Hasley
—¡Déjame ganar! —chillé una vez más oprimiendo cualquier botón de aquel control, brincando en
la cama como niña chiquita haciendo un berrinche.
—Jamás en la vida —Matthew carcajeó a un lado de mí, y volvió a ganar.
—¡Esto es un chiste! —farfullé dejando el control con cierto enojo sobre su cama.
Él volvió a reír y se puso de pie, me crucé de brazos dándole una mirada con el entrecejo
fruncido. Habíamos decidido venir a su casa después de clases, se supone que veríamos películas,
pero ahora nos encontrábamos jugando algunos de sus videojuegos favoritos en su habitación.
Era como la quinta vez que me ganaba y en menos de una hora, era un asco para esto, ni siquiera sabía qué botón servía para disparar, estaba un poco frustrada porque él solo sabía reír cada que
me quejaba. Aunque no podía negar que me divertía un poco escucharlo reír, nuestra relación
estaba yendo con mejor postura, ya no estaban muchas sus excusas, se había vuelto más cercano
que antes y cada que me veía seguía coqueteando aunque fuera su novia.
Matt se inclinó un poco hacia mí, clavando sus ojos verdes a mis iris azules con detenimientos, su
mirada era sarcástica y divertida, yo seguí
con mi posición sin moverme, él no apartó su mirada de mí. Con su dedo índice tocó mi nariz y
soltó una pequeña risa.
—Vamos, no seas tan gruñona —murmuró burlón—. Jugaremos una vez más y te dejaré ganar,
pero quiero un beso.
—¿Esa es tu condición? —cuestioné arqueando una ceja.
Él frunció los labios y ladeó la cabeza como si estuviese pensando en algo sumamente importante.
—Sí —afirmó, una de sus tantas sonrisas coquetas se plasmó en su rostro.
—Eres un malvado —susurré entrecerrando los ojos.
—Uh-huh —musitó.
Acercó su rostro hasta el mío y besó mis labios, su toque era suave y lento, unas de sus manos se
posicionaron sobre mi mejilla, con su pulgar dio varias caricias a esta y se separó un poco.
—Te dejaré ganar dos veces solo porque me ha encantado este beso —
confesó con una pequeña sonrisa y volvió a besarme.
Mis manos se fueron hasta su cuello y profundicé el beso, él soltó un gruñido y me separé
esbozando una sonrisa satisfactoria.
—Pero que no sea el mismo juego —advertí.
—Hecho —concluyó, irguiéndose de nuevo y alzar su mano. Matthew caminó hasta su consola y
me miró—. ¿Cuál quieres jugar?
Me levanté de la cama y caminé hacia él, poniéndome a su lado y observando todos los
videojuegos que tenía.
—Me llama la atención este —mencioné pasándoselo.
—Perfecto —sonrió.
Sacó el disco y lo intercambió con el otro, regresé de nuevo a la cama y me senté en posición de
flor de loto tomando el control entre mis manos, Matt se puso a un lado mío y suspiró. Esperamos
a que cargara y seleccionamos lo indicado, volvíamos a jugar y yo con mis quejas.
Maldita sea la hora en que escogí este juego, me estaba desesperando y a eso al chico lo
entretenía.
—Eres un asco en esto, Has —murmuró entre risas.
—Cállate —refunfuñé exaltada.
Aunque después de todo, se dejó ganar y a pesar de que yo lo sabía, me
puse alegre, mirándole con superioridad y sacarle la lengua de una forma infantil.
—¿Qué quieres hacer ahora? —preguntó, tirándose de espaldas a la cama.
—No sé —copié su acción—. ¿Podemos ir a comprar algo de comida?
—No es mala idea —indicó—. Después podría irte a dejarte hasta tu casa, ¿está bien?
—Por supuesto —asentí. Nos quedamos en silencio así, hasta que él se acercó hasta mí y comenzó
a hacerme cosquillas—. ¡No! ¿Qué haces?
¡Detente! —Comencé a gritar y mi respiración se agito, sus dedos se movían con rapidez por todo
mi cuerpo, estaba quedando sin aire—.
¡Matthew, ya!
—¡Es divertido! —carcajeó. Yo trataba de alejarlo, pero era imposible, tenía mucha fuerza y me
ganaba más que le triple, después de tantas súplicas para que se detuviera, lo hizo, levantándose
de encima de mi cuerpo y la cama—. Bien, vamos por comida, bebé.
—¿Bebé? —cuestioné burlona por la manera en que me había llamado.
—Sí, bebé —afirmó, mirándome con sarcasmo y diversión. Carcajeé.
Me puse de pie, acomodando mi blusa y mi cabello.
—Es chistoso el apodo.
Matthew se encogió de hombros restándole importancia, apagó todo y fue hasta el baño para salir
en tan poco tiempo, tomó su celular que yacía entre las sabanas y se puso a un lado de mí, caminó
hasta la puerta de su habitación y me miró.
—Son más chistosos los apodos de animales —confesó. Salí primero que él y cerró la puerta
detrás—. Esos de osito, leoncito, gatito o iguanita.
—¿Iguanita? —inquirí soltando una risa—. ¿Quién le dice a su pareja iguanita?
—Lo he escuchado, créeme. —Solamente negué divertida y llegamos hasta la sala—. ¿Y tú
mochila?
Miré detrás de mí y gruñí. Era cierto.
—Ugh.
—Tranquila, iré por ella. Yo la llevo.
Sin esperar alguna respuesta por parte de mí salió regresando a su
habitación, solté un suspiro pesado y mordí mis labios. Apoyé todo mi peso sobre unas de mis
piernas y comencé a tararear una canción, Matthew regresó con mi mochila sobre si hombro y
esbozó una sonrisa.
—Okay, vamos —indicó abriendo la puerta y salir.
En el camino comenzamos a hablar de muchas cosas, desde la escuela hasta los gustos particulares
de cada uno con entretenimiento, murmuraba cosas sin sentido y después explotaba entre
carcajadas, ¿qué ocurría con él? Sin duda alguna me hacía reír causando que cubriera mi boca con
ambas manos para después tratar de calmarme y recuperar mi ritmo de respiración normal.
—¿Qué vamos a comer? —pregunté, enrollando mis brazos alrededor de su torso.
—Mmmm, no sé, ¿ pizza? ¿Quieres helado? ¿O comida china?
—Comida china —pronuncié y arrugué la nariz negando.
—¿No te gusta la comida china? —preguntó, con los ojos abiertos e incrédulo. Yo negué y
dramatizó más sus acciones—. ¿Cómo no te puede gustar la comida china?
—Solo no me gusta. —Rodeé los ojos—. Mejor compremos pollo empanizado.
—La comida china es deliciosa, pero me gusta más la japonesa —
indicó, aun metiendo el tema. Yo reí—. Está bien, vamos por pollo,
¿podemos comer en tu casa?
—Claro —accedí—, pero tengo que avisar a mi mamá, no sé si esté en casa.
Matt sonrió de oreja a oreja y me envolvió en un gran abrazo.
—Te quiero, Has.
—Yo también.
??
—No toques esa pieza, es mía —advirtió, apuntando una de las tantas que había.
—¡Por Dios, Matthew! —reí—. ¡Hay muchas!