Al final el anfitrión de la fiesta terminó echándonos de la playa, puesto que, había acabado y ya debíamos irnos. Así que ahí andamos, viendo el amanecer mientras nos ayudamos a caminar, con sueño y el cuerpo cansado.
Al llegar a casa, Axel quería matarme por despertarla tan temprano, pero aún así se rehúsa a darme una copia de su llave, aunque está bien, la apoyo. Después de todo, somos desconocidos.
Me he dado una buena ducha, hasta que toda la arena saliera de mi piel y hasta que todo el sabor salado del mar abandonara mi cuerpo.
No duré ni cinco minutos para quedarme dormido en esta cama que parece mágica y luego quejarme porque Axel ya estaba despertándome para ir a trabajar, lo peor es que sentía que solo había dormido cinco minutos.
Y aquí vamos, en la Vespa de Axel, casi recostado en sus hombros, obligándome a mí mismo a quedarme despierto mientras ella me regaña, ya que no quiere a nadie de vago ni dando mal servicios al cliente solo por no haber dormido lo suficiente, así que me compró un buen vaso de café y unos panes de mantequilla y yo solo me los disfruté mientras me aguantaba una enorme sonrisa de agradecimiento porque Axel no lo merece, por ser muy mala.
Mis ánimos por más que intento, siguen por el piso, al menos el momento me ha animado un poco. Al llegar al restaurante, me costó mantener la atención, pierdo mi vista en cualquier lugar mientras las voces de las personas me hacen volver a mí, mientras anoto sus pedidos.
Emma y Andrés me preguntan que qué me ha parecido la fiesta, yo les digo que no duden en invitarme a otra, siempre y cuando el alcohol sea gratis.
He visto mi apariencia de reojo por la ventana de cristal, debí al menos peinarme un poco antes de salir, me veo cansado, es decir, lo estoy. Y por alguna razón empiezo a compararme con mi antiguo yo, ese que no le importa si hay trabajo, se echa las fiestas y con un vaso de café se le activa el día, bueno para sonreír, para hablar con chicas que probablemente te rechacen, pero siempre dispuesto a que si la fiesta se apagaba, yo seguiría con la fiesta dentro de mí.
Me gustaba, me las vivía. Ya no sé si es la vida de adultos o el drama que me cargo, lo que me tiene como tortuga a la que le cuesta salir de su propio caparazón.
—Una orden de 3 salchichas con papas y refrescos para la mesa 2, la mesa 6, tacos al pastor y soda. La mesa 10, pizza de tocino con cervezas y un vaso con agua —digo para luego pasar las órdenes a la cocina, o sea, no tenía que decirlo en voz alta, solo dejar el papel allí pero ahí voy, a veces me comporto como si nunca antes hubiera trabajado en una cocina, de chef sí, pero de camarero me va fatal, al menos intento a que no se me caigan las bandejas en las manos y eso es un reto difícil.
—Es bueno saber que empezamos tranquilos hoy, no son tantos pedidos —comenta Andrés a lo que Emma solo lo mira aliviada.
Yo aprovecho y me voy afuera con las bandejas en mano, y animo a unas cuantas personas a pasar, Andrés me maldice con la mirada, pero no quiero estar ni un momento a solas con mi mente, ya que lo único que siento es ese enorme ardor en la garganta, como si de miles garras arañando se tratase, mis ojos se esclarecen y yo solo me enfoco en mi nuevo trabajo.
Axel ni siquiera está por aquí hoy, resulta que tiene más "minibares" de los que se encarga en la playa, después de todo, ella es bien ocupada, no sé como lo logra, se queda hasta tarde cuando es la jefa, yo fuera ella y me quedo en casa a dormir todo el día, pero justo por ser así... a lo mejor por eso es que hoy estoy aquí.
La noche viene a nosotros, el calor sigue intacto en este lugar, mi cuerpo se mantiene pegajoso y mi espalda amenaza con romperse junto a mis pies, pero sigo con las bandejas en mano, sirviendo cócteles y escuchando quejas y más quejas de las personas a las que vienen y ni siquiera hay lugar donde puedan sentarse. El lugar está lleno de gente, el bullicio, el ruido de los tenedores y cucharas resuenan al tocar los platos, la música de fondo algo suave pero a la vez frustrante, todo me hace querer estar lejos de aquí. De lejos he visto como las olas del mar se arrastran a la arena y realmente deseo dejar de ser preso de mi propia realidad.
Axel ha llegado con mi nuevo uniforme de trabajo en sus manos. Rápidamente me ha obligado a entrar al baño para vestirme y luego volver a trabajar. Aunque no le he dicho nada, de todo corazón yo le he agradecido en mi mente. En el baño al fin pude sentarme en el suelo, mis pies duelen y mi espalda reposa en la pared, dejo salir un pequeño suspiro y me quedo en ese estado por unos segundos.
—Dos minutos John, no es para que te quedes de vago, hay mucha gente afuera —dice Axel mientras yo escucho el sonido de su cascada del Niágara.
—Hablas como si me conocieras, Axel. No sé que mala reseña te dio Mae de mí, pero soy responsable —respondo aún sentado en el piso sin ganas ni fuerzas para moverme.
—No necesito escucharte decirlo, solo hazlo.
Puse mis ojos en blanco para luego escuchar como abre la llave del grifo y el agua empapa sus manos, pasaron unos breves segundos y ella salió dejándome solo allí. Lo próximo que escuché fue el murmullo de personas que se acercaban y supe que ya era tiempo de pararme y vestirme con el uniforme.
Saqué fuerzas de dónde no tengo, para seguir. Creo que ese es mi día a día desde que tengo memoria, aún cuando era el chico sin fronteras. El uniforme me ha quedado demasiado bien, aún más de lo que esperaba, es cómodo, completamente negro de camisa y pantalón, algunas personas me miran mientras se secan las manos o se miran al espejo, pero no es nada en especial, solo malas caras porque estoy en el baño de chicas, lo que me llevó a salir de inmediato en cuanto quedé vestido.
—¡Te ha quedado diez veces mejor que el mío! -comenta Emma.
—¿Verdad que sí? —respondo dedicándole una pequeña sonrisa para luego ir a la cocina y llevar más pedidos a las mesas asignadas.