Buscándote

11. Ojalá tú

Evans sabía que todo aquello era una locura, él no era así. ¿Desde cuando besaba a chicas desconocidas? Más bien, ¿Desde cuando besaba a chicas? Su obsesión desde los dieciséis años había sido una chica inexistente, no se había interesado por ninguna en todos esos años.

Y ahí estaba.

Con un hormigueo en los labios, un sútil tembleque en las piernas y los ojos clavados en los de Mar. Pero su decisión ya estaba tomada, a pesar de todo. Caminó lento con las pupilas de Mar pendiente de sus pasos. Dejó el ascensor atrás, y se acercó a ella. Mar abrió completamente la puerta, quedando los dos frente a frente.

No había vuelta atrás, era lo que le dictaba el cuerpo.

¿Podría ser por la conexión de sus almas?

Ahuecó entre sus manos las mejillas de Mar, y con el cuidado de quien manipula porcelana, acercó los labios de ella a los suyos. Unos segundos de espera, y se hizo la unión entre los dos. 

Un beso suave, lento.

Mar tardó milisegundos en responder y después subió sus manos a la nuca de Evans. Entonces el chico se separó sin soltar su cara.

—De verdad que tengo que irme —Susurró.

Ella asintió apartando lentamente las manos de Evans.

—Esta bien, recuerda el descuento de la segunda visita —Y le guiñó un ojo.

Los dos rieron suavemente.

Y ahora sí, Evans caminó hasta el ascensor y se despidió de nuevo con la mano. Mientras bajaba hasta la planta baja solo le daba vueltas a los acontecimientos de los últimos días. En cierto modo, había sido una casualidad conocer a Mar, pero por muy extraño que pareciese, se sentía bien. En paz.

Ahora, con el frescor de la mañana rozando su cara su cabeza voló al misterio de Sarah. Pasó una mano por su pelo revuelto. Quería encontrarla, saber por qué soñaba con ella. Decidió que no iría a casa, necesitaba pasear y como de costumbre, sus pasos se dirigieron al parque. Con las manos en los bolsillos, y la mirada fija las grandes copas de los árboles de su destino que se podían ver en la distancia se preguntaba si volvería a soñar con ella. Cruzó las verjas que daban paso a la vegetación y el camino que llevaba a su banco. Otra vez volvió el recuerdo de la noche fría que marcó su vida para siempre.

Un Evans de años atrás corría al armario para poder vestirse mientras llamaba al número que le había mandado un mensaje.

—¿Tía? —Preguntó con miedo.

A través del teléfono un suspiro triste.

—¿En qué hospital están?—Volvió a insistir Evans.

—Tu madre... No ha sobrevivido, Evans. Tu padre está en la UCI. Pinta mal —Sollozó su tía.

El móvil se resbaló de la mano de Evans, y cayó al suelo produciendo un eco en la cabeza del chico.

Su cuerpo se quedó estático, las imágenes de su madre pasaban por su mente como un videoclip.

—¿Evans?¿Evans? —Se escuchaba en la distancia desde el altavoz.

—¿Evans?

Su cabeza volvió a la realidad y por un segundo parecía estar soñando.

—¿Sarah? —Titubeó el chico.

La chica sonrió apoyando sus manos a los lados emanando un aire infantil.

—¿Has venido a ver el amanecer conmigo? —Se burló ella.

Evans aún seguía en tensión sorprendido de verla. Sarah estaba sentada en el respaldo del banco, llevaba unos pantalones vaqueros tobilleros con una camiseta de Los Ramones dos tallas más grandes por dentro del vaquero. Su pelo chocolate estaba recogido con varios scrunchies formando una coleta de burbujas.* El sol de la mañana iluminaba su rostro y realzaba sus ojos verdes.

Definitivamente era preciosa.

Por un momento, a Evans le atravesó la idea loca de que ese banco estaba maldito. No podía ser todo coincidencia.

—Simplemente no podía dormir —Le respondió.

—Yo tampoco, porque volví a soñar contigo —Respondió Sarah con naturalidad.

Los ojos de Evans se abrieron.

 




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