ADAM
Treces días habían pasado. Trece días en los cuales la nueva inquilina se tomó la palabra de no hablar, salía desde muy temprano y llegaba tarde. No se molestaba en saludar ni en avisar si llegaría a comer.
Tampoco es como si le controlara la hora. Maya me informó la situación. Más que obsesionada, estaba preocupada; preocupada por si estaba metida en cosas turbias y con justa razón, no sabíamos mucho sobre ella.
Once de la noche la castaña llegaba, me vió por unos segundos antes de seguir su camino, el maletín negro que cargaba llamó mi atención.
— ¡Hey!
Fui ignorado olímpicamente. Metí el pie antes que cerrara la puerta de su habitación.
— ¿Qué quieres? — voltea a verme mosqueada.
— Hablar.
— Aún no se cumplen los quince días.
— Yo no prometí nada. — recuerdo, dándole una mirada "me dejas pasar o hablamos en la sala"
Ella accedió sentándose en su cama. Sin la maleta en manos.
— ¿De qué quieres hablar?
— Pues... — ingreso sintiéndome cohibido. Podía sentir su rechazo de estar en su habitación. Tomo asiento en un sillón que nunca vi en este lugar. — Me preocupa que te dediques a cosas... ilegales.
Enarca una ceja escéptica.
— ¿Tengo cara de criminal?
— Hay muchos criminales con cara bonita.
Cruza sus brazos y una chispa de diversión pasa fugaz en su mirada.
— ¿Piensas que soy bonita?
Si no lo dice, no me doy cuenta lo que acababa de decir.
— No me cambies el tema. — refuto entrelazando mis manos — si no tienes nada que ocultar, muéstrame el maletín.
— ¿Perdona? — esta vez su voz se tiñó de indignación.
— Ya escuchaste.
Su mandíbula se apretó, su mirada lo decía todo. Quería estrangularme ahora mismo. Mantuve firme mi mirada sobre la suya; iba a conseguir respuestas.
Volteó los ojos antes de ir por el maletín, el cual se encontraba detrás de la puerta; volvió a sentarse con el maletín sobre las piernas y mientras deslizaba la cremallera; no sabía por qué sudaba frío. Solo pedía: <<drogas no, por favor.>>
Estupefacto era poco. Mi cabeza ahora creaba nuevas especulaciones. ¿Debería preocuparme más? En su interior no había drogas, gracias al cielo.
— Gavno... ¿Qué banco robaste? — cuestiono alucinado por los fajos de billetes ordenados en filas. ¿Un millón de dólares aproximadamente? ¿Cómo pudo andar con tanto dinero por la calle?
— No robé nada.
— ¿Cuánta droga vendiste?
— No soy una mula. ¡Adam!
— ¿Entonces la fabricas? — no podía entender tanto dinero. No te pagaban tanto por trabajo honesto.
Ella grita indignada.
— ¡Adam!
— ¡¿Qué?! ¡¿Por qué me gritas?!
— Especulas estupideces. No trafico droga, ni nada ilegal.
— Un banco...
Me mira colérica.
— ¡Basta! Sería irónico que yo cometa ilegalidades.
— ¿Qué? ¿Trabajas para la ley? — me burlo.
Callé al ver su rostro serio. No lo decía en serio o ¿si?
— ¿Por qué tantos gritos? — entra Maya adormilada.
La castaña suspira abrumada antes de soltar su cuerpo con los brazos extendidos al colchón.
— ¿Estás bien? — Maya va en su encuentro sentándose a una distancia prudente.
Suelta un suspiro sonoro y con voz ronca responde:
— Si. Solo... solo estoy cansada.
— Y bien... — insisto recibiendo como respuesta un resoplido.
— ¿Qué quieres saber?
— ¿De dónde sacaste tanto dinero?
— Estaban robando información valiosa a su país. Como Paul no estaría aquí estos días, me recomendó.
— Y tú...
— Soy como una policía cibernética. Fui parte de la División de Investigaciones de Delitos de Alta Tecnología — interrumpe arrastrando las palabras, empezaba a dormirse.
— ¿Cuántos años tienes? — cuestiona mi prima viéndola ceñuda.
— Dieciocho.
— ¿Cómo...
— Conocen la posibilidad de saltar años, ¿no? — nos habló en un tono como si fuésemos estúpidos — en mi país la secundaria son cinco años y me bastó terminarlo en dos a través de exámenes con buen promedio. Igual la universidad, adelanté cursos manteniendo un promedio impecable.
Tantos logros y no hallaba orgullo en su voz. Esta niña había hecho más cosas que yo en la vida; a mis veintidós años recién me graduaba de Economía.
— Lo veo algo descabellado. Es mucha presión. — comenta horrorizada Maya.
— Lo dices porque tienes todo servido, niña. — rebate la castaña. Se levanta y me mira achicando los ojos — ¿mañana estás ocupado?
— No... — respondo dudoso.
— Ahora que sabes parte de mi vida. Llévame al banco.
Esta vez yo enarco una ceja. ¿Me vió cara de su chófer?
— Es un pago a la información que acabo de soltar. — sus comisuras se elevan en una sonrisa carente de emoción — No hago cosas sin recibir nada a cambio, Adam. La ley de la vida. Ahora. Me urge dormir. Largo.
Literalmente nos botó a empujones. Maya y yo nos miramos por última vez en el pasadizo, dimos vuelta y cada quien a su cuarto.
El comportamiento arisco y soberbio de la castaña era desesperante. La veías tan callada y apenas abría la boca destilando superioridad te descolocaba ¿por qué? Sonará prejuicioso pero físicamente no daba con lo que hablaba y su mirada demostraba madurez no propia de alguien tan joven.
Sacudí mi cabeza deteniendo mis pensamiento. Luego de leer algunos artículos de mi facultad, apagué mi móvil y miré el techo por un largo rato hasta dormirme.
Abro los ojos debido a los golpes en la puerta; me cubro hasta la cabeza por la luz que daba al interior. Mierda. Olvidé cerrar las cortinas. Los golpes se hacen más insistentes; bufo antes de levantarme. Abro la puerta de golpe, ganandome un golpe en mi pecho. Aledis era la responsable de los golpes.
— ¿Aún no estás listo?
Arrugué la nariz ante ese tono... reprochante. Era muy temprano para oír reproches, mi madre hacía lo mismo cuando estaba en el colegio. ¿De verdad tenía dieciocho o nos estaba timando?