Una lágrima cae rauda por su mejilla. Rueda rápida y transparente, dejando un rastro húmedo sobre su piel. Ella detesta llorar, por lo que se esfuerza en que esa sea la única lágrima que caiga. Además, odia el sentimiento que provoca esas lágrimas. No es tristeza, tampoco alegría, y mucho menos son lágrimas de melancolía. Es sólo la irritante mezcla de decepción, enojo e impotencia. Es ese sentimiento de sentir que no puedes hacer nada para cambiar la situación.
Con el dorso de su mano y una buena dosis de furia en sus movimientos, enjuaga sus lágrimas y respira profundo. Debe aprender a contolarse, y lo sabe. Lastimarlo no lo hará cambiar su estúpida actitud. Bloquearlo no la hará sentir mejor. Y aunque se odie a sí misma por seguir defendiéndolo cada vez que alguien lo insulta, tampoco puede evitar desquitarse diciendo cosas que sabe que lo lastimarán cada vez que se entera de que él va por ahí insultándola.
Las lágrimas ya caen más pausadas, su respiración se calma. ¿Por qué tuvo que hacerlo tan difícil? Ella había tenido toda la buena predisposición para llevarse bien. Y él la había lastimado una y otra vez, solamente porque era el modo que encontraba de superarla.
No quería volver a enojarse, volver a llorar. Pero no sabia qué debía hacer para pararlo.
En eso, su celular vibró. Lo tomó y se fijó en el último mensaje que había llegado.
'Pensa en mi y en lo mucho que nos queremos'.
Su sonrisa fue instantánea, y finalmente pudo relajarse y dormir.