Me gustaría poder observar a Saturno y a Plutón desde la ventana de mi habitación, pero desde aquí, solo puedo admirar la belleza de la luna cristalina y desmesurada. El viento sopla muy fuerte, estremeciendo no solo mi rostro, sino mis pensamientos. De pronto el sueño me usurpa, obligando a mi cuerpo a recostarse sobre mi cama de color púrpura. Cierro mis ojos, y visualizo a mi “Niña”, así solía llamar a mi mascota. Imagino que jugamos juntas en el césped de la casa de la abuela. Ella, se recuesta con las patitas al aire para que le acaricie la pancita, luego la abrazo muy fuerte. Sus ojos color miel, resalta su mirada, que encajan con su pelaje blanquecino.
No pasa de ser una ilusión, dejo brotar enormes océanos de mis ojos tristes, mientras los abro. La nostalgia crece dentro de mí, que hace de mis pensamientos una tortura tan profunda, al saber que no la veré más. Es un dolor brutal que recorre por mis venas opacando mi felicidad, infectándola de fragilidad. Ya nada es igual. Ni la belleza de los meteoritos, las constelaciones, los planetas y la luna, hacen de mi galaxia un lugar tan sublime otra vez.
Aun estando consciente, puedo oír la música “No hay nadie más” de Sebastián Yatra. Pienso que es mi imaginación, sin embargo, la melodía sigue entonando, así que, me levanto y me acerco al balcón, que queda justo al lado del ventanal de mi alcoba. Como si se tratara de Romeo y Julieta, abajo se encuentra Bruno, mi enamorado. Aquel muchacho alto, de tez blanca, con unas pestañas de ensueño y ojos vivaces, extrae de su auto un ramo de orquídeas, mis favoritas.
Bajo apresurada las escaleras de mi casa, no puedo esperar más tiempo para abrazarlo. Tengo en frente de mí, al chico que revolotea mis emociones.
—¡Mi Samy! Hoy no es tu cumpleaños, ni nuestro aniversario —me sonríe con un gesto de dulzura—, solo quiero demostrarte, que me importas mucho. Deseo que en el futuro, sigas a mi lado, pase lo que pase —. Me entrega el ramo de flores.
—Bruno, mi amor. Siempre quise encontrar a alguien como tú, que me comprenda, me quiera y me ame —acaricio con una de mis manos, su rostro—, me siento muy afortunada haber coincidido contigo en esta vida.
—Yo también, pero, ¿dónde está la Niña de tus ojos? No ha salido a ladrarme —suelta una pequeña carcajada. Bajo la mirada, sin decir una sola palabra—. ¿Qué pasa? ¿Le ocurrió algo a tu Niña? —me abraza muy fuerte. No dije ni una sola palabra.
Sentir sus manos, arrullar mi cuerpo, me hace sentir protegida. Recuerdo que en la mañana, antes de salir de casa, le di un beso tan cálido como si se tratara de mi propia hija. Tuve que ir con urgencia al hospital por motivos de salud. Demoré un poco. Al llegar a mis aposentos, mi madre me dijo que, la perrita escapó de casa y fue atropellada por un taxi, lamentando su muerte. Así como ella, sus padres tuvieron un final trágico, entonces yo la acogí, de repente ya era mi Niña. La cuidé durante cinco años felices, pero me ha dejado sola en este mundo perfectamente imperfecto.
Volviendo a la realidad, Bruno sigue ahí, con sus fuertes brazos, dándome su calor. La nostalgia se ha ido un poco. Nos miramos fijamente. Se comienza acercar, y me besa apasionadamente. Sus manos bajan hasta mi espalda, sus caricias me vuelven loca. Siento, que nos tele transportamos de la Tierra a Plutón, donde no existe el tiempo, solo importa que dos corazones se quieran con las mismas fuerzas que un tsunami podría destruir Japón, con la misma pasión que Mario Benedetti escribía sus increíbles poesías, con el mismo coraje que tuvo David al derrotar a Goliat.
El silencio abunda entre nosotros, nos sentamos en una banca a lado de su coche rojo. Acomodo mi cabeza sobre su hombro. Mi melena larga de color negra, baila al ritmo del viento. Bruno se muestra un poco inquieto.
—Si tienes algo que decirme, solo dilo, ya estoy mejor —tomo su mano izquierda y la acaricio con la yema de mis dedos.
—Mi padre, me manda a estudiar Negocios Internacionales al exterior por tres años. Luego podré sucederle en la presidencia de lo contrario perderemos la empresa de la familia —me susurra al oído—. ¿Me vas a esperar? Tú eres mi Julieta y yo tu Romeo, no te quiero perder.
—No quiero que te vayas ahora te necesito más que nunca. Aun así, te esperaría una eternidad —expreso con una voz melancólica—. ¿Cuándo te vas? Te voy a extrañar mucho bebé.
—Mi vuelo sale más tarde en la mañana. No creo que puedas ir a despedirme, porque luego pierdes la oportunidad de hacer tus exámenes de la Universidad — con su mano derecha acaricia mi rostro.
—No sé cómo haré para no echarte tanto de menos bebé. Insisto, no quiero que te vayas y también me dejes —suelto su mano izquierda, me acomodo y lo miro—. ¡Quédate! —le suplico.
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Editado: 13.12.2018