Buscando a mi madre

Capítulo 31: De aquí no vas a salir con vida

-----Narra Ángel-----

Desde que Jazmín tiene 9 años la conozco, siempre ha sido sincera, cariñosa y muy independiente, nunca voy a olvidar el día que la vi en la playa estaba llena de arena recostada de una piedra, las olas del mar estaban por alcanzar a mi pequeña, la levante con cuidado ella estaba profundamente dormida porque la llame y no me respondió.

La llevé a mi casa, ella temblaba del frío que estaba haciendo, la acosté en mi cama, me fui a calentar agua para limpiarla, pero antes de llegar al cuarto ya estaba despierta, estaba muy asustada, pero trate de tranquilizarla, desde ese día esa niña me robo el corazón, yo había perdido a mi hija en el mismo mar a causa de una tempestad muy fuerte que volteo mi barco, mi hija se ahogó y casi Jazmín muere de la misma manera.

Yo vi a esa niña como mi esperanza para seguir viendo, ya que días atrás había pensado suicidarme, menos mal no tuve el valor de acabar con mi vida, porque, sino mi niña Jazmín hubiera muerto ahogada y gracias a ella estoy vivo, ella me dio un motivo para seguir adelante, ella fue esa luz al final del túnel que tanto necesitaba yo.

Nunca le haría daño a mi pequeña, ni a ninguna mujer, no nací con malicia, sino más bien con un corazón muy grande dispuesto amar sin condiciones, y eso es lo que he hecho con Jazmín, la quiero como a una hija, y el día que me conto lo que le hizo el demente de su novio, quise buscarlo y agarrarlo y hacerlo pagar por lo que le hizo a mi niña. Pero Jazmín me pidió que no hiciera nada y yo deje todo así, era lo mejor, no valía la pena ensuciarse las manos por una persona como James.

Soy una persona muy pacífica, no soy de esos que se dejan llevar por sus sentimientos y pensamientos, siempre trato de estar tranquilo y calmado a la hora de hacer cualquier cosa que puedan cambiar mi vida, pero en estos momentos no puedo estar calmado y tranquilo, estoy muy asustado, no quiero morir en esta prisión.

Llevo minutos de haber llegado y varios funcionarios no dejan de insultarme y de amenazarme sin saber realmente lo sucedido, yo tengo mi conciencia limpia, yo nunca he abusado de una mujer y mucho menos de alguien que considero parte de mí, porque aunque no sea mi hija de sangre la quiero como tal.

Estoy sentado en una silla en un cuarto oscuro, me están tomando mi declaración, pero el oficial en vez de escucharme usa palabras ofensivas y un psicoterror que me hace querer huir de este lugar, mi pecho arde, sus palabras son como una espada que atraviesa hasta mis huesos, como pueden tratar a alguien tan mal, me ha costado hablar porque me hacen tantas preguntas y luego me ofenden, veo que realmente no vale la pena decir algo, otro oficial se acerca en son de burla y malicia.

—Ya todos se han enterado de lo que hiciste, de aquí no vas a salir con vida. —Me dice al oído, mientras me aprieta las esposas.

—Pero yo soy inocente, ella es como una hija para mí.

—Pero no eres su padre, Oliver, si lo es, él nos contó que estás obsesionado con su hija, viejo cochino, enfermo mental. —Habla el oficial de forma pedante y grosera. ¿Qué puedo decir o hacer? Debo permanecer en silencio y esperar que este malentendido se arregle.

—Levántate, vamos a la celda, vas a conocer a tus compañeros, —dice el alguacil, que me estaba tomando la declaración con una sonrisa llena de maldad.

Mientras me llevaban a la celda escuchó gritos, silbidos y golpes en las rejas, manos de diferentes detenidos se asoman por los barrotes tratando de tocarme o de agarrarme para golpearme, eso es lo que creo. Estoy asustado, aterrado, es mi primera vez en un lugar tan feo como este. Nunca había sido detenido y ahora, después de mis 50 años, me encuentro en un sitio tan aterrador como este.

El alguacil abre la celda, quita las esposa y me lanza al suelo como si fuera un trapo sucio y viejo.

—¡Es todo suyo!, háganlo pagar por lo que hizo, tienen mi autorización. —El alguacil se retira dejándome con estos hombres que me miran como si fuera una presa, con ganas de picarme en pedacitos, yo espero que estos hombres me escuchen y no le hagan caso a ese oficial malintencionado.

—¡Cobijazo!, ¡cobijazo!, ¡cobijazo! —Gritan todos en las diferentes celdas. No sé qué sea eso, pero siento la amenaza latente, de esta no voy a poder escapar.

—Nadie lo toqué porque está manchado, señor, siéntese al lado del inodoro y no mire a nadie ni le hable a nadie, al menos que se lo pidamos. —Pronuncia con fuerza un hombre con la voz muy ronca, es joven como de 35 años, lleno de tatuajes y con una cortada en el labio y varias cicatrices en el abdomen, solo lo miro de reojo, tengo miedo a que la agarre contra mí.

Después de media hora de estar sentado en este lugar tan asqueroso, el mismo joven se acerca a mí y manda a que todos guarden silencio.

—¿Dinos, qué haces aquí? ¿Por qué te acusan? ¿Eres culpable? —Interroga el hombre mientras se sienta a mi lado, pero sin tocarme.

—Mi nombre es Ángel, estoy aquí por ayudar a una joven que fue abusada por su novio y no quiso contarle a su padre sobre la violación…

Le cuento a todos los jóvenes que están detenidos sobre mi vida, de cómo conocí a Jazmín y de cómo mi niña llegó esa mañana cuando su novio abusó de ella, ellos me escuchan con atención.

—Ese hombre la tiene agarrada contra ti. Si sales de aquí, aléjate de esa joven. Tu vida corre peligro. ¿Sabes que es un cobijazo? —Pregunta el hombre, yo le hago señas con la cabeza de que no sé qué es eso.

—Es cuando envuelven a una persona con cobijas y luego la golpean hasta dejarla inconsciente. —Informa el joven con tristeza—. A mi padre lo acusaron de asesinato y él era inocente, yo fui quien cometió el crimen, pero él me defendió, se echó la culpa y lo mataron cuando llegó al centro de reclusión. Le hicieron un cobijazo, fueron tantos los que hombres que le dieron golpes y patadas que no resistió y murió.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.