Luke
Sentí el ardor en una parte de mi cuerpo, aunque lo ignoré debido a que en ese momento mi cabeza
dolía tanto que arrancármela era lo que pedía.
Mis memorias se volvían más pesadas en la madrugada y lidiar con el rollo blanco que me había
quemado justamente el pantalón me dificultaba concentrarme. Maldije al aire unas cuantas
ocasiones para después pasar por alto la pequeña quemadura —no tan grave— en mi pierna y
llevar directo el cilindro a mis labios dejando que el humo albergara el fondo de mis pulmones al
momento de aspirarlo.
El aire fresco de la ciudad chocaba con mi cara. Podía sentir como las yemas de mis dedos
estaban heladas, llegando al grado de que mis articulaciones no fueran las mejores, la mediocre
sudadera que llevaba fracasaba en el intento de mantenerme en calor. Sin embargo, descarté la
idea de querer dejar de fumar, así que con mi adicción siendo más fuerte, volví a posar el rollo
entre mis resecos labios.
—¡Diablos, Luke! —André farfulló en un pequeño grito a mi lado—.
Ya has consumido demasiado.
Eché todo al fondo de mi cabeza y dirigí mi vista al moreno, el cual estaba apoyado en aquella
vieja y rayada pared. Había estado acompañándome desde todo lo ocurrido con Weigel. Casi una
semana. Sí.
Casi una semana desde que me pidió que me alejara, y lo estaba cumpliendo. Eso quería, ¿no?
Raras ocasiones yo entraba a las clases con la profesora Kearney. La esquivaba en el pasillo, y sí
pasaba a su lado solo susurraba «sé fuerte corazón» sin mirarla y alejarme de allí a toda marcha
sin voltear a atrás.
Me iba a las gradas a hacer lo habitual, fumar y palpar los bolsillos de mis tejanos, desesperado
por no encontrar mi encendedor. Y sabía que, si a mí me dolía, a ella peor, porque la ley de estas
situaciones era así; duele más el alma cuando lo pides que cuando lo aceptas.
¿Un encuentro que haya disfrutado? Echarle en cara por segunda vez a Zev que mi prima lo
engañó. Que satisfacción fue ver su cara de enfado. Si no fuera por el chico pelinegro de piel
pálida, Neisan, tendría un golpe, y esta vez no sería por parte de mi padre.
Volví mi mirada hacia el frente. A la nada, sin ningún punto en específico. Relamí mis labios unas
cuantas veces con mi lengua y di un suspiro profundo haciendo un mohín.
—Este será el último —divagué con mis propias palabras.
—Sí, claro —ironizó un poco—. ¡Hombre! Llevas diciendo eso desde hace rato.
—Andró… —arrastré mi habla, pero di un jadeo cuando una corriente de aire halada acarició la
parte trasera de mi cuello.
—No, Luke —él cortó un poco enfadado—. Tienes los ojos demasiados rojos y no es
principalmente por el sueño, solo… detente, por favor.
El chico intentó buscar mi mirada hasta que la encontró, sus ojos estaban mirándome suavemente
con una pizca de compresión. Mierda, Andró. Asentí pesadamente y dejé que el rollo se resbalara
de mis dedos llegando al suelo, dando por terminado su efecto, lo aplasté.
—Ya —pronuncié.
—Ya —afirmó.
Después de eso todo se quedó en silencio, él no decía nada y yo tampoco, pero nos entendíamos
de esa manera, con Andró siempre era de esa manera. Duró el lapso de tiempo que tenía que durar
hasta que habló.
—Demonios, ¿cómo pasó? —disparó.
Supe a qué se refería con esa pregunta. Rasqué mi barbilla y miré a sus ojos marrones. ¿Iba a
decirle? Claro que lo haría. Andró, la única persona
que me entendía demasiado bien, sin embrago, rectificando todo, él nunca ha sentido algo tan serio
hacia una chica. Podía confesárselo, ya que Jane, era lo suficiente perra para reírse de mí en mi
propia cara de que el gran Howland estaba enamorado.
—No sé, sinceramente no tengo la menor explicación hacia ello —
admití negando—. No sabes en qué momento te enamoras, creo que no existe un instante exacto,
simplemente pasa, te enamoras de su rostro, su personalidad, sus ojos, su humor, sus
características, sus defectos. Eso es lo último que haces cuando amas por completo a una persona,
es la circunstancia en donde ya no importa nada, en donde lo más mínimo son cosas pormenores, y
tratas de mejorar todo por ella, aunque Weigel tiene aquella chispa que me hace sentir tan bien,
pero su testarudez e inmadurez me hacen querer huir, sin embargo, no puedo, hay algo que me ata
su persona, a que siga. Amo su mirada, esa que me grita muchas cosas que quiere decir, pero no lo
hace.
