Todos parecían venerar a Oliver. De todos ellos era el único que llevaba ropa. Que parecía humano. Que estaba bien alimentado, y que parecía fuerte. Su piel estaba tostada. Como si hubiese ido al caribe, o tal vez pertenecía a un caribe que jamás se terminaba. Cuando él caminaba entre la maleza todos se arrodillaban; Alexa supo al instante que era el príncipe de la manada. Él era el preferido. Si el alpha moría, y la manada lo aceptaba, sería su sucesor.
Los guardias luego de una larga charla se arrodillaron ante él. Oliver hizo una seña con su cabeza. Detrás de la joven había al menos unos cincuenta lobos convertidos, expectantes. Con sus ojos amarillos, y sus pelajes grises, negros, blancos. Pero ninguno era perlado como el de Evan.
La casa era de madera por dentro. Estaba decorada con lianas que iban de punta a punta. En el centro de la habitación, había un trono, y sentado, había un rey. Hojas se utilizaban para cubrir ventanas que no tenían vidrios. El olor a roble era persistente.
Rufus se encontraba sentado en su trono hecho de troncos; Tenía una base firme, en el medio se achicaba, para terminar creciendo con puntiagudas maderas que apuntaban hacia el techo. El hombre era alto, de hombros anchos. Era muy grande. Llevaba el pelaje de diferentes animales formando un vestido que cubría su oscura piel. Los colores variaban entre el color negro, gris, y blanco. Sus ojos eran rojos. Su cara, en un pasado angulosa, ahora era regordeta a causa de los años. Debería rozar los cincuenta. En su mano derecha llevaba un palo de madera, o tal vez era un cetro. A su derecha había una mujer de unos treinta, vestida con las mismas pieles, pero su atuendo era más ceñido en su cintura. Lo rodeaba lo que parecía ser su harén de mujeres; desnudas. Con pieles tersas. Apantallándolos. A él, y quién parecía ser su esposa.
—Padre...— habló el joven con una voz firme. E hizo una reverencia. El lugar era oscuro; pero para nada lúgubre.
—¿Qué quieres, Oliver?— dijo, mirándolo con cara seria. Alexa abrió grandes sus ojos; ¿realmente serían padre e hijo? La mujer que estaba a su lado era muy joven para ser su madre.
—Una enviada de la manada Génesis.— el viejo tosió al escuchar ese nombre. Ella hizo una reverencia.
—¡Preparen un banquete!— gritó, con alegría— ¡Tenemos invitados!— todas las mujeres salieron por la puerta. Sólo quedaron aquellos tres con identidad.— ¿Qué te trae por aquí jovencita?
—Bueno...— no se esperaba tan buen recibimiento— Es que... necesitamos su ayuda.
—¿El gran tonto de Nathaniel Douglas necesita la ayuda del Gran Rufus?— el hombre callado daba aspecto de malvado. Pero cuando hablaba era un terrón de azúcar; una galleta con chips de chocolate. Su risa hacía resaltar su papada, y su cara regordeta era apretable. Sus largos colmillos daban un aspecto terrible. Al igual que sus puntiagudas orejas. Había pelo por doquier.
—Pues...— rió nerviosa.— Una guerra se está desatando en Hermandad, y realmente necesitamos su ayuda.— cambió su cara en un momento. Ahora no sólo daba miedo, sino parecía que no saldría viva de ésta.
—Eso no pasará.— sentenció.— Fin de la discusión.
—Pero...
—No...
—Simplemente.
—Alexa, es mejor que nos vayamos. Lo intentaste.— susurró Oliver, tomándola del brazo, para llevársela. Pero ella, se soltó, y se acercó al rey. A su trono. Al alpha.
—No me iré.— escupió en su cara. El joven de cabello castaño miraba sorprendido.
—Te irás de mis tierras con vida, o sin vida.
—No sé si se enteró, señor.— enfatizó « SEÑOR»— Qué en el mundo oscuro se esta desatando una gran guerra.
—Por lo que veo la comenzó tu manada.
Alexa se detuvo un momento. Repensó su jugada. Rufus no sabía nada acerca de una guerra. Él vivía alejado de todo. Qué estúpida eres, se dijo. No te das cuenta que vive en unas coordenadas perdidas de entre las cientos de miles que existen en el mundo entero.
—¿Alexa?— preguntó Rufus. Observándola con su boca abierta.
—¿No sabes sobre la guerra?— susurró para sí. Pero la escuchó perfectamente.
—¿QUÉ GUERRA?— vociferó. Tenía poca paciencia.
—¿La guerra que se ha desatado durante siglos en el Mundo Oscuro debido a nuestros bellos antecesores que no supieron remediar una guerrilla de hermanos?— él la observaba preocupado.— ¿Pueblos fantasmas?
—¿Qué son los pueblos fantasmas?— inquirió él. Tomando otra posición en el trono. Se echó hacia atrás. Más descontracturado, soberbio cómo cualquier alpha. La sobraba con la mirada.
—Ciertos puntos en el mundo terrestre donde la energía converge, y nos volvemos más poderosos.
—¿Eso existe?
—Sí. Y los brujos combatientes nos lo quieren quitar.
—¡Malditos! ¡A la horca!— gritó, y sorprendió a Alexa. El gran hombre reía. Ella se dio cuenta que vivenciaba grandes cambios de humor en poco tiempo.
—Pero sí ustedes se comprometen en ayudarnos, prometemos compartir Hermandad como una única manada.
—Sí que deben estar desesperados para hacer ese pedido.— rió a carcajadas.
—No diría desesperados.— comentó ella.— Si se pone usted a reflexionar, es por un bien común. No podemos permitir que los brujos combatientes ganen territorio. Por el bien del linaje de Lican. Debemos hacerle honor. Él escapó por esos malditos. Le debemos eso.— Rufus cambió su cara a la de pensativo; Oliver no podía creer lo que sucedía. Su padre una vez en su vida reflexionaba en ayudar a Nathaniel Douglas. Ese maldito. En general la opinión sobre Nate estaba dividida entre los que lo amaban porque les convenía, y quienes lo odiaban porque les quedaba un poco de moral.
—Tienes razón, niña.— expresó. Los nervios de ella ardieron en llamas, quería gritar que tenía nombre. Identidad. Pero no significaría nada bueno. Simplemente pensó en el bien de la manada. Ella para nada creía en el discurso que expresaba, y tampoco confiaba en la idea de que la guerra solucionaría algo. Pero por ahora simplemente era un alfil. Al lado del rey. Esperando. Esperando que llegue su momento de actuar. Para poder al fin ser la reina. Y controlar a todos a su gusto.
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Editado: 06.06.2020