Gabrielle no solamente tenía las pupilas amarillas, sino que poseía una agilidad que no era posible en humanos. Se notaba que era diferente aunque su apariencia cumpliera con los parámetros suficientes como para hacerla pasar por humana.
Doña Edith sabía que era diferente, pero igual la quería, y la educaría como su hija. Sus medios eran muy modestos, pero rápidamente la enseñó a leer y a escribir, porque la niña aprendía al instante, le enseñó matemáticas y música, lo que ella afortunadamente sabía. Pero Gabrielle lo aprendía todo aún mejor.
Se imaginó un futuro brillante.
Pero a veces dudaba.
Ellas no salían mucho de su humilde casa. Doña Edith temía de que la gente le hiciera daño a su hija o se la robaran.
Así fue como Gabrielle creció sola en la casa, en su cuarto. Y aquella habitación tenía una ventana que daba a las montañas, Gabrielle podía pasarse el día y la noche mirando perdidamente hacia aquellas montañas.
A veces le preguntaba a su madre por qué ella nunca podía salir, ni tener amigos. Veía la televisión y se daba cuenta de todo el mundo al que no pertenecía: no iba a la escuela, no iba a la playa, no era como los demás niños.
Su madre nunca le mintió, desde siempre le habló de lo peligroso que era el mundo de afuera, y de lo mala que era la gente de Sierra Perdida.
-Escucha Gabrielle- le habló una mañana durante el desayuno. Ya la niña llevaba seis años viviendo con ella, y ya la sentía como toda una adulta- No todas las personas serán buenas contigo, el mundo no es bueno, no es como esta casa- la mujer se veía muy cansada y triste a la luz de la mañana - Es muy peligroso para todos-
Muy rara vez comían carne puesto que era muy costosa, los desayunos casi siempre consistían en huevos, pan tostado, mermelada y leche. Suficiente para Gabrielle, quien no entendía el por qué de aquellas precauciones y advertencias que tanto le enseñaba su madre. Ella pensaba que el mundo era feliz y maravilloso.
Y todo sería de verdad maravilloso sino fuera por esas horrendas pesadillas que a medida que crecía, se hacían más frecuentes. Le preguntaba a su madre qué significaban, pues en esas pesadillas veía a gente horrible que la perseguían y ella huía desesperadamente. Y también veía a un niño en esas pesadillas, un niño que la observaba huir desde la copa de un árbol.
-¿Quién era ese niño, madre?- preguntaba ella.
-Son cosas de tu origen que yo no conozco, mi amor- la buena mujer se servía más café y trataba de aparentar que no le preocupaba- Yo te encontré en una calle, estabas sola y herida. Te perseguían y tú escapaste. Es todo lo que sé. Por eso es que te advierto, amor, que el mundo afuera es muy peligroso para ti. No confíes nunca en los hombres, Gabrielle-
Ella no entendía, apenas tenía siete años, aunque fuera muy inteligente, aún era joven y no conocía el mal. Pero pronto lo conocería, porque su madre no llegaría a verla cumplir los ocho años.