CAPÍTULO 5

Aun con todo el avance tecnológico y lo evolucionada que se supone es la civilización humana, siempre, no importa el momento histórico, en las ciudades siempre habrá una zona o sector marginado que alberga a toda la escoria de la sociedad, un lugar tan bajo como vil por el cual solo las peores y las más valientes alimañas se atreven a visitar.

En Ciudad Central, ese lugar se llama Cartafagia, el sector lo suficientemente podrido para ser digno de la supervisión del clan Bowie, pero también cauteloso como para no provocar una orden de purificación.

En un callejón desolado de las calles de Cartafagia, donde solo los drogadictos se reúnen a consumir la “pedacería” de los laboratorios de las drogas de diseño, hay una mujer recargada en la pared, sola, fumándose un cigarrillo de manera impaciente, una mujer con una máscara de látex que le cubre por completo la cabeza y casi todo el rostro; la forma de la máscara es como la representación en 3D de un cuadro de Picasso, pero como si la hubiera restaurado el creador de Alien.

La mujer mira hacia un lado y hacia el otro, dejando la impaciencia a un lado para albergar a la molestia, cuando suena su celular. Del pantalón, la mujer saca una minúscula caja y saca lo que parece ser un botón que parpadea, emitiendo un sonido de timbre telefónico, con el dedo índice, lo coloca detrás de su ojera. 

- ¿Dónde infiernos estás? ¿Sabes cuánto tiempo llevo esperándote? - dice la mujer, usando un distorsionador de voz.

- Las cosas se me han complicado… - dice la voz de un hombre.

- No me vengas con idioteces. Me dijiste que confiara en ti como mi distribuidor y ahora mis clientes están molestos. ¿Dónde están los cristales?

- Los tengo aquí conmigo, en una bodega.

- No fuiste tan animal como para dejarles el sello imperial, ¿o sí?

- Me ofendes. De no haberlos quitado, ya nos hubieran rastreado a ambos, Volac.

- ¿Y por qué sigue contigo la mercancía? ¿Por qué no la has entregado? ¿Y por qué diantres no estás aquí?

Un silencio largo y pesado invade la línea.

- Necesito más tiempo.

- Ni madres. No puedo ni quiero darte más tiempo.

- Las cosas están de la fregada aquí…

- Me importa un cuerno lo que te esté pasando. Desde que hiciste ese acuerdo conmigo para que salvara tu maldito trasero universitario de las garras del clan, te condenaste a ser mi esclavo.

- ¿Podías escucharme…?

- ¡No! ¡No me interesa qué hagas, pero mañana, a la misma hora y en el mismo maldito lugar donde quedamos hoy, quiero ver tu cola y mi dinero! De lo contrario, iré por él a donde quiera que se encuentre.

- No creo que quieras hacer eso.

- ¿Me estás amenazando? ¿Si sabes que, con dos palabras, puedo hacer tu vida un infierno?

- La revivieron… - suelta el hombre sin tacto alguno.

Esas palabras dejan sin palabras a la mujer, quien suelta el cigarrillo, claramente perturbada.

- ¿De qué estás hablando?

- Que tu peor pesadilla se hizo realidad. La revivieron.

La mano de la mujer pasa a restregarse inquietantemente sobre la frente de la receptora de la noticia.

- ¿En dónde está?

- En la habitación contigua a la mía.

- ¿Sabe algo de… nuestra lucrativa actividad?

- No, está distraída con otra cosa.

- Entonces con mayor razón tienes que traer la mercancía, el dinero y tu maldito trasero a mí, para que los pueda guardar en un lugar seguro. No quiero que sus malditos códigos morales y sentido del deber me arruinen lo que he construido en estos años.

- No tienes que preocuparte por eso. Su hardware no resistirá más de tres días, volverá a la tierra más rápido de lo que...

- ¡No! No esperes a que se caiga en pedazos. ¡Te quiero aquí ya!

- ¿Y cómo pretendes que salga de aquí? ¡Yo la…!

- ¡Finge que tienes chorrillo o algo! ¡No me interesa! ¡No te quiero cerca de esa mujer!

Vuelve el silencio.

- ¿Y qué hago con él emperador?

- ¿Qué hay con él?

- Está aquí.

Los dientes de la mujer rechinan de tan fuerte que los aprieta.