Buscando en el Pasado

Capítulo VI

Capítulo VI

 

Santiago de Chile

9:20 p.m. Un día atrás

 

Corto la llamada y aprovecho la cobertura que me brinda el humo que desprenden las llamas en el capo de mi Mustang para alejarme y cubrirme detrás de una vagoneta a varios metros de distancia. Me agacho en la acera e intento esconderme sin dejar de mirar en la dirección que vienen. Ya no puedo escucharlos, mucha gente grita y corre para alejarse de esta zona de guerra. Las tiendas y negocios que aún están abiertos cierran sus puertas y bajan las cercas metálicas.

Puedo sentir los latidos de mi corazón en la garganta, pero es por la adrenalina porque no tengo tanto miedo como debería. Esta vez no me volverán a agarrar desprevenida, ahora seré yo quien aproveche la ventaja de la sorpresa. Pagarán por lo que le hicieron a mi Mustang y a otras personas inocentes.

—¡Están armados, corre! —grita alguien al otro lado de la calle.

Me mantengo inmóvil, inalterable y lo más concentrada que puedo. Primero escucho muchos pasos de gente corriendo y luego empiezan las ráfagas de disparos hacia donde quedó mi auto en llamas. Las detonaciones duran casi diez segundos y se reanudan a los cuatro, después que recargan. Aún sigo sin poder ver en dónde están.

—¿¡Sigues viva!? —pregunta uno de los hombres en voz alta, soltando carcajadas.

Tengo seis balas y no puedo desperdiciar ninguna, lo que no será fácil. Aunque a lo largo de los años he entrenado mi brazo izquierdo para disparar mejor con él, no es tan bueno como el derecho que tengo algo lastimado.

Algunos de los tiros comienzan a llegar hasta la vagoneta que me cubre y me resguardo un poco más.

Me ordeno mantener la calma y pienso, tengo que atacar por donde menos lo esperarán. Me tumbo en el pavimento e inmediatamente veo las botas de los sujetos rodeando el Mustang. Disparo, no le doy a nada.

—¡Maldición! ¿¡De dónde vino!? —pregunta uno de ellos.

Vuelvo a disparar, fallo.

—¡Vienen del frente! ¡Cúbrete! ¡Dispara, dispara!

Las balas rebotan en las paredes y rompen las vitrinas de una tienda que está detrás de mí. Las personas dentro del negocio gritan escandalosamente mientras ruegan por ayuda. Lucho por ignorarlos para poder concentrarme en los hombres que vienen a matarme.

Lo intento nuevamente y fallo al disparar. ¡Maldición! Mi brazo izquierdo no es capaz de controlar el retroceso del revólver, el objetivo es muy pequeño y está a más de quince metros. Miro hacia atrás para buscar una salida. Encuentro un callejón no muy lejos, pero no tendré oportunidad de alcanzarlo con dos armas automáticas disparándome por la espalda.

No me queda más opción. Suelto un tiro en dirección a los sujetos y luego coloco el revólver en el suelo. Me arranco la férula del brazo derecho y cojo nuevamente el arma con mi mano liberada. Solo tengo dos tiros. Vuelvo a acostarme en el piso.

—¡Te tengo! —grita uno de ellos, arrodillado en el pavimento, mirándome a los ojos y apuntándome.

Ambos disparamos, él le da a los cauchos de la vagoneta y yo le doy en la cabeza.

—¡Marco! —suelta su compañero.

No pierdo el tiempo. Me levanto y corro en dirección al callejón.

Escucho que me insulta y los disparos empiezan a sonar, algunas balas me pasan tan cerca que puedo sentir la onda de aire y escuchar el silbido de la muerte.

—¡Te voy a matar, malnacida!

Corro tan rápido como puedo, como nunca antes lo había hecho en toda mi vida, impulsada por el indescriptible y escalofriante miedo de que cualquier segundo pueda ser el último. Casi llegando al callejón volteo y veo que viene acercándose. El desgraciado debe ser atleta porque es demasiado rápido. Cruzo al callejón y dejo de estar en su ángulo de disparo, pero por haber volteado tarde hacia el frente no veo un obstáculo.  Aunque trato de esquivarlo, lo tropiezo y caigo contra el suelo, mi arma queda al lado de un conteiner de basura. Intento ponerme de pie, pero mi bota desliza sobre un charco de aceite y resbalo. Escucho que se acerca. Gateo a toda velocidad y me estiro para tomar el arma, lo que apenas logro.

—Te tengo —dice el sujeto a mi espalda.

Toda la piel de mi cuerpo se eriza.

—Muere.

Me tiro en el suelo y doy varios giros veloces hacia un lado mientras las balas dan contra el concreto. Me detengo en una de las veces que quedo bocarriba y disparo por instinto, sin pensar en dónde apuntar exactamente. Le doy en el cuello. El hombre pierde el equilibrio y parte de sus fuerzas, mas no suelta el gatillo y termina de vaciar el cargador de su arma disparando en todas direcciones entretanto cae de rodillas.

Voy por él. Lo pateo por el pecho para hacerlo caer acostado y lo desarmo.

—¿¡Quién te…!?

Pienso en interrogarlo, pero ya está más muerto que vivo. Lo reviso, tomo su teléfono y su cartera. Abro la última y lo primero que veo hace que flaqueen mis piernas.




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