Hasley
—En mi lista de sueños tengo resaltado que algún día voy a bailar en un centro comercial sin que
me importe absolutamente nada —pronuncié con una sonrisa mirando hacia la nada.
—No sé qué es más ridículo, que tengas una lista de sueños o tu sueño
—Luke carcajeó.
Estábamos en camino al boulevard, nos habíamos ido del instituto y aunque eso me costaría
muchas consecuencias con mi madre, creía por un segundo que por el rubio valdría la pena.
Después de lo ocurrido ayer, él y yo nos quedamos en el mismo lugar hablando durante algún
tiempo hasta que se calmara y sus ojos dejaran de estar hinchados. La herida de su labio seguía
siendo notable, aunque ya estaba cada vez más sano.
—Al menos uno ya se hizo real —presumí con una sonrisa.
—¿Ah sí? Dime, ¿cuál? —inquirió elevando la comisura de sus labios.
—Hacerte reír —confesé.
Por un segundo pensé que su rostro cambiaría por completo a uno serio y sin ganas de seguir
escuchándome. Su rostro si cambió, pero en lugar de eso, su sonrisa se hizo más grande causando
que su hoyuelo se remarcara con más profundidad.
—Estás demente, Weigel. —Volvió a reír.
—¡Y dos veces! —chillé de emoción.
Nuestras carcajadas se unieron creando un perfecto sonido para mis
oídos, sabía que la suya hacía de este momento aún más especial. Él se detuvo intentando
recuperar su respiración, una vez que lo consiguió habló:
—Interesante, cuéntame, ¿cuáles son tus otros sueños en esa lista?
—¿Estás seguro? Puede ser que te aburra —advertí—. Te conozco, puedo llegar a aburrirte y
termines diciéndome algo déspota.
—¿En qué concepto me tienes? —se ofendió—. Vamos, quiero escucharlo.
—Bien —asentí con la cabeza, tocando mi mejilla con la palma de mi mano—. Practicar
paracaidismo y buceo, escribir un poema en sueco, viajar en una furgoneta hippie, ser roseada con
polvos de hada, ya sabes, esos que son de colores —enumeraba cada uno de ellos con mis dedos,
Luke solo sonreía enternecido, sus ojos tenían una pizca de diversión, me prestaba toda la
atención, me escuchaba y eso me hacía sentir feliz—.
Crear un columpio como el de Heidi, hacer un muñeco de nieve y dure por semanas sin ser
destruido, no dormir durante cuarenta y ocho horas, bañarme en una cascada, me gustaría encender
fuegos pirotécnicos…
—Espera —me interrumpió—. ¿Nunca has encendido uno? —Luke preguntó incrédulo, yo negué —. ¡Por Dios, Weigel!
—¡Mi madre los detesta! —me defendí—. Ahora te toca a ti, ¿cuáles son los tuyos?
—Yo no tengo sueños —respondió al instante sin pensarlo.
—¿Porqué?
—¿Para qué tener sueños? Muchos suelen romperse, un sueño es algo que es inventado para tener
alguna meta con la cual seguir adelante y darle sentido a tu patética vida, ¿de qué sirve vivir a
base de mentiras? Lo sueños fueron creados para ocultar la realidad de uno. Los humanos somos
imbéciles y crédulos.
—Uno se cumplió y fuiste tú quien lo hizo.
—Claro —dijo en un sarcasmo—. Qué casualidad que lo tenías en tu lista, ¿no?
—¡Bien! ¿Cómo llamarías tú algo que quisieras cumplir? No sé, como tirarte de un puente o
comer una galleta que nunca has probado, ¡sé que tienes algo por ahí! —jadeé irritada.
—En realidad no sé, ¡deja de insistir! —exclamó llevándose las manos a su cara y bufar en forma
de frustración.
—Luke… —dije en un canto diminuto tratando de no hacerlo explotar en ira.
—¡Bien! ¡Me gustaría comer un space cake! —Me miró mal.
—¿Qué es un space cake? —pregunté confundida.
—Un pastel con marihuana —habló lobuno.
—¡Oh, solo en eso piensas! —chillé golpeando su hombro causando que él riera.
—Claro que no, también me gustaría nadar con delfines, conducir en una carretera sin ningún
destino, cantar tan fuerte sin importar quién me mire, hacer un grafiti que tenga sentido, saltar de
un acantilado, ir a un concierto masivo de rock y fumar marihuana en Ámsterdam —terminó en un
tono divertido y entrecerré los ojos por lo último.
Seguimos caminando en dirección al callejón mientras hablábamos sobre cosas que salían, Luke
respondía algunas de mis preguntas y él hacia otras. Me gustaba como empezábamos a tener una
buena comunicación, no era una de las que yo esperaba, pero al menos habíamos avanzado en
algo.
Llegamos a nuestro destino y nos sentamos en aquel árbol en el que la otra vez estuvimos.
—¿Color favorito? —Luke preguntó tomando una de mis manos y jugar con los dedos de ella.
Me quedé en silencio pensando en su pregunta. Hace algún tiempo le hubiese dicho que el verde,
pero por alguna extraña razón ya no me agradaba tanto aquel color, si tuviera que decidir
justamente uno ahora, estaba segura de que era el azul, sin embargo, no era cualquier azul, era
como el de sus ojos. Me gustaba el color de sus ojos.
—El azul —respondí saboreando la palabra.
Luke me miró durante unos segundos y sonrió.
—Igual es el mío —murmuró desviando su vista hacia otro punto no tan en específico—. Un azul
muy especial. —Pude ver que sonrió cuando su hoyuelo se marcó en su mejilla—. Uno que,
aunque intentes combinar todos los azules del mundo jamás podrás conseguir igualar.
No sabía por qué, o tal vez sí, pero mis mejillas empezaron a arder y
supe que ya habían tomado un tono carmesí que no podía ocultar. Bajé mi rostro un poco apenada
por mis propias ideas que giraban en mi cabeza, tomaba un rumbo diferente al que solía tratar.
Estaba confundida en mis sentimientos, y es algo que no se puede detener, porque está el querer en
positivo al mismo tiempo de forma tan negativa y realmente resultaba frustrante tener que lidiar
con ellos.
—Weigel —Luke me llamó causando que volviera mi mirada a él.
—¿Sí? —Asenté mi cabeza con firmeza para incorporarme en una cómoda postura.
—¿Confías en mí? Es que hace un tiempo cuando te lo pregunté dijiste que no y yo creo… creo
que dolió.
Él quitó sus ojos de los míos al instante que lo dijo y siguió jugando con mis dedos ahora con
entusiasmo, como si estuviese nervioso por mi respuesta o apenado por lo último que pronunció.
Creo que a mí me dolió más que admitiera aquello, porque en realidad en ese instante cuando me
lo preguntó apenas lo conocía, y no negaba que hoy en día todavía lo seguía conociendo, pero en
el transcurso del tiempo me había mostrado tantas facetas de él. Y verlo llorar fue como la gota
que me hizo sentir con la necesidad de quedarme a su lado y ayudarlo. Cuando me hizo aquella
pregunta fue tan repentina y justamente cuando hace unos días atrás me gritó lo patética que era;
nunca se me pasó por la mente que aquello le haya dolido por la manera en que actuó al instante
que le contesté, solo carcajeó en compañía de un excelente desbordando ego.