Me gusta el silencio porque en él estoy sola. ¿Qué tiene el pasado que nos invita a pensarlo? ¿Será que en los recuerdos encontramos silencio? ¿Será que en esas recreaciones volvemos a acomodar los acontecimientos a nuestra conveniencia?
Me gusta el silencio, porque en él encuentro mi propio ruido. Un ruido que suena como el crepitar del fuego, que se mece de aquí para allá como hojas llevadas por el viento. Un ruido que fluye constantemente, aunque no siempre con la misma intensidad.
Me gusta el silencio porque en él se oculta la otra cara de la moneda, la cara que a nadie le gusta, esa que tapamos con música y cuyo encuentro poco confortable aplazamos con compañía o cualquier cosa que nos distraiga.
¿Qué tiene el pasado, que no se queda callado jamás? ¿Qué manía tiene con inundarnos constantemente? Como si no nos ahogaramos ya lo suficiente en nuestro propio juego de ruidos y silencios.