—Es una locura, Alexa.— Evan, veía a la muchacha caminar de un lado al otro.—No puedes irte. No ahora.— Rascó su cabeza, pensativo.— Bueno, mejor dicho... sí, sí puedes irte. Pero al menos vamos juntos.
—No puedo.— su respiración era agitada.— Debo hacerlo sola.
Intentó detenerla, pero la joven era muy rápida cuando quería. Ella, lo maniató, con una remera que encontró por allí, sin que se diera cuenta. Cuando quiso seguirla, tropezó de bruces. Sus pies también estaban atados.
La luna llena estaba cada vez más cerca de concretarse. Los segundos pesaban, y la tensión aumentaba. Evan no recordaba que la cueva sea tan pequeña, ni agobiante. No paraba de pensar en Alexa. Todos se encontraban movilizados bajo sus órdenes, y él solo observaba escaleras arriba. Rogando porque ella aparezca.
—¿Y la rara?— preguntó Harvey; el encargado de encender las antorchas en cada celda.
—Tiene un nombre, Scott. Se llama Alexa.
—Bien, Grey. ¿Y Alexa la rara?
Jules y Sammie cargaban la artillería con la que Kat debía castigarlos si alguno de ellos desobedecía, o se quería escapar. Unos látigos, elementos de tortura. Ambas rieron ante el chiste.
Katarina y Max, estaban separando las cadenas, y las esposas que en brevedad se colocarían. El joven tenía un enamoramiento furtivo por la novia de su alpha; era sencillo oler a las distancias, sobre todo para ellos que su olfato captaba cada hormona que liberaba su hermano. No se sabía por quién lo hacía, pero acrecentaba cuando estaban juntos. No se debía ser Sherlock Holmes para averiguar semejante amorío.
—Mira Harvey...— dijo Evan, controlando su ansiedad.— Deja de llamarla rara.
—¿O qué... principito?— ambos se encontraron. Evan lo superaba en altura, pero Harvey no se rendiría con facilidad.
—Te rebanaré en pedazos, y te comerás tu propio cuerpo. Hasta que mueras.— gruñó. Lo empujó con tanta fuerza, que el enano golpeó casi inconsciente uno de los muros. Intentaba recuperar el aliento; todos pararon de hacer sus quehaceres.
—¡Evan!— advirtió Kat.— Ve, y vigila por si viene Alexa. Harvey, a tus actividades. Ahora.
—Eres un desgraciado, Grey.— Harvey corrió hacia el chico del pelo color plata; quiso empujarlo, pero no logró ya que el muchacho dio la vuelta, y lo tomó por el cuello.
—¿Entiendes cuando te digo que te torturaré tanto que ni con una reconstrucción facial lograran detectar tu cadáver? ¿O prefieres que te haga un dibujito explicativo?— Las piernas que colgaban a varios centímetros del piso, pegaban patadas intentando zafarse.
Kat, con un látigo que se encontraba tirado en una esquina, le dio a Evan en la espalda; aún así, no daba el brazo a torcer. Su camisa se había desgarrado, y su piel debajo cortada, estaba sangrando. Otro latigazo más. Harvey lloraba, y rogaba por su vida en la magnitud en la cual era capaz de hablar. Samantha, le lanzó a la Sanadora una picana que encontró en el suelo. Ésta se la descargó al muchacho violento, cerca de su corazón. Éste rugió, y se retorció. Soltando al chico pelinegro quien aún lloraba desconsolado. Con las últimas fuerzas que le quedaban, escapó. Su cuerpo transmitía la electricidad, se sentía el cosquilleo. Sentía como las heridas le latían, sentía la sangre correr. Pero eso no le importó. Necesitaba encontrarla. La necesitaba.
Los pasillos destruidos le recordaban a las destruidas cartas. Ya sabía que sucedió entre esas paredes, bajo ese techo. Hacía horas gritaba sinsentidos. Quería reencontrarse con la sombra. O tal vez podría ver a James, o el alma de Charles, si es que en algún momento la tuvo. El licor no ayudaba con los delirios.
Hacia un rato que se encontraba frente al antiguo despacho de Charles. El lugar prohibido; donde todas las torturas que se infligían en Alexa cobraban vida. Mientras juntaba fuerzas para entrar, cantaba canciones infantiles. La luna llena se sentía bajo su piel, en lo más profundo de su alma.
—Maldito... seas...—eructo.— Universo.— la cadencia de su voz, dejaba ver en las condiciones en las que se encontraba. Si se paraba, caía inmediatamente a causa del mareo. Su temperatura corporal aumentaba conforme los segundos pasaban. Ya no le tenía miedo a la fría noche, ni temblaba ante su presencia. Ni los truenos alejados, ni los rayos cayendo en la arena. Algunas gotas de lluvia entraban por la ventana, y la rozaban. Se evaporaban al tocar su piel hirviendo.
Del otro lado del pasillo, Evan llegaba muy agitado; con una expresión aliviada al verla. Ella lo vio, y como pudo se incorporó.
—Alexa...— sonrió, y largó un suspiro.
—¿Evan?— inquirió, utilizando un tono agudísimo a su acostumbrado todo de voz grave.— ¿Eres producto de mi imaginación?
—Soy yo. Estoy aquí. Soy el real.— La adrenalina corría por sus venas. No tenía preocupaciones.
—Te veo doble...— rió, atontada.— ¿Qué haces aquí, niño tonto? Te he dicho que no vengas...— Evan la acomodó, puesto que regañaba al doble imaginario, y no al real.— ¡Suéltame!— trastabilló con la alfombra, y casi pierde el equilibrio. Pero él la sostuvo.
—No lo sé. ¿Tú?
—¿No es obvio? Quemaré esté lugar. Me desharé del lugar donde todas mis torturas fueron infundadas. Dónde se crearon asquerosos brebajes para dormirme, o para perder mis poderes durante la luna llena.—se echó a reír, nuevamente.— Y... ¿adivina qué? Eso ya no sucede, porque... —susurró en su oído.— soy libre.
—¿Que harás qué?
—Dios, Evan. Tu primer regalo de cumpleaños será un aparato auditivo. Por cierto... ¿Cuándo es tu cumpleaños?
—No puedes hacer eso.
—¿Por qué no? Si lo haré...
Pero ya era demasiado tarde. La temperatura de Alexa, pronto la dejaría inconsciente. Su cabello, y sus ojos eran tan naranjas, que asustaban. Sus venas brillaban. Evan tragaba saliva, mientras absorbía poder. Su tatuaje se encendía, al igual que su cabello de un celeste intenso. Tensó su mandíbula. Sus ojos amarillos, observaban el cuerpo inconsciente de su compañera. Pronto, él quedó dormido también.
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Editado: 06.06.2020