Aquella tarde en que mamá supo lo que había estado pasando con Julieta, me aseguró que de ahora en adelante, no permitiría que nada ni nadie me hiciera daño. Por eso, cuando horas después papá llegó a la casa, le contó todo con lujo de detalle. Papá también se miraba molesto y quiso saber la razón por la que no había dicho nada antes. Mi respuesta hizo que su expresión cambiara, de estar molesto, pasó a sentirse preocupado.
—Abel, los problemas entre tu mamá y yo son otro asunto, no debiste guardarte las cosas. Prométeme que a partir de ahora nos dirás todo, ¿si?
Asentí, con la cabeza gacha. Pasó una mano por mi pelo y se giró a mi mamá.
—Deberíamos ir a la escuela a poner a los maestros al tanto de la situación.
—Sí, es lo mejor. Pero la verdad no creo que pueda ir el lunes, ¿crees que puedas ir tú?
—¿Pues qué vas a hacer?
—Quiero empezar a buscar trabajo y tengo una entrevista el lunes muy temprano.
—¿Trabajo? —Papá elevó una ceja.
—Sí, ¿por qué no? —Mamá salió de la cocina y tomó asiento en el sillón contiguo al de nosotros—. Es tiempo de sacarle provecho a mi título como maestra, sé que no será nada fácil, pero… quiero intentarlo. Además, necesitamos más dinero si queremos que Abel siga con sus clases extra de pintura y dibujo, ¿verdad que sí, Abel, que te gustan mucho esas clases?
Levanté la vista y la vi, con esa sonrisa tan linda que lograba reconfortarme. Me acerqué a ella y volví a hundirme en sus brazos como en la tarde para decirle que sí. Después, mi papá se unió a nosotros de modo que quedé en medio de los dos. Había pasado mucho desde que nos habíamos juntado para ver una película. Esa noche, mi papá se ofreció a preparar palomitas de maíz en lo que mamá y yo hacíamos por elegir una película, al final, logré convencerla de que lo mejor era ver una de mi serie animada favorita. Contar de nuevo con la cercanía y el cariño de mis papás, me hizo llenarme de paz y alegría. No había cosa más importante para mí. En lo que los dos se mantenían atentos y comentaban de vez en cuando lo que veían, deseé volver a vivir más momentos así. Quería que volviéramos a ser como antes y que no existiera discusión alguna que quebrantara nuestra felicidad.
Antes de que me fuera a acostar, papá me aseguró que el lunes, él mismo me llevaría a la escuela para hablar con la directora y los profesores. Y sí que cumplió su promesa. Las cosas, sin duda, cambiaron para bien. Julieta y sus amigas fueron removidas del salón y con ello se aseguraron de que no volvieran a dirigirme la palabra por menor que fuera. Además, los profesores, ahora enterados de todo, me prestaban más atención y por si fuera poco, más niños comenzaron a acercarse a mí aunque aún era torpe para iniciar conversaciones Caín tuvo Razón cuando me dijo que la de los muchos amigos era Susana porque cuando me atreví a preguntarle sus secretos para simpatizar a todos, me dio el más importante de todos «No temer a ser yo mismo».
En las ocasiones en que me encontré a Julieta por los pasillos, me di cuenta que ya no se juntaba con sus amigas y en su lugar, deambulaba sola por los alrededores. Ahora ella se había convertido en la niña a la que todos evitaban, verla en ese estado me hizo preguntarme si estaba bien sentir compasión por ella y una vez que se lo compartí a Susana, me dijo que no tenía nada por lo cual preocuparme. Aun así, no pude evitar sentir pena por Julieta. Un mes y medio después, la niña que durante varios meses hizo mis días más complicados en la primaria, al final fue transferida de escuela. Así, dejé de saber de ella y al fin, sentí como me había liberado de una gran carga.
—Hola, ¿qué tal les fue hoy en la escuela? —Fue lo primero y lo mismo que siempre nos decía la mamá de Caín cada que pasaba por nosotros a la escuela a la hora de la salida.
Por el trabajo de mi mamá, eran contados los días en que ella misma podía pasar por mí. Por eso, cuando ninguno de mis abuelos o mi tía podía esperarme, mamá me hizo prometer que no le diría nada a mi papá mientras la mamá de Caín me llevara a casa. Los constantes favores que una y otra se hacían y el que nosotros como sus hijos convivieramos mucho, originó en ellas un fuerte lazo de amistad.
En lo personal, me gustaba cuando la mamá de Caín era quien me llevaba a casa porque además de comprarnos helado o algún dulce para comer en el camino, podía pasar más tiempo con Caín. Llegamos a su casa y lo primero que nos pidió fue lavarnos las manos, pues íbamos a comer; luego haríamos las tareas de la escuela como todos los días antes de salir a jugar al parque como de costumbre. Las tardes en la casa de los Roldán siempre fueron mis favoritas. Nunca voy a olvidar lo amables que fueron conmigo y como de algún modo, se convirtieron en un segundo hogar para mí cuando en el mío, dejé de sentirme parte y lo único que quería era huir de ahí.
El sol empezó a ocultarse, volvimos a casa y con ello, sabía que mi gloriosa tarde en compañía de mi amigo y su familia, había acabado. Los tres me despidieron en la entrada de mi casa y mamá les agradeció. Estaba cansado y antes de bañarme, me tiré al sillón a descansar. Esa vez, mamá no me preguntó de mi día, pues estaba muy concentrada leyendo unos papeles sobre la mesa. Supuse que se trataría de alguna tarea de sus alumnos. Cuando terminó de leerlos, se puso de pie bastante molesta y guardó todo; pasó de mí para meterse al cuarto que compartía con mi papá. Parecía buscar algo porque desde el piso de abajo, se oía cómo volteaba las cosas hasta que por fin lo encontró.
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Editado: 04.12.2024