Cai Becher

Capítulo 28

Princesa

Ojo demente

Cuando llego a la casa de la princesita me encuentro que la policía está aquí pero eso no es un problema para mí así que camino con decisión hacia la zona restringida, saco mi placa y se la enseño al tío que vigila que nadie se cuele.

Y no, no soy poli. La placa es de uno al que maté por entrar en mis dominios con malas intenciones.

Me encuentro el lugar lleno de policías mirando aquí y allá. No hay cuerpo así que no sé qué están buscando.

Cojo un par de guantes y una bolsa de pruebas vacía para subir a la habitación principal mientras me pongo los guantes, ahí es donde una persona normal tendría un álbum de fotos de su juventud.

Ya tengo la lista de socios y la he reducido lo suficiente como para no cansarme de buscar. Están, el grupo de amigos de mi padre, un grupo de amigos golfistas y dos gemelos. Será fácil encontrarlos y si consigo una mísera fotografía de esa mujer en ese año, resolveré el posible crimen o secuestro antes que los incompetentes del lado de la ley.

Abro el armario y descubro que hay un par de álbumes en el estante superior. Los cojo ambos y los meto en la bolsa para salir de la casa mientras me quito los guantes sin haber tenido un solo inconveniente.

Un puto narco demente ha pasado frente a sus ojos, ha cogido las únicas pruebas que podrían confirmar mi teoría y se las ha llevado delante de sus narices. ¿Cómo no voy a pensar que son incompetentes?

Calculo un cuarenta por ciento de posibilidades de que esté viva pero solo un dos por ciento de ese cuarenta de que va a estarlo por mucho más. Pero es solo porque la casa no estaba lo suficientemente destrozada como para que la haya matado.

Después ¿Qué secuestrador querría mantener con vida a una mujer vieja y con arrugas que lo único que hará es llorar por su vida y la de su hija? El cuarenta por cierto pierde un treinta y ocho por ciento de posibilidades de que vaya a sobrevivir mucho tiempo más.

Me monto en mi coche y arranco dejando que mi móvil se conecte con el Bluetooth al coche. Busco el número que tengo desde hace unos días pero que no he usado hasta este momento y llamo.

—¿Sí?— su voz tiembla y supongo que es porque no conoce el número que llama. No puede temblar por mí ya que no sabe que soy yo.

—Hola, princesa— adelanto a un par de coches que van a setenta por la autovía. Malditos abuelos.

—¿Cicatriz?— ahora sí noto su miedo— ¿Cómo tienes mi número?

—Ya te dije que te he investigado— ruedo mi ojo sano, el otro no lo siento desde hace años—. Te llamo para decir que es posible que tu madre sobreviviera a la explosión, pero si se la han llevado y no han hecho ninguna llamada para el rescate o las condiciones...

—Lo entiendo— suspira—, te agradezco que hagas esto.

Su voz se vuelve suave y carraspeo antes de hablar.

—Ya tengo el álbum. Tengo dos, en realidad, pero no los he mirado aún— acelero cuando el camino se queda libre de coches de abuelos.

—Respecto a lo de mi padre... quizá sí que quiero...

—¿Quieres conocerlo?

—Sí, creo que sí.

—¿Y si es él el culpable?— pregunto. No trato de lastimarla con este tipo de preguntas pero he llegado a un punto en mi vida en el que me he dado cuenta de que los demás no sienten lo que yo y, como a mí nadie me comprendió, yo quiero comprender a los demás. Al menos a los que me llaman la atención.

La princesita me despierta la curiosidad. Normalmente, las chicas que me conocen se asustan y tratan de huir aterradas pero a la princesa le dije que sería mía, le prometí que la poseería y obviamente se asustó, sin embargo, cuando he tratado de traerla a mí ella ha mostrado la valentía que no creía mortal. Aun sabiendo que yo, posiblemente, iba a manipularla y hacerle cosas que ella no querría, se ha arriesgado a quedarse a solas con uno de mis hombres, ha hablado conmigo por petición suya y me ha hecho una pregunta directa sobre algo que la estaba lastimando. Yo no tenía idea de lo que había pasado con su madre pero me di cuenta de que le importaba muchísimo así que me propuse llegar hasta el culpable y hacerlo pagar.

Me resulta bastante divertido ver cómo va confiando en mí poco a poco y sus suspiros de alivio me alegran el día. Son divertidos, es muy irónico que esté aliviada a mi lado pero, aun así, lo está.

Y eso me divierte, me divierte muchísimo.

—Entonces no me importará que cumplas tu palabra y me traigas su cabeza a mis pies— lo dice ta llena de decisión que me saca una sonrisa. Esa chica no es normal, hay algo en su cabeza que no marcha correctamente y pienso hacer que ese lado demente que tiene dentro salga a la luz.

Conseguiré corromperla con mi demencia y la convertiré en un monstruo más sanguinario que yo mismo.

Sin poder evitarlo— tampoco es que lo haya intentado—, una risa ronca sube por mi garganta.

—Descuida, me encantará cumplir mi palabra— digo antes de colgar.

Sé que ella está buscando promesas malignas en todas mis palabras y sí, esa despedida tenía un doble fondo: la haré mía, es lo primero que le prometí y lo pienso cumplir.

Cuando llego a mi madriguera, aparco en el garaje y subo a mi despacho.

Los únicos que saben de la existencia de este lugar somos yo y... bueno, gente que ya ha muerto. Río un poco mientras me siento frente a mi escritorio y saco los álbumes.

El primero no es el que estoy buscando pero no puedo evitar echarle un vistazo a las fotografías de la princesita de bebé. Se ve tan inocente y ajena al mundo que me resulta hasta tierno. O eso creo.

El segundo sí que es el de la madre. Tiene fotos de mala calidad de cuando era pequeña y veo su evolución hasta que veo una que tiene escrito con rotulador «¡Veinticuatro años!», no miro las demás, aunque tampoco hay muchas.

Cojo la fotografía que parece ser de la fiesta de su veinticuatro cumpleaños y me levanto sin olvidarme de la lista de los nombres y los domicilios de los hombres.



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En el texto hay: secuestro, sufrimiento, mafia

Editado: 14.11.2022

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