El bello salón de detención.
Ya se le había hecho una gran costumbre estar sentado en la misma silla de siempre, mientras veía como su querido profesor (nótese el sarcasmo) quedarse dormido con la cabeza apoyada en la pared y un asqueroso hilo de baba cayendo desde su boca.
Nunca había algo interesante que hacer en ese lugar, más que dar pequeños golpecitos al ritmo de una canción que llevaba rondando su cabeza, sobre la mesa. A su alrededor, se encontraban personas igual de aburridas que él, admirando el reloj, como si eso hiciera que la hora pasara más rápido.
¿Qué hacia él allí?
Bueno... en esta ocasión, se debía a querer salvar al tímido chico nuevo de un par de idiotas que querían robarle algo. La verdad es que no vio que era, solo decidió intervenir y darle un puñetazo en la cara a uno de ellos. Se puso a llorar y lo fue a acusar con uno de los profesores, así que... aquí estaba: una hora de detención luego del colegio y solo llevaba 5 minutos. Esto se estaba haciendo eterno.
La puerta de la sala se abrió y el director entro empujando a una niña que venía con una completa cara de desagrado y de no querer estar allí. Tenía unas manchitas de color azul y verde en la cara y las manos llenas de pintura.
¿Qué había hecho ella para estar allí?
Era la primera vez que hacía algo de, como el director lo llamó, vandalismo. Solía ser una chica muy tranquila y sus profesores se lo hacían recordar casi a diario, pero había decidido dejarse llevar por un pequeño impulso: darle vida a una horrible y blanca pared en el patio que la estaba torturando desde que la habían sentado junto a la ventana. Cuando las clases terminaron, fue al cuarto donde su maestra guardaba las pinturas y, intentando hacer el menor ruido posible, sacó todo lo que necesitaba. Llegó al lugar y comenzó a pintar como siempre se lo había imaginado mientras estaba en clases. Pero no salió bien. Sintió una mano en su hombro y, al voltearse, vio al director con el ceño fruncido.
La guio por el pasillo de la escuela hasta llegar al famoso salón de detención, donde nunca antes había estado, y ella se sentó en uno de los puestos desocupados, junto a un chico que había visto en otras ocasiones, por lo general, haciendo alguna travesura.
Ella realmente no entendía por qué estaba allí, si lo que hizo no estaba tan mal. Sacó una hoja de un cuaderno y comenzó a dibujar cómo le hubiese gustado que la pared quedara. Sentía la mirada del chico sobre lo que estaba haciendo, pero decidió no darle importancia, ya que, de seguro estaba aburrido y no tenía nada más que hacer.
Él observaba con mucha atención lo que ella hacía, sorprendido de que algo así pudiera hacerlo una niña de 9 años. Sentía que estaba hipnotizado por aquellas manos que no dejaban de moverse de un lado a otro, creando cosas maravillosas.
—¿No tienes nada más que hacer que mirar lo que hago? —habló ella luego de un rato, girándose hacia él.
—Claro que sí. —él volvió la atención hacia el frente, fingiendo que no le importaba en lo más mínimo su dibujo—. Me estaba quedando dormido al ver lo que hacías. — ella no pudo evitar sonreír.
—¿Cómo te llamas?
—Cameron ¿Y tú?
—Hailee. — le extendió la mano con una sonrisa mucho más grande y él la aceptó.
¿Quién hubiera dicho que, tan solo con eso, comenzarían una gran amistad?