Alejandro no dejaba de solicitar una reunión con el papa, el cual se negaba rotundamente a querer verlo. Después de lo que le había pasado aquella noche al joven Zarzakovich, era lo único que quería, hablar con el papa, no le dirigía la palabra a nadie más, y nadie a él, por órdenes del gran padre. Alejandro rezaba todas las noches para que en sus sueños apareciera el ángel que siempre se ha comunicado con él, pero desde ese momento, el ángel no ha vuelto a aparecer en sus sueños, él culpa a esa noche, dice que sea lo que sea que lo haya atacado esa noche, lo contaminó, y le bloqueó toda comunicación con Dios, por esa misma razón ha querido hablar con el papa Santiago, pero éste lo único que hace es negarse.
La imagen de aquel joven, con una katana, asesinando al monstro frente a él, tampoco ha dejado la mente del joven Zarzakovich, ha buscado por todas partes del Vaticano al misterioso chico, pero no hay nadie que se acerque a la imagen que tiene de él, además, todos ahí utilizan túnicas y estolas, no es como que un joven con pantalones ajustados y una katana pase desapercibido.
Ya que Alejandro no tuvo ninguna respuesta del papa Santiago, o algún otro miembro del Vaticano, decidió ir a buscar información a la biblioteca, leyó más libros de los que pensó sería capaza de leer en un día, pero ninguno le decía nada, además, la mayoría de esos libros estaban en latín, por lo que no entendía nada, pidió un diccionario, pero la bibliotecaria le dijo que todos los diccionarios del latín habían sido eliminados de ahí, solamente los algunos papas lo hablaban, lo que dejaba al joven Zarzakovich en la misma situación, puede que algún libro tenga la respuesta, pero nadie le habla.
A Alejandro ya le habían asignado una tarea diaria, debía ayudar a las monjas en la lavandería de las túnicas. Las mujeres ahí eran amables, siempre con anécdotas que contar, pero ninguna quería decirle por qué nadie más le hablaba. Y hoy, un día como cualquier otro, mientras caminaba a la lavandería y pasó frente al gran espacio donde juegan fútbol, tuvo ese presentimiento, que aquella noche debió hacer algo, pero no sabe exactamente qué.
Zarzakovich estaba lavando unas túnicas a las que parecía las machas no le iban a salir, ni siquiera entendía cómo era posible que en un lugar como el Vaticano las túnicas se pudieran manchar tanto, lo único que debían hacer era estar en contacto con Dios, y éste no era exactamente un amante de la suciedad, o al menos eso pensaba Alejandro.
—Hijo, ve a traer un poco más de jabón. —pidió amablemente la hermana Julia. Una de las monjas más ambles que había y más ancianas, cabe mencionar.
—Por supuesto hermana Julia, enseguida vuelvo. —contestó Alejandro quitándose el delantal andaba puesto.
—Por cierto, te vamos a extrañar por aquí. —dice la monja.
—¿Extrañar? Solo me voy unos minutos, no es para tanto. —contesta Alejandro con su ceño fruncido.
—¿No te lo han dicho? —ahora era la hermana Julia la que tenía el ceño fruncido.
—Bueno, no es como que alguien me hable.
—Te transfirieron a la cocina, de mañana en adelante vas a seguir ayudando allí.
—Oh. —fue lo único que salió de la boca del joven Zarzakovich para después salir de la lavandería.
Alejandro nunca se había enojado en contra de alguien, pero ese sentimiento que lo anduvieran como pelota de ping pong de un lado a otro, lo estaba empezando a molestar, sabía que el padre Santiago estaba detrás de esa decisión, no sabía exactamente qué era lo que él quería, se le había ocurrido que era una prueba, pero estaba yendo un poco lejos, no había razón por la que nadie le dirigiera la palabra, incluso algunos lo veían como si fuera un bicho raro. Alejandro sabía que nadie había visto lo que había pasado, pero todos actuaban como si él fuera el monstro que apareció de una grieta. Al momento que esa palabra cruzó por la cabeza de Alejandro, recordó que había visto algo parecido en otro lado, no sabía dónde exactamente, pero lo había visto, no era la primera vez que veía una grieta como esa, sabía que no le había aparecido como la última vez, pero había visto un dibujo, en algún lado, solo que no recordaba dónde.
El joven Zarzakovich tomó tres bolsas de jabón en polvo de la bodega, y se encaminó a la lavandería, mientras cerraba la puerta de la bodega escuchó que algo se movió adentro, su cuerpo por un momento se congeló, pero sin pensarlo dos veces, volvió a abrir la puerta, dejó las tres bolsas de jabón en el suelo y entró al lugar.
—¿Hola? —dijo Alejandro con la voz un poco débil.
Alejandro quería recorrer el lugar, pero parecía que sus piernas no le respondían, hasta que finalmente logró moverlas, volvió a escuchar el sonido, no duró en descifrar en qué dirección venía, involuntariamente, el joven Zarzakovich sostenía el crucifijo en su cuello. Movió los grandes barriles de arroz que había, y detrás de ellos se reveló la imagen, el joven de vestimenta negra, tirado en el suelo, tenía una herida en el estómago y estaba sobre un gran charco de sangre.
—Tú… —fue lo que salió de la boca de Alejandro, por un momento quiso hacerle todas las preguntas que venían a su cabeza, pero al verlo ahí, se inclinó a su lado y empezó a ejercerle presión sobre la herida. —Tengo que llevarte a la enfermería.
—No, no pueden saber que estoy acá. Nadie puede saberlo. —dijo el chico con voz gruesa.