Hasley
Luke me miró apenas entré al salón de clases, derrochaba concentración y sumo cuidado con cada
uno de mis movimientos, con sus brazos firmemente flexionados por detrás de su cabeza mientras
su espalda se encontraba perfectamente apoyada al respaldo de la silla. Yo solté un suspiro y con
la absurda idea me dirigí hasta su lugar, dejando caer mi mochila al suelo para luego sentarme.
Luke alzó una ceja, pero no mencionó nada. Llevaba un beanie color crema y de alguna manera me
pareció adorable, sus ojos resaltaban más con aquel color. Se veía pacífico sin abrir la boca para
decir cualquier incoherencia, y es que ya en tan poco tiempo sabía que podía llegar a ser un
completo idiota.
Me fijé bien que una chamarra de cuero cubría sus hombros y esta vez fui yo quien arqueó una
ceja, un poco interrogativa y confundida, porque no estábamos en la época de frío. Por el
contrario, había calor y él no usaba mucho de esas.
—¿Por qué traes eso? —cuestioné, apuntando con mi dedo índice aquella prenda.
Luke me dio una mirada con los ojos entrecerrados y se incorporó, uniendo sus manos apoyando
los codos sobre el pupitre.
—Ha ocurrido un accidente con la lavadora —pronunció, separó sus manos y con una de ellas
bajó la parte que cubría su hombro. No pude evitarlo, solté una risa y él negó varias veces—.
Metí un calcetín rojo que
pintó de rosa las otras prendas.
—Jamás debes combinar la ropa de color con la blanca —indiqué aún riendo. Él se encogió de
hombros y mordió sus labios—. ¿Tu madre no te lo ha dicho? ¿Por qué lavas tú?
—Haces muchas preguntas, ¿ya te lo he dicho? —devolvió. Solamente asentí sin culpa alguna—.
Y no, es la primera vez que lo hago. Mis padres salieron de viaje y tenía que ver por mí solo sino,
¿quién lo haría?
—Tienes razón —esbocé una sonrisa y regresé mi vista al frente.
Me gustaba pensar en Luke como una persona independiente, me agradaba demasiado la idea,
tenía la imagen de no necesitar la ayuda de nadie pero quizás para las tareas domésticas sí.
Todo estaba en silencio, hasta que volvió a hablar.
—Necesito tu dirección —pronunció suave y lento.
—¿Mi dirección?, ¿para qué? —pregunté, girándome para mirarle a los ojos.
Él se acercó a mí quedando a una distancia corta. Me incomodé.
—¿Piensas que llegaré mágicamente porque adiviné en donde queda tu casa? —Su voz ronca hizo
que me estremeciera sin razón. Al ver mi confusión, él rio con gracia—. ¿Lo has olvidado?
—¿Olvidar qué?
—Lo has olvidado.
Él suspiró y dejó caer su espalda al respaldo de la silla nuevamente, arrastrándola hacia atrás
para poder estirar bien sus largas piernas por debajo de la mesa. Su gesto cambió a una expresión
seria. Hizo una mueca y pasó sus manos por su delicado rostro. Relamió su labio pasando la punta
de su lengua sobre su arito.
—Has prometido venir conmigo el sábado, o sea, mañana —destelló, mirándome sin expresión.
Su recuerdo, obligándome a prometer que iría el sábado con él, vino a mi mente. ¡Mierda!
Entreabrí los labios y maldije en mi interior.
—Cierto —asentí—. ¿Pretendes pasar por mí?
—No sabrás a dónde llegar si te digo.
—¿Es algún lugar de mal agüero? —indagué, queriendo obtener un poco de información sobre el
lugar donde me quería llevar con él a solas.
—No —respondió.
—¿Cómo sé que es verdad? —pregunté.
—Weigel, ¿confías en mí? —preguntó.
—No —respondí, segura.
—Excelente —carcajeó.
Y es que en realidad estaba siendo sincera. Apenas lo conocía hace algunas semanas y la
información que tenía de él era nula: solo su mal humor, su música pesada y sus cigarrillos. Oh, también que no sabía lavar la ropa y terminaba metiendo un calcetín de color con su ropa blanca.
Luke se llevó las yemas de sus dedos hasta la comisura de sus labios.
Escuché que gruñó, en unos segundos la parte posterior de su labio donde se encontraba su
piercing empezó a sangrar.
—¿Qué has hecho? —gemí horrorizada por ello.
