta de mezclilla que estaba usando para protegerme del paralizante frio. — estaré ahí en cuanto encuentre mi chaqueta.
—Te espero.
Y colgó. Suspiré dejando en la cama el móvil de Mia quien se hallaba en la silla frente a su tocador observando divertida como buscaba como una completa loca la prenda que me faltaba. Al final, resultó estar debajo de la cama, a donde ella apuntó con el pie descalzo mientras tomaba un sorbo de su café.
Suspiré, poniéndome mi zapato derecho.
—Mia— su rostro se giró hacia mí en cuanto su nombre dejó mis labios. — anoche, ¿con quién estuvimos en esa reunión?
Sus ojos, castaños con una tonalidad muy parecida a la de su cabello, me observaron por encima del borde de la tasa. Se hallaron confundidos por unos segundos, quizá intentaba hallar las palabras exactas para responder, y cuando lo hubo hecho, bajó la tasa y respondió.
—Con los chicos de siempre, ya sabes— encogió sus hombros— algunos de la comisaria, algunas amigas de la escuela de Carla, nadie muy resaltable.
«Nadie muy resaltable»
Pero lo que yo recordaba si era resaltable. Ese destello azul. Parecía mirar directamente a mis ojos, era intenso, casi eléctrico, y el olor a miel lo tenía profundamente concentrado en mis fosas nasales, era dulce, atrayente, era incluso empalagoso.
Llevé dos dedos a mi sien, sintiéndome confundida, como si lo que hubiese ocurrido la noche anterior fuera creado por mi propia cabeza.
—¿Por qué preguntas? ¿sucedió algo en específico?
Moví mi cabeza, negando, mientras mis dientes atrapaban mi labio inferior y succionaban ligeramente. Si mi madre me viera en ese momento, probablemente me daría algún regaño, pues esa mujer odiaba esa manía tan espantosa, según ella.
—No es nada — respondí, quedándome sentada en el colchón de la cama, observando como la puerta se abría nuevamente y entraba Carla, mi otra amiga, con otra taza de café en las manos. — siento que he olvidado algo, pero es confuso.
Encogí mis hombros. Los ojos miel de mi amiga Carla, que eran una tonalidad bastante común en esa zona del país, me observaron con confusión mientras bebía de su café mirando por encima del borde de la tasa. Del otro lado de la habitación, sentada en su silla de tocador, Mia me miraba con cierta concentración.
—Quizá no sea algo tan importante— puso la tasa en la mesita— después de todo, solo fue eso, una fiesta.
—Una buena— dijo Carla, con una sonrisa de labios cerrados que dejaba ver perfectamente lo muy complacida que estaba de haber bebido anoche— pero solo una fiesta.
Su conclusión fue simple, y lograron convencerme de aquello. Quizá y tenían razón, quizá mi cerebro solo buscaba confundirse con lo que creía que había visto, ese reflejo azulado y ese concentrado olor a miel podía ser simplemente mi imaginación poniéndose creativa. Suspiré y busqué con mis ojos el bolso que anoche había traído. Uno morado, con figurillas rosas de Hello Kitty, dentro, debía estar mi móvil y el poco dinero que mi madre me había dado.
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Editado: 12.09.2024