La bocina del coche volvió a sonar repetidas veces.
—¡¿Qué haces, atontao?! —Gritó desde la ventanilla un conductor enfurecido.
—¡Es un paso de cebra! —Contraatacó Evans al conductor.
—¡Está en rojo! Y eso no significa que cruces como si fueses una vieja —Contestó malhumorado el conductor con el codo apoyado en la ventanilla y un cigarro en la boca.
Evans no tenía ganas de discutir, y el conductor llevaba razón, en parte, así que sólo chistó la lengua y con las manos en los bolsillos aligeró el paso. No tenía ganas de volver a casa y verse solo en esas cuatro paredes. Entonces su mano rozó su móvil dentro de su bolsillo derecho y las ideas volaron en su mente.
Llamaría a Mar ¿Por qué no? Ella le había dado su número. Podría decirle de verse. Ya era tarde así que fue a una tienda 24h a comprar palomitas. De camino a la tienda sacó el móvil y buscó su nombre. Entonces la pantalla se iluminó con el nombre Mar sobre un fondo verde que indicaba que estaba llamándola.
Un pitido...
Dos pitidos...
Tres pitidos...
Cuatro pitidos...
Evans colgó y se guardó el móvil decepcionado. Cambio de rumbo y se dirigió hasta su casa. Todas los pisos estaban con las ventanas cerradas y sin rastro de luz y a Evans le gustaba imaginar a una madre dándole un beso de buenas noches a su hijo, un padre recogiendo los rastros de la cena… En cada casa imaginaba una historia y les daba vida.
Echaba de menos a sus padres, tener una familia.
Una absurda música sonó desde el bolsillo de Evans que lo sacó de sus pensamientos y él no tardó en descolgar.
Sonó una voz femenina agitada a través del altavoz.
—¡Hey! ¿Cómo te va? No has tardado mucho en llamarme, eh. Estaba dando una vuelta porque me ha sentado mal la cena. ¿Que querías?
A Evans se le había olvidado cuánto podía hablar esta chica y toda la energía que tenía. Y se descubrió sonriendo al móvil sin darse cuenta.
—¿Evans? ¿Estás ahí? ¡Evans! —Su voz sonaba preocupada a través del teléfono.
—¿Cómo sabías que era yo? —Preguntó Evans atónito.
—Tengo agregados a todos mis amigos, no te creas que voy dando mi número a todos los desconocidos que se cuelan en mis dibujos y además ¿Qué música ridículamente cursi tienes como tono?
Evans se giró de golpe y a un par de metros estaba ella saludando con una mano mientras sostenía el móvil con la otra.
Sonreía.
Como si fuese un estado natural en ella.
Evans, todavía en shock, colgó la llamada y guardó el móvil.
—¡Hola de nuevo! No sabía que te gustase dar paseos nocturnos.
—Lo mismo digo —Ahora él también sonreía.
Esperó a que ella estuviera a su altura y caminaron al mismo paso en silencio. Pero era un silencio cómodo que ninguno quería romper todavía. Unos minutos después la conversación se había iniciado de manera natural y ahora hablaban de dibujos y fotografía. Evans soltaba algún que otro piropo sútil y la chica se sonrojaba ligeramente.
Andando llegaron hasta una calle que para ella era familiar.
—Aquí vivo yo —Alzó un poco la voz para que Evans se frenase.
Él, que iba un par de pasos adelantado, retrocedió hasta el portal.
—Hablando hemos llegado hasta mi casa —Su sonrisa se había vuelto incómoda.
—Me alegra haberte acompañado —Evans se encogió de hombros.
Hizo una mueca.
La chica se alzó un poco para estar a la altura de Evans dispuesta a besarle la mejilla, pero Evans se movió accidentalmente y acabó besándole la comisura de los labios.
No era bueno para estas cosas. Ahora el colores había subido a los dos. No cruzaron palabra durante unos segundos. Se despidió rápidamente de ella con la mano mientras la veía entrar al portal con una sonrisa como respuesta y se encaminó hacia su casa.
Habían dado un largo paseo en el que hablaban sobre los trasfondos de sus obras.
Ella en realidad se sentía triste y sola. Él se sentía apartado y solo. Aunque su forma de expresarlo era muy opuestas. Eran almas totalmente distintas que encajaban perfectamente.
Y esa conexión Evans la había sentido sin darse cuenta.