Mis palabras fluían tan fáciles, no me costaba nada al decirlas, ni pensar en cada detalle de ella
para dejar sobresalir lo que más me gustaba, solo hablé. Dejé que mi corazón lo hiciera y la
honestidad reinara ante cada una de mis palabras. Desvié mis ojos a la luna, la cual brillaba
demasiado, pero estaba a punto de ser oculta por algunas nubes.
—Añoro todo de ella, desde lo patética que se ve al llegar con una mancha de pasta dental en su
blusa al instituto, hasta lo despreciable que puede ser al alejarme de ella. Es distintiva con su
estilo retórico y aburrido, lo curiosa e infantil que es, su intento de frialdad es tan imbécil y única
a su manera, simplemente es ella. Y no, no puedo renunciar ya.
—Luke… —La voz rasposa del chico sonó, pero no lo dejé hablar.
Volteé de nuevo a su mirada oscura.
—Sé que estoy jodido porque no me enamoré de sus virtudes… me enamoré de sus defectos.
Nos miramos fijamente durante unos segundos, hasta que su rostro se suavizo y frunció los labios.
Le regalé una media sonrisa de lado y bajé la mirada hasta el suelo. Momento seguido, sentí el
brazo de mi mejor amigo pasar por mis hombros y darme unas cuantas palmadas.
—Hey… no dejes que esto sea tan efímero —musitó para quedarnos de
nuevo en un gran silencio.
Querer a Hasley había sido lo más tedioso que hice en mi vida, y era más tedioso que a pesar de
todo lo ocurrido; no me arrepentía de hacerlo.
Intentando de todo para no caer ante ella, pero fue muy tarde, yo ya había caído y me hundí.
Resulta tan extraña la manera en que alguien puede llegar a tu vida y cambiar las piezas de todo, puede ser que para bien o para mal. Llega el punto en que no interesan sus defectos, en que
aquellos detalles se vuelven especiales y únicos, comienzas a querer cada parte de aquella
persona, porque no te importa nada, porque desde ese punto, sabes que estás enamorado, y es ahí
en donde el mínimo defecto se vuelven cosas pormenores.
Llega el momento en que quieres a una persona y empiezas a mejorar tu vida, no por ti, ni por
terceros, sino por ella, porque no quieres encerrarla en tu mierda, en tu mundo de basura y papel
oscuro.
Pero me estaba cansando, y estaba decidiendo en si dejar de cruzar la línea, en si seguir
esperando o avanzar, pero torna difícil cuando ella es mi razón, mis motivos y mis esperanzas.
Dejar que alguien entre a tu vida como ella lo había hecho era desgarrador, pero lo fue aún más
cuando sus sueños se volvieron los míos, cuando su futuro se juntó con el mío… cuando mi
corazón la dejó que lo tomara y lo destrozara.
Lo peor es que a pesar de todo ella me seguiría teniendo de una manera indescriptible entre sus
manos.
Aún en el rincón más minúsculo de mi cabeza yacía algo que la justificaba ante sus acciones, antes
sus apuñaladas frescas y sin ninguna gota de remordimiento, entregarme a ella quizá era mi
anomalía más grave, pero sabía que no. No me arrepentía de nada, absolutamente de nada. Querer
a Hasley era, sin duda, uno de los más hermosos placeres de la vida.
Sí, se sentía desastroso tener que pensar en alguien, dejar de preocuparte solo por ti, porque al
final de todo, ese siempre había sido yo, mi mundo giraba alrededor de mis problemas, mis
pensamientos y el punto blanco del crucifijo mismo; yo, no fue hasta que ella apareció.
Pero aquí el culpable: Yo. Yo lo era.
Aun sabiendo que podría haber el más mínimo rechazo ante ella seguí allí. Porque siempre fue así,
siempre había sido así, se trataba de ella y de nadie más. Posar mis ojos en la amiga del ex de mi
prima era la peor maldita mierda más hermosa que hice. No tenía sentido aquello, pero se volvió
a la vez una mierda y una ocasión hermosa, sin embargo, los arrepentimientos ahora ya no servían
de nada.
Destrozada. Ella lo estaba, pero intentó recargarse en mí un instante, y sí, esa era una de las
razones por las cuales acepté alejarme de su lado, aparte de respetar su decisión, intervino mi
cordura, mi subconsciente me hizo acordar de lo que era yo. De lo quebradizo que me encontraba,
entonces hice lo más sensato del mundo; alejarme. No se tenía que recargar en mí, nunca debió
buscar mi apoyo en ese pequeño momento, y no, no era egoísmo. Fue protección.
Cariño, no debiste apoyarte en mí, estaba a punto de caer, no quería que cayeras conmigo.
Negativo. Eso éramos ambos. Y sí, las leyes de la física dicen que los polos opuesto se atraen,
pero, joder, juntos crearíamos la explosión más grande y hermosa que el humano alguna vez haya
visto. Y sí, la creamos.