Hasley
Al principio creía que al estar con Luke no presenciaría demasiado verlo consumir tabaco o uno
que otro rollo de marihuana, quizás porque se sintiese incómodo o al menos tendría un poco de
respeto pero, claramente, me equivoqué. Él lo hacía cada vez que tenía tiempo o simplemente
cuando nadie lo viese.
Me encontraba de nuevo a su lado en las gradas. La hora de almorzar inició hace cinco minutos y
obligué a mi estómago que no me pidiese comida para tener más tiempo con él. Me arrepentí. Me
arrepentía.
Confirmaba que Luke actuaba demasiado insípido. No me quería quejar, porque bien podría
ponerme de pie e irme de aquí sin tener que soportar más el olor de eso y su actitud tan irritable.
No lo hice. Quería seguir allí hasta que pudiese comprender un poco de lo que habitaba en él.
—Esta mierda ya no sabe igual —Luke se quejó tirando el pequeño rollo blanco al suelo y
aplastarlo con su zapato, volviendo su vista al frente sin interés alguno—. Me jode.
—Entonces ¿por qué lo sigues consumiendo? —Lo miré con los ojos entrecerrados, sin entender
sus palabras ni sus acciones.
—Su efecto es maravilloso —jugueteó.
Llamó mi atención el hecho de que lo haya dicho sin esbozar una sonrisa, como si sus
pensamientos estuviesen fuera de lugar o lejos de la conversación en la que nos sosteníamos.
Decidí no responderle y mirar al frente. Repitiendo mi pensamiento que se presentó algunos
minutos atrás, tal vez podía admitir que me empezaba a agradar la compañía del chico de algún
modo, dejando a un lado todo lo que soltaba con ciertas partes de abruptas y jocosas oraciones
hacia mí u otras personas. Él me denominaba como su chicle. Ya habían pasado dos semanas que
nos hablábamos, seguía sin saber nada de él, simplemente hablaba y se quejaba de todo lo que
odiaba. Si alguien era bueno para quejarse, ese era él.
—¿Cuál es tu última clase? —De repente preguntó, sacándome de mi burbuja y obligándome a
mirarle. Él ahora lo hacía con detenimiento y su rostro neutro.
—Ciencias sociales, ¿por qué? —soné confundida.
—Me tengo que ir —avisó, cogió su mochila y bajó las gradas rápidamente sin darme tiempo de
quejarme.
Miré atónita su espalda y un poco abrumada por sus movimientos.
Bufé cansada, frustrada y enojada, entre sus derivados. Me puse de pie perezosamente,
dirigiéndome a la cafetería. Probablemente Zev estaría enojado. De acuerdo, realmente no me
preocupaba, él siempre solía actuar tan paranoico y dramático. Señor del drama lo apodaban.
«Tú no te quedas atrás», mi subconsciente jugó.
Entré por las puertas pesadas de la cafetería y caminé a la mesa en la cual se encontraba Zev y
Neisan. Él no estaba tan enojado como su —no tan pronunciado— ceño fruncido aparentaba. Sin
embargo, no fue una excusa para darle paso a su sermón acerca de mi irresponsabilidad y lo
preocupado que lo ponía al no llegar a desayunar.
—Estoy pensando seriamente en sacar a Xavier del equipo —farfulló Zev hacia Neisan.
—Hazlo, ya es hora —apoyó el chico, engullendo su fritura. Se encogió de hombros dejando en
claro que no le importaba la decisión que tomase—. Realmente es molesto.
—¿Por qué lo van a sacar? —intenté colarme en su plática.
—Se preocupa nada más por él —gruñó el rizado, haciendo notar su ceño fruncido—. No ve por
los demás del equipo o siquiera coopera, como si tuviese uno. Es solo él y su gran ego.
—Oh, ya.
Zev me miró de mala gana.
—Ve a comprar algo de comer, Hasley —replicó—. Después andas quejándote porque te duele el
estómago y soy yo quien tiene que aguantar tus ataques.
—Cállate —jadeé—. Después lo haré, tengo clases y no pienso llegar tarde de nuevo —indiqué
levantándome. Los dos me miraron confundida, antes que dijera algo y finalicé—: Hasta luego.
Giré sobre mi eje y caminé a pasos rápidos fuera de la cafetería. Apoyé las manos sobre mis
rodillas estando en frente de mi casillero. En realidad no le mentía a Zev, tenía clases y él sabía
que no podía darme el lujo de no asistir. Después de unos minutos, al intentar regularizar mi
respiración, abrí el casillero metiendo y sacando algunas cosas que me tocaban de mi siguiente
clase.
Odiaba geografía, no entendía por qué me la daban sino le necesitaría para mi carrera. Hay cosas
que todavía y que, probablemente, nunca entendería del instituto.
Al finalizar el día, recibí el glorioso ruido de la campanilla, siendo una melodía perfecta. Alcé mi
cabeza que se posaba en el libro abierto con la imagen de Henry Parkes.
—Lo lamento —musité.
Guardé todo rápidamente, tanto que no me importó si la pasta de mi libreta se arruinaba. Con la
punta del pie empujé la silla saliendo del salón e iba pasándome la correa de mi mochila por
encima para que quedase de lado y sin querer choqué con alguien.
—Uhm, lo siento —me disculpé, alzando mi mirada.
Sentí mi boca secarse al momento que mi corazón se detenía en un microscópico tiempo y después
bombeaba a una velocidad increíble.
—No te preocupes —mencionó la persona, dando una risilla.
Tragué saliva dificultosamente al oír la suave voz como el terciopelo de Matthew, acariciando mis
oídos y, a la vez, sin poder evitar sentir mis mejillas arder de la vergüenza. Sus ojos verdes
conectaron con los míos, fueron segundos que creí horas hasta que me fijé que lo miraba
embobada sin pudor.
—Quería preguntarte algo —mencionó nervioso, rascando su nuca junto a una mueca apenada.
—¿Qué cosa? —hablé tímida.
—Si querías venir conmigo por un helado hoy, ¿ya saliste de clases? —
En su rostro se formó una fina sonrisa segura que tanto lo caracterizaba.
«Esto no podía ser real».
Sentía una pequeña mujercita bailando en mi estómago de la alegría que me llenaba. Se me hacía
drástico ver cómo Matthew se fijó en mi existencia un día y al otro me invitaba a salir. No sabía si
realmente se había dado cuenta de mi presencia unos días antes o semanas atrás. Era la mejor
amiga de Zev Nguyen y Luke era un claro ejemplo de que sí podían saber sobre mí.
—Claro —contesté sin pensarlo y luego me arrepentí de lo desesperada que soné.