Hasta que suenen las campanadas
Alice Becher
—Buenos días— murmuro al darme cuenta de quién es.
—¿Has descansado?
Su voz es indiferente y desvía la mirada cuando me incorporo para sentarme en la cama con el cabello pegado a la majilla y los ojos pegados por las lagañas. No dormía tan bien en días.
—Bastante bien, gracias— lo mejor que puedo hacer es mostrarme amable y, me duela lo que me duela, accesible.
—Me alegro— saca unos papeles de un sobre y los lee con detenimiento.
—¿Quieres que te ayude?— me mira frunciendo el ceño y yo señalo los papeles de su mano.
—¿Tienes estudios?
—Me fui del instituto en el último año, pero hice dos veces segundo, eso es doble conocimiento— suelto una risita y él sonríe ante mi broma—. Si no es muy complicado lo entenderé.
Asiente y se sienta a mi lado dejándome ver los papeles.
—Es un acuerdo por escrito de los rusos que promete la paz entre nuestras naciones a cambio de tu marido y su amigo, Sokolov hijo ¿Tienes la mente lo bastante fría como para revisar la sentencia de muerte del hombre con el que estás casada?— medio se mofa y a mí solo me queda mentir.
—Yo no decidí casarme con él y desde que me puso un anillo en el dedo solo he tenido problemas. Su muerte solo me traerá paz— un nudo en mi garganta hace que las palabras salgan ásperas y crudas pero él sonríe entregándome los papeles.
Está en inglés pero eso no es un problema.
My dear friend Abdel. I’m writing to you to propose a deal:
I suppose you appreciate your life and that of your men, that’s why I had decided to offer you a peace agreement…
Comienzo a leer pero el que supongo que es Abdel me interrumpe.
—El problema es que no entiendo ese idioma— confiesa—. Hablo mi idioma, el francés y el español.
—Es inglés. Es sencillo, te traduzco:
Comienzo de nuevo a leer pero esta vez en voz alta mientras lo traduzco en el momento.
Mi queridísimo amigo Abdel. Te escribo para proponerte un trato:
Estoy seguro de que aprecias tu vida y la de tus hombres, por ese motivo he decidido ofrecerte un acuerdo de paz entre nuestras naciones y cultura a cambio de la vida de Cai Becher. También quiero de vuelta a mi hijo: Dominic Sokolov. Es cabezota y no quiere volver con los suyos pero estoy convencido de que lograrás traerlo.
Tienes hasta que suenen las campanadas del nuevo año cristiano.
Se despide tu nuevo mejor amigo:
Sokolov.
Acabo de leer la carta y suspiro sin querer pero él no le echa cuenta.
—¿Y los demás papeles?— pregunta.
Las ojeo y comienza a latirme el corazón en la boca.
Bloquea los golpes, Alice.
—Son los detalles de los lugares que recurren Cai y Boomer...
—¿Quién?
—Boo- perdón, Dominic.
—¿No pone nada más?
Sí, la dirección de la casa.
Para evitar sus preguntas me giro hacia él y dejo caer los papeles al suelo. Él va a quejarse pero yo digo algo que fija su completa atención en mí.
—Obsérvame con atención.
Obedece como un perrito y me observa con toda la atención que quería atraer cómo me pongo en pie y dejo caer el chándal hasta los pies.
La sangre se me agolpa en la cara por la vergüenza de lo que estoy a punto de hacer.
Dejo caer las bragas también y me saco la camiseta por la cabeza para sentarme a horcajadas en su regazo.
No pierde el tiempo y desabrocha mi sujetador para tenerme por completo desnuda ante él.
—Guarrilla— murmura pero una sonrisa cubre sus labios.
—De alguna forma tenía que nacer— le acaricio el pecho ladeando la cabeza y bajo las manos con cuidado hasta sus pantalones para palparlo por encima.
—¿Solo quieres tocar por encima?
—¿Qué hora es?
Mira el reloj de su muñeca y se le cambia la cara.
—Dhuhr— murmura y me quita de encima.
Me visto mientras coge una alfombra y la coloca en el suelo. Se lava como debe hacer antes de rezar y se quita los zapatos antes de pisar la alfombra para comenzar a rezar.
Yo permanezco en silencio y sin prestarle atención. No quiero ni imaginar qué me haría si interrumpiera su rezo.
Cuando acaba lo recoge todo y sale de la habitación como si nada.
Las lágrimas llegan a mis ojos de forma instantánea. Necesito salir de aquí. Ya.
Me agacho y recojo los papeles para romperlos por la mitad en un ataque impulsivo.
Mierda.
Me entra el pánico comienzo a respirar con dificultad mientras corro al baño. Debo hacer desaparecer estos papeles cuanto antes.
Abro el grifo del lavabo y los empapo para romperlos más pequeñito y tirarlo al váter. La cisterna hace que todo desaparezca en cuestión de segundos.
La calma me abruma y salgo del baño palpando mi pecho sobre el corazón para tratar de calmarlo.
—Buenos días.