Salió del coche.
El parking del edificio donde él trabajaba estaba lleno de coches, y siempre había un notable eco, sobre todo cuando alguien cerraba la puerta de su coche, como había hecho Brunon en ese instante.
Se miró en la ventanilla de su coche, intentó ver su reflejo, aunque le costó, pues la iluminación del parking no era favorecedora, y se arregló un poco más la camisa.
Se dirigió al único ascensor que había, y pulsó el botón que le dirigía a la octava planta, donde él trabajaba; Marketing. Era de los que aportaba ideas extravagantes que lograrían convencer a las personas para comprar cualquier producto.
El ascensor realizaba su función, subía una planta tras otras, y de eco para calmar el silencio, se reproducía Top of the world, de The Carpenters. Un éxito para usar en cualquier ascensor.
Brunon empezó a cantarla, intranquilo, nervioso por ver a su jefe.
Pin.
Un sonidito que emitía el ascensor al llegar al destino puso más intranquilo a Brunon.
Las puertas de metal se abrieron, pero no había nadie. Todo estaba oscuro.
― ¿Hola? ―Preguntó en el silencio. Nadie respondió.
Empezó a andar por los caminos creados gracias a las mesas separadas de sus compañeros. Intrigado, siguió preguntando por la existencia de alguien. Dejó de andar, se paró en medio de la sala, confuso por tal desaparición de todos ellos.
No veía a nadie a simple vista, le costaba. Forzaba sus ojos inútilmente, unos ojos que se cerraron rápidamente a causa del tacto inmediato por el regreso de la luz fluorescente.
― ¡Feliz cumpleaños! ―Le chilló por detrás una voz reconocible; la de su jefe. No se movió, se quedó quieto, asombrado―. ¿Creías que te iba a regañar por llegar tarde el día de tu cumpleaños? Eres uno de los mejores trabajadores, te lo permito ―Echó una carcajada.
Brunon se giró para poder verle cara a cara, y se encontró con la sorpresa de que detrás de su jefe se encontraban todos sus compañeros. Al verlos, su rostro demostró más asombro, abriendo los ojos como naranjas, y ellos empezaron a aplaudir, reír, a tirar confeti. Todos iban con gorritos de cumpleaños, decorando de manera infantil sus pequeñas cabezas.
― N-no sé qué decir... ―Se despeinó aún más el cabello―. Gracias, chicos.
No sabía cómo reaccionar, pues él nunca recordaba su cumpleaños, ni le daba importancia, ni sentido, el hecho de celebrar el nacimiento de cada humano, pues después estos sólo se quejaban de sus largas e insufribles vidas.
― ¡Está perplejo! ―Exclamó uno de los compañeros. A Brunon le caía bien.
Todos rieron brevemente. Repentinamente, uno de ellos se acercó con una cajita de color azul, de plástico, cuadrada, y la puso en la mesa más cercana. Al abrir la caja se pudo ver lo que residía en ella; un hermoso pastel, con pinta deliciosa, y aroma placentero. Todos ya estaban comiéndolo por los ojos.
― Dios, qué despistado soy... ―Murmuró el compañero, mirando el pastel― Haber ¿quién tiene ganas de ayudar un poco y traer vasos y cubiertos?
― ¿Por qué no vas tú? ―Preguntó uno de los compañeros, riendo.
― Ni de coña, el pastel lo he comprado yo, ya he hecho mucho por hoy.
― ¡Entonces Brunon! ―Chilló otro.
― ¿Por qué yo? Si soy el que hace años, no tendría que hacer nada...
Su jefe echó otra carcajada, potente y fuerte. Sus carcajadas hacían siempre eco. Miró a Brunon con una sonrisa dulce.
― Has llegado tres veces tarde este mes, si no quieres que te despida ves a buscar los vasos y los cubiertos ―Le ordenó bromeando―. Están en la duodécima planta, ahí ya sabes que solo guardamos trastos, seguramente estarán en una caja de cartón que tiene escrito bien grande y en rojo "CUMPLEAÑOS OFICINAS".
― De acuerdo...
Todos se acercaron al pastel, observando cada detalle, ansiosos por probarlo. Mientras, Brunon se dirigía de nuevo al ascensor, sorprendido por lo sucedido.
Premió el botón de la duodécima planta.
Top of the world empezó a reproducirse de nuevo, y las puertas se cerraron.
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Editado: 10.03.2019