Borden

Capítulo 11.

 

Scolly

El viento de la mañana era fresco, nada comparado con el de las noches, donde se te encogía la piel y temblabas para que no se apoderara de ti. Mientras iba caminando por los senderos de la mansión Borden, mi cabeza se fue al momento antes de venir aquí. Cuando Stacey me había confrontado en la entrada de la cabaña. Me había sentido extraño en ese momento, y sus palabras no se habían sentido bien. Por qué tenía razón, y eso hacía que me enojara conmigo mismo por no recordar que ella había sido criada de manera diferente.

«Ella había tenido una madre»

Las rosas, en tonalidades rojas, rosa y blanco, decoraban los caminos por los que iba andando ahora mismo, dándole un agradable aroma al jardín. Tenía un gusto exquisito por las rosas, especialmente las rojas, pues su belleza era indescriptible. La mansión Borden se alzaba imperiosa a unos cuantos kilómetros de la reja dorada principal. Con una puerta principal decorada en oro cromado, vigas en mármol, los caminos hechos con adoquines y un tamaño deslumbrante, la mansión Borden era conocida como el castillo de Meredith Borden, antigua reina de Francia y alcaldesa de Grier. Mi abuela.

Eso hacía que la ambición de los Borden no tuviera límites. Pero no habían sabido manejarlo, pues su ambición no los había llevado más lejos de este pueblo.

Al entrar en la mansión lo primero que recibió mi visita fue el cuerpo de empleados, los cuales estaban organizando decoraciones, manteniendo las baldosas libres de cualquier mota de polvo y los rosales que se extendían por el espacio, frescos y perfumados.  Hicieron una suave reverencia cuando pasé frente a ellos. Una suave melodía entonaba haciéndome cerrar los ojos y disfrutar de aquella sensación de libertad que la música otorgaba. Para cuando abrí los ojos, tenía a Beltrame frente a mí, el mayordomo principal de la mansión y la segunda persona en la que confiaba en todo este lugar. La primera era mi hermana.

La cual me estaba esperando en la entrada al comedor, con un vestido de esos que solía usar. Hombreras, decoraciones doradas sobre su pecho, y magas largas. Estas se movían con el paso que daba ella, rozando la piel de sus brazos mientras sus tacones resonaban cuando chocaban con la baldosa. Una sonrisa pequeña se dibujaba en sus labios, controlada y estratégica. 

Se detuvo frente a mí y miró con una mueca reprobatoria el chaleco negro que estaba usando debajo de la gabardina, uno de los botones se había salido y ella se ocupó de ponerlo en su lugar mientras sus largas uñas bañadas en sangre arañaban la tela.

—¿Cómo está todo por acá? — le pregunté poniendo una mueca cuando limpió los hombros de la gabardina. — ¿algo de lo que deba tener conocimiento?

Ella engrandeció su sonrisa, enganchó su brazo al mío y pronto estuvimos caminando hacia la sala del comedor, con Beltrame detrás de nosotros. Los sirvientes abrieron las puertas dejándonos ver la sala en su máximo esplendor, con un comedor en el centro con bordes de oro y centro de vidrio pulido. A la cabeza, estaba mi madre, Margaret Borden.

—Nada importante. — suspiró— nada sobre sus planes, frère.

«Hermanito»

Apreté la mandíbula. No pensaba que Steve fuera tan meticuloso haciendo sus mierdas, pero ahí estaba, con una copa en la mano, ignorando nuestra presencia. De mi madre solo veía su espalda a medida que nos acercábamos, su cabello caía lacio tras el espaldar de la silla. Al acercarnos por completo, escuché el tintineo de su manicura larga contra el vidrio de la copa con vino.

Tic, tic, tic.

Nos sentamos en nuestros respectivos asientos, yo frente a mi padre, Scarlett a mi izquierda. Los sirvientes pasaron a servir la comida en nuestros platos y el silencio se mantuvo en todo momento, pesado, susurrando cosas que eran mejor no saber, riéndose de lo que estaba oculto, que podría salir a relucir en cualquier momento.

«Se van a enterar. Y te van a castigar. A ti y a Scarlett»

Parecía que me susurraba en el oído, poniéndome nervioso, a merced del significado de sus palabras. Llevé la copa con vino a mi boca. Luego de beber el delicioso elixir fabricado en alguna reconocida ciudad de Francia, me acomodé en la silla para ignorar la tensión del ambiente. El espaldar se sentía duro contra con mi columna.

—Entonces— la voz suave de Margaret rompió el silencio. — ¿alguien va a decir algo o siempre tengo que ser yo quien hable?

La mirada de Steve estaba sobre su periódico, alzó levemente las cejas, demostrando la poca importancia que tenían las palabras para él, y soltó un leve bufido.

—No sé por qué siempre quieres entablar conversación, es claro, para esta familia no es importante— comentó, ganándose una mirada reprobatoria de mi madre. Ella siguió sonando sus uñas contra la copa, mientras le quitaba el periódico a Steve de la mano y lo estampaba contra el vidrio de la mesa.

—No se te olvide, cher, estás en mi espacio y se hace lo que yo diga. — arrugó el papel con la mano aún pegada al vidrio— y en este momento quiero una maldita cena familiar, ¿se puede?

Steve simplemente asintió, dejando de lado su interés por las noticias del periódico y poniéndola por completo en el plato de comida frente a él. Se giró hacia nosotros esta vez, Scarlett a mi lado se tensó, pero no tardo en disimularlo. Yo mantenía la vista puesta en las estatuillas en oro que decoraban el centro del comedor, dándole memoria a antiguas reinas de Francia. Margaret estaba obsesionada con el poder de la corona.

—¿Algo de lo que me quieran informar? — su voz había sonado calmada, incluso conciliadora, pero no lo era en lo absoluto, yo la conocía de verdad. Sus ojos nos miraron atentos, fijos en nosotros, generando presión.

Scarlett fue la primera en negar.

—Absolutamente, nada, madre — el tono controlado que usó pareció convencer a mi madre. Aun así, apretó los labios y se puso de pie de golpe.




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