Los meses habían pasado. El mundo funcionaba igual que siempre. Nada había cambiado en grandes rasgos. Salvo la vida en Hermandad. Más específicamente, la vida de Alexandra Dumont.
Durante el último tiempo, las Manadas Ferox y Amaranthus se habían trasladado hacia el pueblo. El castillo de la Manada Génesis se había transformado en un lío de lobos de todo tipo. No existían las habitaciones individuales, cada una estaba habitada al menos por veinte criaturas. Lea, que poseía mucha influencia en el Mundo Oscuro, había llamado a manadas, las cuales le debían favores. Su padre había aportado mucho dinero a la causa, aunque nunca aparecía. Alexa no confiaba para nada en ella; era de la rebelión. Entre todos habían logrado hacer un ejército de mil hombres y mujeres. El comedor, el Gran salón, la sala ya nada de todo eso existía. Eran habitaciones vacías con mesas, eran dónde los soldados tomaban sus comidas.
Todas las mañanas los mil soldados se levantaban a las cuatro treinta. Las patrullas que cuidaban desde la muralla en el turno noche van a descansar, y los demás se despiertan. Todos van a los comedores dónde desayunan en diez minutos, y las tareas del día comienzan.
Los grupos de entrenamiento se dividen en cuatro pelotones de doscientos cincuenta soldados cada uno. Todos corrían todas las mañanas por el extenso bosque, cientos de kilómetros, hasta salir de la zona fantasma. Entrenan en un gigante descampado rodeado de árboles. El pelotón número uno, era liderado por Nathaniel. Eran los lobos más fuertes, más rápidos, más astutos. Tenían mejores habilidades que el resto. Allí se encontraba Alexa. El pelotón dos, eran los rezagados del uno; los que no habían llegado a entrar. En ese, se encontraban Samantha y Max. Era liderado por Oliver, quien logró sorprender a todos con grandes habilidades para el manejo de los grupos grandes. En el tercer grupo se hallaban los que curarían a sus compañeros. En ese grupo entró Harvey; Era liderado por Katharina, la sanadora. Era vista con mala cara por ser haber sido un ángel en otro momento de su vida, pero de a poco iba adentrándose en los corazones de todo su pelotón como siempre hizo. El cuarto grupo, liderado por Evan, se hallaban aquellos que eran los peores soldados de todos. Los que no sabían absolutamente nada, ni les interesaba. Los lideraba él, porque desde un principio, supo lo que era no servir para nada. Estar perdido. No saber qué es lo que vas a hacer con tu vida. Él, específicamente, lo pidió. Allí se encontraba Jules, y Lea.
Todos allí defendían una causa, y no era ni a Nate... ni a su manada. Ni siquiera había fraternidad entre ellos. Allí se luchaba, y se perdía la vida por el honor de Lican.
Luego de la extraña manera en la que Alexa, y Evan habían dejado de ser los mejores amigos, ambos se habían convertido en máquinas asesinas. De tortura. Habían cambiado por completo. Si se veían, se desconocían. Todos habían cambiado de alguna, y otra forma.
La guerra era fría. Como en la estación a la cual se adentraban. Todo allí parecía estar siempre frío. Nunca mermaba. Las mañanas, los mediodías, las tardes, las noches grises. La mayoría de los días llovía. No había días soleados en Hermandad desde que el conflicto había comenzado.
Nada se sabía acerca de los rivales.
La niebla espesa, y la llovizna, le impedían tener una vista clara de lo sucedía frente a ella. Muchos de los novatos del pelotón cuatro se llevaban puestos árboles. Los del pelotón tres no tenían tanta velocidad, un grave error para un médico. Los del dos, tenían velocidad pero no se conocían el bosque como los del uno. Nathaniel les había hecho aprenderse la ubicación de cada árbol, de cada rama. Alexa recorría aquel bosque con los ojos cerrados. Era un arma asesina. El frío le recorría por todo el cuerpo, su ropa mojada le daba escalofríos. Debía llegar primera, sino debería lavar los baños por una semana. Lo cierto era que la velocidad no era su fuerte, pero sí la fuerza. Y tener al menos una de todas las habilidades bien desarrolladas ya te hacía parte del uno. Para ella era lo mismo. Estaba sola, y no había nada por lo que luchar. Ni siquiera su vida era importante. Perderla daba lo mismo. Perderla le daba igual.
—!LLEGAS TARDE, DUMONT!— vociferó Nate, con un megáfono en su oreja cuando salió del bosque, y llegó última al descampado. Ella se posicionó última en una de las filas del pelotón, y le sacó el dedo del medio.— ¡Lavarás los baños con la lengua!— ese maldito aparato que dejaba sordos a todos, era su instrumento. Nathaniel solía decir que debían acostumbrarse a los sonidos fuertes, ya que los brujos combatientes seguro utilizarían bombas de estruendo. Mientras algunos la observaban, ella le hizo una reverencia con los dos dedos del medio arriba. Todos quisieron reírse, pero tenían más miedo del que querían admitir. El pelotón uno bajo las bellas manos de Douglas, todos títeres de sus entramados juegos.
Lo siguiente, fue distribuirse en el espacio en sus respectivos grupos. Alexa era parte de uno de todos hombres, de los cuales no sabía el nombre de ninguno. Cuando se hicieron los sorteos, el azar no estuvo de su lado. Al líder del grupo lo llamaban Coronel Walker. Un tipo bajo, regordete, de ojos azules, y cabello marrón tirando a rubio. Utilizaba siempre atuendos con estampados militares, y usaba una gorra para tapar que poco a poco se iba quedando calvo.
Todos los grupos trabajaban la habilidad en la que más sobresalían, y en conjunto. Se armaban tácticas de defensa, de ataque. Que luego Evan analizaba, y las aprobaba o no.
—Bien... grupo...— gritó el regordete. Todos rápidamente formaron una fila recta, y se posicionaron de manera que no eran capaces de ser derribados. El maldito Walker, pasaba y a cada uno les pegaba una patada en el estómago. El que primero se doblara del dolor, bajaría al Pelotón dos. Eso era casi como una deshonra. Por eso, nadie se doblegó. Jamás.
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Editado: 06.06.2020