Falta un día para la primavera, esa estación del año en donde mis alergias me impiden ir al exterior pero por suerte hoy es un día helado como cualquier otro, aún no hay señales del brote de polen en las flores.
Al salir de la cafetería donde trabajo a medio tiempo voy camino a casa despues de un largo dia de laboral, me ajusto la bufanda roja que cubre mi cuello del frío viento. El atardecer rojizo se mezcla con las nubes mostrando el enorme bulevard de la ciudad. Normalmente regresaría en la misma bicicleta azúl con la que vengo pero a estas horas la nieve cubre el pavimento dejando una leve capa de granizo y podría estrellarme con algún árbol. Las botas que hice para la nieve me han sido de utilidad en estos casos, son algo pesadas debido a que las fabriqué con cosas del basurero como púas de alambre y trozos de madera, al menos cumplen con su propósito.
A la espera del semáforo para cruzar la calle, hay una artista callejera, aquélla talentosa y al parecer muy atractiva chica hacía malabares con hachas que cada vez agregaba un hacha adicional, parecía que si no fuera por el tiempo limitado de la luz roja podría seguir agregando más y más. Cuando finalmente dió luz verde la multitud cruzó la calle, dejando a la malabarista con las manos alzadas en un intento de recibir algo de limosna por su demostración. La mayoría de personas pasan desapercibidas con la cabeza abajo, ya sea por razones monetarias, morales o negligencia, yo incluído formo parte de esa falla social. Del otro lado de la calle a unas pocas cuadras de llegar al departamento donde me hospedo, se ven a lo lejos estudiantes han terminado un nuevo ciclo escolar, es facil distinguirlos debido a que celebran con sus compañeros y organizan planes mientras hacen bromas y se arremangan sus mochilas... Yo debería ser uno de ellos si no fuera porque me expulsaron del colegio hace ya 3 años, aunque en realidad fue mi culpa pero siendo honestos no me arrepiento de nada.
El cielo rojizo tras pasar los minutos se tornó en un azúl grisáceo que pronosticaba lluvia, menos mal que ya he llegado a casa pero el pesimismo no acaba aquí. A pocos metros del departamento hay un vagabundo, sentado libremente en un cartón húmedo que lo único que pide es refugio y comida, honestamente me siento cansado y ya no quería sentir esa incomodidad que sentí con aquélla chica del centro. Afortunadamente hoy fue día de paga asi que haré la buena acción del mes, en la esquina hay un puesto de comida rápida que vende burritos y otros aperitivos. Un agradable señor me atiende mientras me ofrece una degustación de su mejor carne, compré un par de burritos para llevar dentro y uno para el compañero de la entrada. El cocinero jura por sus hijos que son los mejores burritos de la ciudad y realmente le creo, no he visto ningún otro puesto de burritos desde que me mudé aquí. Cuando el señor me entrega la comida procedo a caminar con cuidado ya que tengo las manos llenas, antes daban bolsas de plástico pero un famoso laboratorio ambientalista protestó en contra de su fabricación porque contaminaba mucho y terminaron prohibendolas.
Me acerqué a la entrada donde estaba el vagabundo y con unos brillosos ojos y una cara somnolienta me dirige la palabra.
—Disculpame joven, pensé que ya nadie iba a entrar a estas horas —dijo él—. Me voy a otro lado.
Parece un tipo educado que no busca molestar a nadie, de igual manera le ofreceré este regalo.
—No se preocupe señor de hecho vine a invitarle algo de comer, aquí tiene, está caliente —tomé un burrito y se lo extendí a sus manos.
Parece que no había comido en varios días ya que empezó a comer el burrito bruscamente, me aparté lentamente de ahí con mi bicicleta.
Finalmente subí a mi departamento. El 2B, siendo el último departamento con renta activa de los 15 huéspedes que habían, en mi puerta se encontraba un espantoso letrero con letras rojas que decía lo siguiente:
Pagar Renta O Habrá Deshalojo.
Se nota que lo escribieron con rabia, de hecho es raro porque yo siempre pago a tiempo la renta. Es verdad que he tenido mis contratiempos pero siempre he sido puntual con el dueño del edificio, tal vez esté necesitado de dinero y al ser su único departamento activo se quiere aprovechar de mí. Estoy cansado y realmente no tengo ganas de verle la cara a un viejo para escuchar sermones del ahorro por quinta vez. Quito el letrero de la puerta y entro finalmente a mi departamento.
A veces me pasa que debido a todos los eventos que se van desarrollando en el día a día, olvido por completo que tengo un agradable parásito que al final del día alegra mis momentos de vez en cuando.
Él es mi hermano mayor Nikola, ese que está viendo un programa de supervivencia.
—Hola Nikola, ya regresé del trabajo —coloco mi bicicleta detrás de la puerta y la comida en la mesa.
—Mira eso Haruki, está haciendo un refugio de hojas de palmera con fogata —apunta a la pantalla —.¡Apuesto que yo podría hacerlo mejor!
Mi hermano solía ser un gran aventurero, le encantaba ver increíbles paisajes; desiertos calurosos, montañas heladas, selvas tropicales y múltiples rurales a las afueras de la ciudad. Le apasionaba recolectar todo tipo de información sobre la naturaleza. Pero la pandemia llegó y aunque llevamos ya casi 3 años de ello, viajar ha sido más difícil para él, su único hobby y básicamente su razón de vivir habían sido opacados. Desde entonces está en una especie de depresión pero afortunadamente hemos sobrevivido con lo suficiente hasta ahora.
—Por cierto Haruki, hace unas horas alguien tocó la puerta, gritaba algo sobre la renta.