Luke
Nunca fui una persona que se arrepintiera de las cosas que hacía, muchas veces uno aprendía de
sus errores, el tener que lamentarse por algo que hiciste en tu pasado está bien, es cierto que no
puedes revertir lo hecho, sin embargo, ese sentimiento te hace humano.
Siempre acepté mis decisiones y estuve consciente de sus repercusiones, a pesar de los problemas
que en algún pasado tuve con Hasley. Actualmente todo marchaba de maravilla y ni hablar en el
ámbito familiar, la relación con mi padre mejoraba con el paso del tiempo, no podía sentirme
mejor. Pol se encontraba en la ciudad desde hace algunas semanas atrás y eso significaba una sola
cosa: pronto partiría con él.
—¿Estás seguro de lo que harás?
A mi lado, André cuestionó mientras encendía un cigarrillo. Lo miré.
—Sí —afirmé, asintiendo varias veces, convincente de mi decisión—.
No puedo echarme hacia atrás. Es decir, en menos de un mes dejaré Sídney, lo que menos quiero
es que haya secretos entre Weigel y yo, honestamente anhelo que las cosas marchen muy bien entre
nosotros para que no haya disgustos, malentendidos o que ella se tenga que enterar por terceras
personas.
—¿Cuándo tienes pensado decírselo? —él inquirió, dándole una profunda calada a su cigarrillo.
—Mañana por la noche —respondí—, quería saber si me podrías
ayudar, te necesito.
Me sentía lo suficiente nervioso como para darme cuenta que las palmas de mis manos empezaban
a sudar al mismo tiempo que mi pierna se movía de manera inquietante.
André le dio pequeños golpes a la colilla con su pulgar, causando que las cenizas se
desprendieran y fuesen arrastradas junto al aire.
—Por supuesto, siempre he sido tu gata —masculló entre dientes.
A mí se me hizo graciosa la escena, por lo que maullé, arrugando mi nariz y hacerle un ronroneo
por lo bajo, él me dio un golpe en el hombro ocasionando que yo me quejara, y agregó:
—Un día te patearé el culo.
—Tranquilo. —Me reí. Retomé la plática abandonada de hace unos minutos, tomando una postura
seria—. Solo consígueme la furgoneta de nuevo.
—Oh, vaya, ¿a dónde la llevarás? Aunque la pregunta más importante aquí es, ¿iré a tu cita?
—La llevaré a una puta cascada porque ella quiere ir a una. —Torcí mis labios, fingiendo estar
asqueado—. Le diré todo lo que quiera saber, pero necesito una canción que Zach siempre solía
cantar y es con la que ahora me siento tan identificado, te pido de favor que dentro de la caja del
vinilo metas una carta que te daré. Y no, no te llevaré. Me ayudarás porque no tengo aquel disco
de esa banda y mañana estaré con ella, así que te ordeno que me lo encuentres, al rato te paso el
nombre —solté todo sin hacer ninguna pausa, casi como si alguien me estuviese apurando—.
Maldita sea, estoy muy nervioso.
—Demonios, pensé que me bañaría en la cascada —pronunció con un disfraz de decepción. Yo lo
miré mal—. Pero está bien, cuentas con mi apoyo, jamás creí verte en tal estado, porque… ¿una
carta?
Tosí, cubriendo mi boca con el dorso de la mano.
—Sí, la cargo en mi mochila —respondí—. Son algunas cosas que debe saber una vez que me
haya ido de Australia. Le pediré que la lea cuando me encuentre lejos, solo de esa manera no
intentará impedir que me vaya.
El moreno asintió y maldijo al cielo.
—Habrá algo más importante, ¿no es así? Quiero decir, tu actitud no es la misma que otras veces,
estás actuando más raro de lo normal.
Le dediqué una mirada, André lo sabía. A él no podía mentirle, conocía a la perfección cada una
de mis facetas, mis acciones, mis oraciones y mi comportamiento ante cualquier sentimiento
absurdo que me invadía.
—Sí, creo que es hora —declaré, dando un frío suspiro, dejando que el aire saliese con lentitud.
—Joder, ahora tengo más miedo de enamorarme —dijo horrorizado.
—Cállate, André.
—Cállate tú —atacó—. Pareciese que le pedirás matrimonio. —Rio entre la oración—. Sabes
que lo que me pidas yo lo haré, eres como mi hermano y solo quiero verte feliz. Cabrón, me
pondré sentimental.
Ambos nos reímos y luego hubo un silencio para nada incómodo, me confesaría ante Hasley de
una manera tan extraña y que jamás me imaginé.
Tenía miedo.
Tenía miedo de decirle todo. No pensaba en cómo reaccionaría al enterarse de que yo sabía sobre
aquella fotografía, la cual causó que toda la tormenta se desatara. No podía si quiera
imaginármelo, tenía que darme el valor para poder confesarle que aquella noche que fui a su casa
con André y Jane, la llamada que recibí era de Matthew reclamándome sobre la foto.
La risa de André me sacó por completo de mi burbuja y lo miré extraño.
—¿De qué te ríes? —cuestioné.
—De nada. —Se encogió de hombros y volvió a reír.
—Eres un maldito raro —admití, desviando mi vista al suelo y robarle un cigarrillo.
—Aun así, tú me quieres, imbécil —mencionó, haciendo tronar su lengua.
Solté una risilla por lo bajo y después nos quedamos en silencio.
Quería a André, lo hacía en serio. Se había vuelto más que mi mejor amigo, era mi hermano y mi
cómplice en todo, él en serio me ayudó muchas veces y jamás me dejó solo en ningún momento.
André Evans era un increíble humano.
—Hey —me llamó, captando mi atención—. Eres el hermano que nunca tuve. Gracias.
Curvé la comisura de mis labios ante un gesto de sinceridad.
—El único que tendría que agradecer soy yo —contradije—. Tú eres quien me ha hecho un favor
al ser parte de mi vida.
—Dios, ¿este es el momento en donde nos besamos? —vaciló en un murmuro.
—Creo que sí —chasqueé.
Él arrugó su entrecejo.
—Ugh, no. Realmente me gustan las chicas, pero te lo agradezco.
—Y yo honestamente estoy enamorado de una, lo siento, pero no cabes en mi corazón.
Nuestras carcajadas se apoderaron del espacio y me sentí feliz.