Los besos comenzaron suaves, calmados, cargados de cariño. Poco a poco, fueron subiendo de intensidad, hasta que simplemente explotaron. Se convirtieron en un huracán que los arrastraba lejos de cualquier estado de consciencia. Como en trance, y siguiendo la música, el se sienta sobre ella. Están sentados en el asiento trasero del auto y ella lo mira, tiene que levantar bastante la cabeza para verlo bien. Entre besos, el baila y se mueve, libre, contento, sintiéndose a gusto con el momento. Ella lo mira sin poder creerlo, sonriendo. No recuerda haber visto nada más hermoso en toda su vida.
El sonríe, mueve las manos, se mueve de una forma que a ella se le antoja muy sensual. No recuerda haberlo visto tan cómodo nunca, aunque tampoco lo conoce hace tanto tiempo. Se besan de nuevo, sin perder en ningún momento el cariño en medio de aquel torbellino de emociones. Ella se siente mareada, todas sus terminales nerviosas están sobrecargadas. Las manos no se quedan quieras, tocándolo todo pero sin quedarse en ningún sitio mucho tiempo. Ambos le están prestando atención a la música, es lo único que los mantiene anclados en ese auto. Y él sigue sobre ella, bailando al ritmo de lo que escucha, moviéndose al ritmo de lo que su cuerpo necesita.
Sin importar cuantas noches pasen, ella seguirá pensando que nunca ha visto nada más hermoso que sus ojos brillando con alegría y un poco de desconcierto sobre ella.