—Tienden a resecarse, es normal —comentó pasando el dorso de su mano por su labio lastimado —. ¿Me darás tu dirección?
Dudé unos segundos pero finalmente accedí. Saqué de mi mochila una hoja de papel y un lapicero
para anotar mi dirección. La tinta se plasmaba en aquella hoja mientras sentía la mirada de Luke
en cada movimiento que hacía.
—Ten. —Se la tendí. Él me miró con una sonrisa triunfante y la agarró
—. ¿A qué hora pasarás por mí?
—Cierto.
Sacó su celular y empezó a buscar algo. Pensé que me ignoraba, pero cambié de pensamiento
cuando dirigió su vista hacia mí y volvió a hablar:
—A las cinco, ¿está bien?
—Por supuesto —respondí.
—Weigel, ni un minuto más ni un minuto menos. Suelo ser puntual. —
Me guiñó un ojo y volvió su vista al frente. Rodé los ojos.
La maestra Kearney entró con sus labios rojos y saludó a todos.
Aquella mujer pelirroja con pecas era envidiablemente hermosa. Era joven y tenía que soportar
las palabras y susurro de adolescentes hormonales.
Volteé hacia Luke para ver si formaba parte de aquel grupo de estúpidos, pero me llevé una
sorpresa al encontrarlo con su mirada vacía —algo normal en él— al frente mientras intentaba
poner atención a lo que sea que
la profesora estuviese explicando. Sonreí internamente y regresé mi vista a donde se encontraba
antes.
La clase pasó tan rápido que ya me veía corriendo entre los pasillos del instituto buscando a Zev,
hasta que me topé con uno de sus amigos que me informó que el entrenador lo llamó a una junta
porque los partidos ya comenzarían y habría uno próximamente, al igual que no podría salir
temprano porque se quedaría con el mismo a ver las fechas. Le di las gracias y gruñí. Saqué mis auriculares y los conecté a mi reproductor de música.
Me tendría que ir sola.
??
Pedirle permiso a mi madre después de estar castigada fue uno de los retos más difíciles, después
de dos horas de súplica desde el celular, ella accedió de manera quejosa, diciéndome que solo
esa vez me lo permitiría y no habría próximas. Chillé como niña pequeña cuando lo dijo y le
respondí con muchos te quiero, los cuales ella desechó.
Ahora me veía buscando por debajo de mi cama el otro par de mi zapato. Me parecía increíble
que perdiera mis cosas en mi propia casa, tenía en claro que era demasiado despistada, así como
también los adjetivos que me ponía Luke eran verdaderos. Realmente solía ser muy idiota en
ocasiones.
Al momento de alzar la cabeza, no me fijé en la repisa, lo que causó que me golpeara.
—Auch, auch —me quejé sobándome la zona adolorida.
Todo era culpa de Luke, si él no me hubiera dicho que fuese puntual no estaría como un torbellino
buscando mis tenis apresurada. Faltaban quince minutos para que dieran las cinco y realmente me
sentía irritada. Me rendí tirándome en la cama mirando al techo. Mi celular sonó avisando que un
nuevo mensaje había llegado, iba tomarlo cuando el timbre de la puerta hizo presencia. No podía
ser Luke, faltaba unos minutos para la hora y Zev lo descartaba.
Me puse de pie con pesadez dirigiéndome a la puerta principal para
abrir. Puse los ojos en blanco al ver de quien se trataba.
—Igual a mí me agrada verte —ironizó.
—Cállate, Luke —demande. Él solo rio. Quiso dar un paso al frente pero, al instante, se lo negué
al ver que llevaba consigo un cigarro encendido en mano—. No puedes pasar con eso a mi casa,
¡la impregnarás de ese feo olor!
Luke elevó ambas manos en forma de inocencia y dio un paso hacia atrás. En unos segundos,
escaneó mi cuerpo para detenerse en mis pies.
—Lindo calcetín de Pucca —carcajeó.
—Al menos yo no lo meto con la ropa blanca —me burlé en un mofo y él me regaló una sonrisa
lánguida—. ¿Es posible que se te pierda el otro par en tu propia casa?
—Cuando eres distraída… sí. —Traté de ignorarlo y me di la vuelta para seguir con mi búsqueda —. ¿No es aquel que está por ese florero rojo de suelo?
Miré a Luke que apuntaba el florero de tulipanes que se hallaba en la esquina cerca de las
escaleras. Rápidamente corrí a él y lo cogí.