Anna se desempeña como docente de educación física en una preparatoria, yo soy desarrolladora web en una empresa que presta servicios informáticos, para instituciones educativas.
Así fue como todo inició.
Nos conocimos años atrás cuando compartimos algunas materias en la universidad. Por aquel entonces, ella estaba a punto de graduarse en mercadeo y yo cursaba los primeros semestres de Diseño.
Solíamos compartir mucho en clases, al igual que en el club de teatro. Éramos inseparables.
Sin embargo, luego de su graduación, cada quien siguió su rumbo, de vez en cuando hablando por Email. Sólo como entrañables amigas.
Entonces un día, apareció en mi oficina en compañía de otras docentes; asistían a un taller sobre una nueva aplicación de gestión escolar que, desarrollamos para su instituto.
—¡Paula! —me dijo casi gritando, mientras sacudía mi escritorio, trayéndome de regreso al mundo real.
Cuando estoy programando, suelo perderme en los códigos y no me doy cuenta de lo que pasa a mi alrededor.
—¡Pero qué mierda! —le grité molesta sin fijarme de quién se trataba— ¿Qué coño te pasa?, ¿por qué vienes a hacer semejante desastre? —Entonces alcé mis ojos de la pantalla que, ya había dejado de temblar y la vi.
Ahí estaba Anna, feliz de verme, extendiendo sus brazos de par en par esperando un efusivo abrazo. Me levanté de golpe y corrí emocionada, habían pasado años desde que nos despedimos en su fiesta de graduación.
Luego del taller, salimos a almorzar, contentas por nuestro reencuentro. Intercambiamos teléfonos, también BB Pin.
Una tarde de sábado, recibí un pin de ella pidiéndome apoyo con un error que arrojaba el sistema. Sin pensarlo dos veces me apresuré a arreglarme y ponerme en marcha hasta su casa.
—¡Ah este es el problema! —le dije, al verificar que era un error en el código de acceso asignado a un representante—. La persona que generó los códigos, no le concedió permiso a este módulo, pero puedes resolverlo de esta forma cuando esto ocurra.
Le expliqué el procedimiento en el sistema y ella asintió contenta.
—¡Paula eres un crack! —comentó Anna emocionada, posando sus manos sobre mis hombros, agitándome con vehemencia.
—¡No vale! El sistema lo diseñamos así, para que se les haga fácil a ustedes.
—¡Me vale verga! Eres lo máximo y punto. —Eso me hizo sonrojar—. Paula —Giró la silla en la que estaba yo sentada y se agachó lo suficiente hasta estar a la altura de mis ojos—. En realidad, no te pedí venir sólo por eso, es que te quería ver.
Mi cara al escuchar aquello se volvió un poema, creo que todas las tonalidades de rojo se hicieron presente.
—Lo voy a decir así, sin floro ni anestesia: ¡Me gustas!
Me sentí nerviosa ante su confesión, no sabía con certeza que responder. La verdad ella no me resultaba indiferente.
—Te quiero invitar a salir ¿Qué dices? —añadió, provocando que mis dedos tamborilearan sobre la silla por la impresión.
Como mis palabras se rehusaban a salir, lo único que pude hacer, fue asentir en silencio.
Fuimos a comer en el mall y luego al cine a ver What Happens in Vegas, reímos a carcajadas con cada locura que hacían Cameron Díaz y Ashton Kutcher, durante su desastroso matrimonio, en su intento de conservar cada uno el dinero del premio para sí.
Como buena polilla sensible y llorona, ahí estaba yo lagrimeando cuando Cameron se da cuenta que Ashton había hablado con su ex y luego desaparece de la corte dejándole a él todo el dinero del premio.
Anna me acurrucó junto a ella, abrazándome con tanta fuerza; su calor se sentía tan reconfortante. Mientras reposaba mi cabeza sobre su hombro sólo ocurrió; posó su mano libre sobre mi mejilla y con suma suavidad juntó sus labios con los míos.
Aquel beso jamás lo voy a olvidar, fue como estar presenciando un espectáculo de fuegos pirotécnicos, en compañía de la persona más especial del planeta; como si en esa oscura sala de cine no existiera nadie más.
De esa manera comenzó nuestra hermosa relación.
Mi madre conocía a Anna desde que estábamos en la universidad, sabía que éramos muy buenas amigas, por esa razón no daba importancia a nuestras constantes salidas. Pasaron los meses y así llegamos a nuestro primer aniversario.
Tuvimos una velada preciosa, paseando, comiendo, jugando.
Esa noche nos quedamos en un bonito hotel de la ciudad. Por la mañana tenía un montón de mensajes de mi madre, preguntando ¿Dónde me encontraba? Al decirle que, en casa de Anna, se tranquilizó, para ella esta corpulenta mujer era sinónimo de “mi hija está segura”, así que sólo me regañó por no avisarle antes.
—Malvavisco voy a contarle a mami sobre nosotras. —Me abrazó con fuerza, apretándome junto a ella, aún más de lo que ya estaba entre las sábanas, de aquella cama matrimonial en la suite, donde nos entregamos al amor la noche anterior.
—Polilla ¿Estás segura? —preguntó en tono dulce y bajo— Tú nunca le has hablado sobre “eso” antes ¿Crees que lo entienda?
Creí que lo entendería, pensé que mi madre me aceptaría, que le haría feliz mi felicidad. ¡Qué ilusa fui!
Como cualquier pareja, trabajamos duro construyendo nuestra vida juntas, resultó emocionante, ir adquiriendo cada cosa para nuestro nuevo hogar. Ver a Anna lanzándose sobre las camas para probarlas, como si se tratara de una zambullida olímpica, me resultaba divertido; mientras que para ella lo era, observar como mis ojos se desorbitaron con una laptop gamer de última generación.
Nuestro departamento cuenta con dos habitaciones, así que una decidimos convertirla en oficina-gimnasio. ¡Mezcla extraña!
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Editado: 11.08.2020